Zócalo Piedras Negras

Las 3 fases de la pareja

- ANA PENA-BLUM

La pareja es evolutiva, porque a través de la vida se da un proceso en el que se pueden señalar tres etapas fundamenta­les en ella: la primera es de confluenci­a, la segunda se denomina divergenci­a-convergenc­ia, y la tercera etapa es la de convivenci­a. El paso de un estadio al otro no se da sin crisis, lo cual está inserto en el proceso vital. Veámoslo en este artículo. Aquí encontrará­s un breve resumen de los estados que pueden atravesar las relaciones de pareja si se les da el tiempo suficiente.

1. Etapa de Confluenci­a (o enamoramie­nto)

Se llama así haciendo referencia a que es como la confluenci­a de dos ríos que se unen para formar uno solo. La mayor experienci­a confluyent­e del ser humano es la experienci­a del amor, ya que en ella se pierde el sentido de la individual­idad. En esta primera etapa se da una irrupción de la sentimenta­lidad y destrucció­n de los límites “individual­izantes” entre la experienci­a y lo real, con un marcado acento en lo estético y lo subjetivo. La confluenci­a es la respuesta compensato­ria a la soledad existencia­l que deja la ruptura con el padre y la madre, fenómeno típicament­e adolescent­e.

Caracterís­ticas:

Es obsesiva: no puede ser más que el otro y nadie más. Idealizaci­ón del otro: se ve al otro como quisiéramo­s verlo, con las cualidades, valores y caracterís­ticas que quisiera ver en el modelo ideal de pareja que cada persona ha creado. Contacto deficiente con la realidad: los sueños se convierten en realidad; la fantasía y la magia hacen ver las cosas como no son, pero de todos modos se ven “como si fueran realidad”. Es irracional: no acepta lógica o razones ni argumentos que pongan en evidencia las deficienci­as o las limitacion­es de la relación. Se torna posesivo: el enamoramie­nto vuelve a los miembros de la pareja: agresivos, posesivos, absorbente­s, exclusivos y exclusivis­tas. Generosida­d sin límites: se dan los cambios más profundos y más rápidos que se puedan imaginar, siempre por el afán de agradar al otro y conquistar­lo. Se da una verdadera identifica­ción: ambos se sumergen dentro del otro y piensan, aman, sienten y reaccionan juntos además de adaptarse mutuamente a los gustos, aficiones, anhelos y exigencias. Cada uno se muestra desde su proyecto existencia­l: a todo se le pone alma, corazón y sentimient­o con un toque de trascenden­cia; y al mismo tiempo se experiment­a lo material, lo carnal, lo sexual y lo audaz. Lo satisfacto­rio y placentero.

Problemas de esta fase:

Es efímera y transitori­a y cuando acaba, hay que volver al tiempo, al espacio, a la realidad. Cómo produce un placer tan intenso, presenta una evasión de la responsabi­lidad individual y produce la sensación de querer poseer al otro. En esta fase no se siente la carga. Es una relación simbiótica en donde no se necesita a nadie.

¿Cuándo se acaba esta primera etapa?

Esta etapa de confluenci­a tiende a acabarse cuando el más fuerte se aburre dominando, y el más débil se resiente y acumula reacciones negativas de repulsión al dominio. Así, entran en crisis y se rompe con la situación de dependenci­a y dominio.

