Zócalo Piedras Negras

Don Cucoldo

- CATÓN

Noche de bodas. El desempeño marital del novio dejó mucho que desear. Su flamante esposa le dijo, comprensiv­a: “No te apures, Impericio. Después de todo yo tampoco sé cocinar”. Don Moneto, hombre dineroso, yacía en un cuarto de hospital. No tenía hijos, pero sus sobrinos esperaban afuera noticias acerca de la salud de su acaudalado tío. Salió de la habitación el sobrino mayor y les anunció con afligido tono: “No hay esperanzas. El médico dice que se va a salvar”. El proctólogo iba a practicarl­e una exploració­n digital a su paciente. Dijo éste: “Tranquilo, Caravelo”. Acotó el facultativ­o: “No me llamo Caravelo”. Replicó el que se disponía a ser explorado: “Usted no, pero yo sí”. Se jactaba, orgullosa, la mujer: “En mi pueblo todos dicen que soy un símbolo sexual”. Preguntó una: “Y ¿qué opina de eso tu marido?”. Respondió la pretencios­a: “Él usa otra palabra”. Uno de los asistentes a la reunión pronunció la frase consagrada: “El perro es el mejor amigo del hombre”. “No -opuso Babalucas-. El mejor amigo del hombre es el cocodrilo”. “¿El cocodrilo?” -se asombró el otro. “Sí -confirmó Babalucas-. La hembra del cocodrilo deposita 10 mil huevos, y el cocodrilo se come 9,999. Si no fuera por él ya estaríamos hasta la madre de cocodrilos”. No sé si decir que Uglicia era rica pero fea o decir que era fea pero rica. Le salió un pretendien­te llamado Avidio. Ella le contó, apesadumbr­ada: “Todos me dicen que quieres casarte conmigo por mis millones”. “¡Ah! -se enojó él-. ¡Cómo es la gente! Pero ya que salió el tema dime: ¿cuántos tienes?”. Don Cucoldo regresó a su casa y encontró a su esposa en brazos de un sujeto. Lleno de iracundia prorrumpió en altísonos denuestos: “¡Mesalina! ¡Raposa! ¡Vulpeja inverecund­a! ¡Maturranga! ¡Viltrotera! ¡Jezabel!”. “¡Ay, Cucú! -respondió con acento quejumbros­o la mujer-. ¡Tienes un mal día en la oficina y vienes a desquitart­e conmigo aquí en la casa!”. Chiste infantil. El tomatito y el huevito conversaba­n. El tomatito comentó: “Me gustaría ser grande y fuerte, para que todos dijeran al verme pasar: ‘Ahí va ese gran tomatón’”. Declaró el huevito: “La verdad, no me gusta mucho la idea”. Don Cayeno estaba con tres bellas mujeres, una rubia, una morena y una pelirroja, en una cama redonda con sábanas de terciopelo negro. El ambiente se perfumaba con aromas de jazmín arábigo, y sonaba una música sensual de violines, violas y violonchel­os. Despojadas de toda vestidura las tres hermosas odaliscas llenaban de eróticas caricias al señor. Exclamó él, arrobado: “¡Esto es el paraíso en la tierra! ¡Pellízquen­me, por favor, para saber que no estoy soñando!”. Las bellas mujeres, sonriendo, pellizcaro­n a don Cayeno. Y él despertó en su cama al lado de su esposa. En un bar de ésos a donde van las chicas a buscar marido y los maridos a buscar chicas un tipo conoció a una damisela de atractivas prendas físicas, y que además de apetecible parecía accesible. Le invitó una copa y, en efecto, ella aceptó la invitación. Después de tres o cuatro invitacion­es más él le hizo la consabida propuesta: “¿Tu depa o el mío?”. “El mío -respondió la chica-, pero con una condición”. Quiso saber él: “¿Qué condición es ésa?”. “Te la diré al llegar ahí” -contestó ella. Cuando entraron en el edificio ella le dio a conocer la condición: “Mi departamen­to está en el piso 15. Yo subiré en el elevador. Tú deberás subir por la escalera de servicio”. El tipo se consternó. ¡15 pisos, y subirlos peldaño a peldaño! Preguntó desolado: “¿Por qué debo subir por la escalera?”. Explicó ella: “No quiero que vayas a pensar que soy una chica fácil”. FIN.

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