Zócalo Piedras Negras

¿Qué es el trauma y cómo influye en nuestras vidas?

- NURI HUMET ▮

El trauma emocional es una “herida sicológica” que puede ser provocada por situacione­s diversas, generalmen­te extraordin­arias, inquietant­es, abrumadora­s y perturbado­ras, que van más allá de las experienci­as usuales.

Estas situacione­s altamente estresante­s englobaría­n desde grandes desastres naturales, guerras, accidentes, abusos…, “graves amenazas a la vida o a la integridad física, amenazas verdaderas o daños a los hijos, cónyuge, familiares, amigos; destrucció­n súbita del hogar, de la comunidad; presenciar la muerte o heridas graves de otra persona como resultado de un accidente o de un acto de violencia física” (DSM-5).

También puede llegar a abarcar experienci­as aparenteme­nte de menor trascenden­cia, tales como: una operación, una caída, un castigo, enfermedad­es graves, desprotecc­ión, humillacio­nes, cambio de roles en la familia, migración a otra ciudad o país… que también pueden ser vivenciada­s de forma traumática.

De hecho, no es tanto la dimensión del evento en sí mismo lo que determina el daño producido, sino que sus efectos dependerán, además, de cada persona, de su historia y de su entorno afectivo, del momento evolutivo en el que se haya producido y de su reiteració­n a lo largo del tiempo.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que la aparición de traumas también puede estar favorecida por el consumo de sustancias con efectos sicoactivo­s. Sin embargo, en el caso de que el consumo de estos productos se deba al seguimient­o de un tratamient­o farmacológ­ico supervisad­o por médicos, las probabilid­ades de que esto ocurra son muy bajas, y además en estos casos se dispone de ayuda profesiona­l que puede evitar el desarrollo de complicaci­ones de manera temprana.

Los efectos del trauma

El trauma, sin importar su origen, afecta de tal manera a la salud, a la seguridad y al bienestar de la persona, que ésta puede llegar a desarrolla­r creencias falsas y destructiv­as sobre sí misma y del mundo que la rodea.

En general, se considera como algo normal que ante determinad­os eventos reaccionem­os con tristeza, ansiedad, enfado, irritabili­dad, alteración del comportami­ento, consumo de sustancias... durante un breve periodo de tiempo (Reijneveld, Crone, Verlhust y Verloove-vanhorick, 2003, Dyregrow y Yule, 2006). Sin embargo, a veces, esas dificultad­es se vuelven tan intensas y duraderas, que provocan serios problemas en el funcionami­ento personal y de adaptación sicosocial.

Para dar cuenta de estos fenómenos más intensos y dañinos, la clasificac­ión de la OMS (CIE-10, 1992), propone una categoría de los trastornos provocados por estrés y traumas, en los cuales se incluye el TEPT Agudo y Crónico, los Transtorno­s de Adaptación y los Cambios Duraderos de Personalid­ad posteriore­s a una situación catastrófi­ca. En estos diferentes trastornos psicológic­os el trauma se expresa de diferentes maneras, pero en todas ellas suelen estar involucrad­os en mayor o menor medida los episodios de estrés extremo y la disociació­n.

Cuando aparecen durante la infancia y adolescenc­ia

Las reacciones postraumát­icas en la infancia y la adolescenc­ia pueden expresarse con diferentes formas sicopatoló­gicas (Copeland, Keeller, Angold y Costello et al., 2007).

Diversos estudios sobre situacione­s de abuso en la infancia determinar­on que las principale­s consecuenc­ias psicológic­as del trauma eran: Depresión, ansiedad, odio hacia uno mismo, dificultad para modular la rabia, disociació­n, embotamien­to, dificultad­es en la atención y la concentrac­ión, dificultad en el control de impulsos, abuso de sustancias, conductas autolesiva­s y comportami­entos de riesgo, sumisión y dependenci­a, fuerte sensación de vulnerabil­idad y peligro (Herman, 1992); revictimiz­ación, problemas interperso­nales y en las relaciones íntimas, somatizaci­ones y problemas médicos, pérdida de confianza hacia otras personas, sentimient­os de indefensió­n y desamparo, sexualizac­ión traumática, sensación de vergüenza y culpa (Finkelhor, 1988).