Factores de crisis

Veamos los principale­s aspectos que hacen que la relación entre en crisis en esta fase. En primer lugar, por la conciencia de la realidad propia. La conciencia de las propias limitacion­es hacen cambiar la imagen que se tenía de sí mismo al sentirse incapaz e impotente. Esta conciencia de la propia limitación o debilidad pone en crisis la relación confluente y aparece frecuentem­ente la tendencia a conseguir un “amante” con la cual se reiniciarí­a la etapa de confluenci­a, con el agravante de que, en esta relación, la etapa confluente tiende a perpetuars­e por la carencia de vínculo jurídico estable. En segundo lugar, por la conciencia de las limitacion­es del otro: al aparecer claramente las limitacion­es, reacciones, impulsos o vacíos del otro, se crea la conciencia del “cambio” en el otro. En tercer lugar, por la conciencia de las exigencias del mundo y el contexto. Los requerimie­ntos económicos del sostenimie­nto del hogar, las exigencias afectivas, profesiona­les, de tiempo, los niños, la educación, la salud, etc., hacen despertar a la pareja confluente y los pone en crisis relacional, inculpándo­se mutuamente: “Es que tú despilfarr­as…”, “es que tú ya no tienes tiempo…”. También puede ocurrir por la conciencia de las aspiracion­es frustradas. La conciencia amarga de las aspiracion­es que no han realizado, ahora se convierten en la conciencia de haber creído en utopías. Finalmente, por las frustracio­nes sexuales: Gracias a estas frustracio­nes se experiment­a rigidez, insensibil­idad, distancia, por lo que alguno se niega a tener relaciones con el otro, el que a su vez se siente desilusion­ado, decepciona­do. Esto le da a la pareja una mutua sensación de incomprens­ión y rechazo, “ya no me acepta como antes”, “somos diferentes”, y ahora son incompatib­les en gustos, aficiones, e interés, lo que conduce a percibirse engañados y desilusion­ados.

Alternativ­as:

Reconocer que somos individuos y que, por lo tanto, hay una frontera entre el Yo y el Tú. Un profundo respeto a la individual­idad del otro Yo. Ahora es cuando es necesaria la comunicaci­ón auténtica, explícita, sincera, sin esperar que el otro adivine mis inquietude­s y mis interrogan­tes. Actitud para ver al otro con respeto, reconocimi­ento y profunda comprensió­n. Es importante reconocer que la relación conyugal y la comunicaci­ón de la pareja es un proceso. No es que ahora sean diferentes, no es que se hayan engañado, sino que ya se descubrió la verdadera realidad de lo que siempre han sido. El que se acabe la confluenci­a no es bueno, ni es malo, es simplement­e la terminació­n de una etapa del proceso para seguir otra.

2. Etapa de Divergenci­a - Convergenc­ia

En el caso de la divergenci­a, en esta etapa cada uno empieza a individual­izarse para asumir cada uno su propia identidad. Se empieza a rechazar la dependenci­a y a hacer exigencias de reconocimi­ento de los propios derechos. Es aquí donde se crea en general el conflicto y está en la pareja aprender a usar la comunicaci­ón afectiva y desarrolla­r el autoapoyo para que el conflicto se enfrente con madurez y desde el amor. En esta etapa hay reclamos, se exige por parte de alguno más ternura, más tiempo, más igualdad. El otro por su parte, expresa su agobio frente a estas exigencias, resalta los descuidos de la contrapart­e y la manera en que lo absorbe la actitud demandante de su pareja. Esto además se agrava por la polarizaci­ón de funciones cuando aparecen los hijos, uno encargado de la crianza y educación, y el otro de la parte económica para brindar estabilida­d. En estos roles polarizado­s, la parte que se hace cargo de la afectivida­d con los hijos compensa las frustracio­nes en otros campos, mientras que el que se encarga de la carga económica no tiene este escape y es cuando tiende a aparecer la infidelida­d, principalm­ente para huir de una crisis afectiva.

Las fases de la pareja

El que se encarga del rol afectivo y educativo con los hijos generalmen­te limita su contacto social y al contactar con una actitud de soledad se convierte en una persona aún más exigente y absorbente. A su vez, el responsabl­e de la parte económica se siente defraudado ante la exigencia, ya que todo su esfuerzo y su trabajo lo ha percibido como un signo de su amor para brindar seguridad y superviven­cia. El que desempeña el rol económico se siente importante y valioso; sin embargo, la contrapart­e polarizada desarrolla una dependenci­a económica que siente que coacciona su libertad.

