Zócalo Piedras Negras

¡Mano Poderosa!

- De política y cosas peores CATÓN

Dos amigos se hicieron de palabras en el Bar Ahúnda. Uno le dijo a su camarada: “Eres tan idiota que ni siquiera has de saber follar”. “¡Ah! -se indignó el otro-. ¡Ya te vino tu esposa con el chisme!”. El cabecilla de los rebeldes cayó en manos de las fuerzas del gobierno, que lo llevaron a su cuartel. Desde lo alto de una loma cercana los seguidores del prisionero trataban de averiguar la suerte de su jefe. “Lo sacaron al patio -dijo uno que veía los acontecimi­entos a través de un catalejo-. Le están vendando los ojos”. “¡Mano Poderosa!

-exclamó alarmado otro, que pese a ser rebelde no había olvidado las jaculatori­as aprendidas de su madre-. ¿Lo irán a fusilar?”. “Pienso que sí -opinó el primero-. Piñata no veo”. Glafira, la hija de don Poseidón, fue a estudiar la carrera de Medicina en la ciudad. Terminado el primer curso volvió de vacaciones al pueblo, y les comentó a sus padres: “Tuve examen de Anatomía con tres maestros. Me tocaron los órganos sexuales”. “¡Ah! -profirió indignado el vejancón-. ¡Ya sabía yo que allá todo es pura perversión!”. El guía del tour le dijo a uno de los viajeros al darle la llave de la habitación que le había correspond­ido en el hotel: “Lo siento. No va a poder usted dormir en toda la noche. Conozco a su compañero de cuarto, Una vez tuve la mala suerte de compartir la habitación con él, y ronca tan fuerte que no pude dormir en toda la noche”. Al día siguiente el viajero se veía descansado. Por el contrario, el roncador mostraba unas ojeras descomunal­es. El guía le preguntó al primero: “¿Qué hizo usted para poder dormir?”. Explicó el tipo: “Antes de acostarme le di un besito en la mejilla al compañero y le dije con fingida voz aflautada: ‘Dulces sueños, guapo’. Dormí perfectame­nte. El que no pegó los ojos en toda la noche fue él. Se la pasó sentado en la cama, vigilándom­e”. La mujer le dijo al hombre: “Voy a tener un hijo. Debemos casarnos”. Adujo el majadero: “Un hijo no es motivo suficiente para que nos casemos”. Replicó hecha una furia la mujer: “¡Pero nosotros ya tenemos cinco, desgraciad­o!”. La novia hizo la cena, pues su novio iba a ir aquella noche a presentars­e con los padres de la chica. Cocinó ella una lasaña y un pastel de dátil, aunque a decir verdad a la hora de servir los platillos nadie pudo acertar a decir cuál era cuál. La mamá, obsequiosa y complacien­te, le preguntó al novio: “¿Es esto lo primero que disfruta usted hecho por mano de mi hija?”. Respondió el galancete: “De comer, sí”. Dulcibel, muchacha hermosa, le dijo en el hotel de playa a Susiflor, linda como ella: “A un kilómetro de aquí hay una pequeña bahía solitaria. Ahí podríamos nadar y tomar el sol desnudas”. “¿Para qué? -opuso Susiflor-. Nadie nos vería”. El padre Arsilio viajaba en autobús de pasajeros. En el mismo asiento que ocupaba él iba una joven mujer de apetecible­s prendas corporales. Cada vez que el vehículo viraba hacia la izquierda el buen sacerdote se inclinaba hacia la dama. Acongojado decía entonces para sí: “No nos dejes caer en la tentación”. Cuando el camión viraba hacia la derecha era ella la que caía sobre el padre Arsilio. Decía entonces él con cristiana resignació­n: “Hágase, Señor, tu voluntad”. Don Blasonio, caballero chapado a la antigua, les contó a los socios de su club: “Una vez tuve que luchar por el honor de una dama. Ella quería conservarl­o”. El periquito de la casa salió del corral a donde había entrado en forma por demás imprudente. Iba atufado, mohíno y con las plumas en desorden. Masculló colérico: “¿Por qué nadie le ha informado a ese cabrón gallo que no hay gallinas verdes?”.fin.

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