¿Y EL AHUEHUETE DE PASEO DE LA REFORMA?
Puedo escribir los piensos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo, de los oscuros pensamientos que deben atormentar a la jefa de Gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum, al ver que su ansiada candidatura presidencial se va perdiendo en el olvido…
Podría, pero no lo haré. A fin de cuentas, a cada quien su infierno particular, y más el de los ineptos que van cavando su tumba con una mezcla de ineptitud e insipidez.
Mejor terminaré de contarles de un tema que me apasiona, como a más de algún lector, de seguro: las cantinas mexicanas.
Y como soy de Jalisco, para mí fue un doble gusto encontrarme con Esta Vida es un Sufrir, cuyo subtítulo reza así: Las cantinas de
Guadalajara (1898-2023). Se trata de un libro que reseña 50 capillas tapatías del dios Baco.
Su autor es Luciano Sandoval, quien nos habla de corridito de un tema que le es muy querido, pues puede presumir que a todas ellas, y a más, las ha visitado en calidad de parroquiano. No sólo eso, ahora ha realizado una buena labor de investigación.
El libro de Chano Sandoval es muy generoso con su materia de estudio, pues está repleto de momentos emotivos y anécdotas sabrosas de las muchas horas de vuelo que ha pasado en todos los lugares reseñados, siempre, asumo, con una sed de conocimiento casi tan profunda como la que lo ha llevado a pedir su bacacho con cococha y sus hielitos tintineando.
Es a la vez una viva guía turística para los aficionados, como un canto triste por aquellos bebederos que ya no existen. Comparto esto último con especial pesar.
No hace mucho la capital de Jalisco era un páramo desierto para el esparcimiento. En los años 70, el entonces gobernador Flavio Romero de Velasco mandó parar y pocos mandatarios después hicieron algo para mejorar la vida social. Lo jóvenes de antes nos hallábamos ante una oferta, más que limitada, paupérrima.
Heroicos lugares como el Antonio y después el Saúl, abrían sus puertas a empobrecidos estudiantes, que luego de apoquinar para una cerveza, podían mover el bigote al compás de un bolero ahora, una ranchera después. Muchos de estos lugares no resistieron el paso del tiempo.
Por fortuna, muchos otros sí. Hay que ir antes de que nos los cierren o les cambien la vocación. No es lo mismo un video bar o un antro buchón que una buena cantina. Y las mejores de éstas son, desde siempre, también refugios de buena comida popular.
Por desgracia, sólo se imprimieron 500 ejemplares de la primera edición, y ya volaron. Por fortuna, ya está en camino una segunda edición, espero que más numerosa porque el tema y el gusto con que lo trata merece muchos más lectores, agradecidos como yo: lo devoré en unos cuantos días. Provechito.
#Esclaudia... tiene las mismas esperanzas de sobrevivir que su carrera política