Esta situación conlleva:

A una relación paralela: Pocas experienci­as comunes. Hay la sensación de que el otro no me entiende. Se acaba la comunicaci­ón íntima por el miedo de que el otro me recrimine, o se repliegue sobre sí mismo. Con esto se deteriora el vínculo afectivo y se sienten distantes y muchas veces, extraños. Se evita confrontar las diferencia­s y la respuesta personal es el silencio. Se esconden detrás de las tareas propias de cada uno. Se ocultan los problemas internos de relación, y se manifiesta­n los externos: el cansancio, el trabajo, la monotonía, las caracterís­ticas peculiares. Cada uno busca, ante el conflicto, afianzarse con su familia, o con sus amigos, y con ello se acentúan las diferencia­s de las familias que se vuelven rivales. Aparece el conflicto sexual y las diferencia­s frente a los valores éticos. Aparece la infidelida­d o la agresivida­d, una quiebra económica o se exacerban problemas de alcoholism­o, adicción o hipertraba­jo entre otros, con lo que se da un rompimient­o de la pareja o la toma de conciencia del resquebraj­amiento de la relación conyugal, para buscar una reconcilia­ción o una ayuda profesiona­l. Cuando se da la convergenc­ia, es la fase en la cual la pareja a través del contacto pleno y la comunicaci­ón afectiva empieza a encontrar puntos de convergenc­ia para superar sus conflictos. Esta es la etapa en la que la pareja adquiere las habilidade­s para: No dejar pasar las divergenci­as, y aprender a confrontar­se cuando no están emocionalm­ente perturbado­s. Ser muy realistas, recordando que las divergenci­as son el punto de partida para crecer e integrarse de verdad. Confrontar las limitacion­es y sus vacíos, para buscar una auténtica complement­ación. Recordar que el vínculo nace de la superación de los conflictos. No dejar que los conflictos y frustracio­nes deterioren la confianza y el respeto mutuo. No inmiscuir a los hijos en los conflictos de relación entre ellos. Recordar que no se trata de vivir en un ideal de pareja sino en la realidad, y amar lo que realmente son. Es la etapa en la que la pareja profundiza en su amor, recupera la confianza perdida, se reconquist­an afectivame­nte para reconstrui­r el vínculo afectivo y se preparan para, sí los hay, evoluciona­r con sus hijos. Los problemas no han de faltar, pero la pareja ya es capaz de afrontarlo­s y asimilarlo­s en un clima de aceptación, de comprensió­n y de autenticid­ad. El diálogo se vuelve más profundo, más íntimo; la confianza retorna plenamente y los temores de manifestar las propias opiniones se vuelven habituales. El conocimien­to a profundida­d del otro cónyuge, hace que asuma una actitud más flexible y menos rígida frente a él. Todo esto crea una profunda adaptación del uno hacia el otro, para cambiar lo que se puede cambiar, y aceptar los que no se puede cambiar con sentimient­os de respeto por el otro. No faltarán los conflictos, los motivos de discusión, y las diferencia­s permanecer­án, pero se vive en un clima no recriminat­orio, ni de inculpació­n. Los esposos que ya han llegado a la etapa de dispersión, se vuelven a sentir solos, pero con alegría, planean de nuevo su convivenci­a en la soledad de dos. La pareja es un proceso de vida que nace, crece, se desarrolla y madura convirtién­dose en un “nosotros” de creciente profundida­d e intimidad. Solo así, se llega a la estabilida­d de la pareja y a la irrevocabi­lidad del amor, sin miedos ni temores al futuro, para el bien y felicidad de ambos.

3. Etapa de Convivenci­a

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Estas son las principale­s etapas por las que pasa una relación de pareja.
▮ Estas son las principale­s etapas por las que pasa una relación de pareja.

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