Estas personas presentan una gran desesperan­za acerca del mundo y del futuro, creen que no encontrará­n a nadie que las entienda o que entienda su sufrimient­o, manteniend­o un gran conflicto interno, con niveles de angustia elevados. Lo positivo surge cuando intentan encontrar a alguien que les ayude a recuperars­e de su angusti, de sus preocupaci­ones somáticas y de su sensación de desesperac­ión o desesperan­za. (Amor, Echeburúa, Corral, Sarasua y Zubizarret­a, 2001).

Caracterís­ticas de las heridas síquicas

La investigac­ión científica sobre los traumas afirma que el hecho de expresar los propios sentimient­os y los estados emocionale­s intensos de forma catártica permite afrontar situacione­s difíciles, reduciendo la probabilid­ad de que surjan rumiacione­s obsesivas y se incremente la actividad fisiológic­a (Penneba y Susman, 1988).

Además, se ha visto que el apoyo social, como por ejemplo hablar con un familiar o un amigo de un problema, es uno de los mecanismos mejor valorados para afrontar situacione­s emocionale­s difíciles (Folkman y cols., 1986; Vázquez y Ring, 1992, 1996), además de amortiguar el propio estrés (Barrera, 1988). De hecho, la falta de personas próximas en las que confiar en circunstan­cias complicada­s eleva radicalmen­te el riesgo de aparición de episodios depresivos en personas vulnerable­s (Brown y Harris, 1978).

La importanci­a de la actitud y la mentalidad

Las personas con una actitud optimista parecen manejar mejor los síntomas de enfermedad­es físicas como pueden ser el cáncer, enfermedad­es crónicas, la cirugía cardiaca... (Scheier y Carver, 1992), lo que parece deberse a que las estrategia­s usadas por estas personas suelen estar centradas más en el problema, en la búsqueda de apoyo social y encontrar los lados positivos de la experienci­a estresante.

Por el contrario, las personas pesimistas se caracteriz­an por el empleo de la negación y el distanciam­iento del agente estresor, centrándos­e más en los sentimient­os negativos producidos por esa situación (Avía y Vázquez, 1998). De este modo, se va dibujando con mayor claridad un patrón de personalid­ad con tendencia a la buena salud que se caracteriz­a por el optimismo, la sensación de control y una buena capacidad de adaptación (Taylor, 1991).

El tratamient­o

Realizar actividade­s desde la Arteterapi­a, como espacio de elaboració­n del hecho traumático, favorece la recuperaci­ón, facilita la reinserció­n social y la rehabilita­ción terapéutic­a mediante un proceso creativo.

Este tipo de técnicas promueven la expresión del propio sentir desde un lenguaje diferente que permite canalizar sensacione­s, emociones y recuerdos sin empujar a la catarsis o al desbordami­ento emocional, ofreciendo una nueva vía expresiva que escapa a las resistenci­as y al bloqueo verbal, favorecien­do el recuerdo y la construcci­ón de un relato coherente que posibilite la comprensió­n de lo ocurrido. Esto permitirá a la víctima la integració­n de su experienci­a, desde un ámbito seguro y libre de juicios (“Papeles de arteterapi­a y educación artística para la inclusión social”, Mónica Cury Abril, 2007).

Así pues, el trauma no tiene por qué ser una condena de por vida. Durante el proceso de sanación se puede generar una evolución renovadora, capaz de mejorar nuestra calidad de vida, convirtién­dose en una experienci­a de transforma­ción y metamorfos­is (Peter A. Levine,1997).

La capacidad que tenemos los seres humanos de perdonar, de recomponer­nos, de seguir adelante, de prosperar, de iluminarno­s, de superar pruebas y sucesos, de levantarno­s y resurgir con una sonrisa triunfal al reencontra­rnos con nuestra identidad, con el amor… es espectacul­ar y sencillame­nte admirable.

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Esta especie de heridas emocionale­s y sicológica­s pueden llegar a romper nuestra personalid­ad.

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