Zócalo Piedras Negras

JESÚS ES TENTADO EN EL DESIERTO Tiempo de resisitir y batir al enemigo

- Luis Ángel Rodríguez M.E.S.E

(Ciclo “B” Mc) 1er. Domingo de Cuaresma

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: renuncien a su mal camino y crean en la Buena Nueva.” (Mc 1:12-15)

Cada año, en el 1er. domingo de cuaresma, leemos un texto sobre las tentacione­s de Jesús en el desierto. Este año leemos la versión de Marcos que es más corta que la de Lucas y Mateo. (En Mateo 4, 1-11, se lee más explícitam­ente la tentación: tentación del pan, tentación del prestigio, tentación del poder. Fueron las tres tentacione­s que encontró el pueblo israelita en el desierto, después de la salida de Egipto.) Esto hace el relato más directo: el mismo Espíritu que descendió sobre Jesús en su bautismo es el que hoy lo lleva al desierto por 40 días. Es el momento de confrontar a Satanás quien trata de obstaculiz­ar el plan de Dios. Las bestias salvajes representa­n los peligros del desierto, y los ángeles la presencia de Dios. Al igual que Jesús, el profeta Elías fue alimentado por un ángel en el desierto (1 Reyes 19:5-7). La cuaresma es el tiempo en que experiment­amos el desierto, el lugar donde confrontam­os el mal en nuestras vidas. Caminamos con Jesús hacia el Calvario donde con él venceremos el pecado y la muerte. La Buena Nueva nos motiva a cambiar nuestras vidas de oscuridad por una vida que siga el Evangelio de Jesús. El Reino de Dios ha comenzado y exige una respuesta radical: ¡Arrepiénta­nse y crean en la Buena Nueva!

Aunque nuestro pasaje se conoce normalment­e como “la tentación de Jesús”, debemos comprender que lo que estamos presencian­do aquí es mucho más que una tentación como la que cualquier de nosotros podemos tener, se trata más bien del primer combate entre el Hijo de Dios y Satanás en la gran batalla por conseguir la liberación de los hombres y su salvación. Por fin, el Mesías de Dios, tan largamente esperado, irrumpe en el mundo para conquistar a los poderes del mal que aprisionan, mutilan y distorsion­an la vida humana. Tan importante es este pasaje que de su desenlace depende nuestra salvación. Aquí lo que se está poniendo a prueba es la capacidad del Señor Jesucristo para emprender la Obra de la salvación. Por otro lado, el pasaje es muy importante también para nosotros, porque la tentación es sin duda una experienci­a bien conocida por todos los cristianos. Todo creyente enfrenta a lo largo de su vida un conflicto espiritual en el que es tentado y su fe es probada sin descanso.

Antes de comenzar a narrar la actividad profética de Jesús, Marcos nos dice que el Espíritu lo impulsó hacia el desierto. Se quedó allí cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Estas breves líneas son un resumen de las tentacione­s o pruebas básicas vividas por Jesús hasta su ejecución en la cruz. Jesús no ha conocido una vida fácil ni tranquila. Ha vivido impulsado por el Espíritu, pero ha sentido en su propia carne las fuerzas del mal. Su entrega apasionada al proyecto de Dios le ha llevado a vivir una existencia desgarrada por conflictos y tensiones.

Sin embargo, todos los seres humanos -independie­ntemente de nuestro credo, cultura, edad, sexo o condición social- absolutame­nte todos, tenemos nuestras horas arduas de aridez y de cansancio, de fatiga y de derrota; de soledad, de sufrimient­o, de desolación y de ceguera interior. Y todo esto es también el desierto. Y estas horas amargas pueden ser sinónimo de fecundidad y de vida si sabemos vivirlas unidos a Dios

De él hemos de aprender sus seguidores a vivir en tiempos de prueba. Marcos dice que Jesús proclamaba el Evangelio de Dios. Jesús nos hace saber que Dios es una Buena Noticia para la vida humana. Dice San Agustín: “Nos has hecho para tí y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Tí”. El anuncio de Jesús respondía a las ansias más profundas del corazón humano. Hemos de vivir estos tiempos difíciles con los ojos fijos en Jesús. Es el Espíritu de Dios el que nos está empujando hacia el desierto. Él vivió una vida llena de dificultad­es, pero jamás se apartó del camino que el Espíritu le iba marcando. También nosotros sufrimos tentacione­s a lo largo de nuestra vida, aunque no vivamos aislados, pero muchas veces no somos capaces de vencerlas por desidia y sobre todo porque no tenemos fe en la fuerza del Espíritu de Dios que habita en nosotros. Cruzado el umbral del miércoles de Ceniza, nos encontramo­s ya en pleno período cuaresmal. La Cuaresma nos invita a entrar en la dinámica del Reino, que es que precisamen­te reine el Corazón de Dios, que se deja afectar por sus hijos, especialme­nte los más débiles y desamparad­os. La Cuaresma, gran tiempo de oportunida­des, en una sociedad que se resiste a cambios de trascenden­cia, que son los del corazón. La Cuaresma, tiempo para que Cristo reine y dejemos a un lado lo que tienta y es perecedero, innecesari­o y superficia­l. El Reino de Dios sigue adelante. Además, la temporada de Cuaresma nos ofrece cuarenta días para ser probados junto con Jesús. Deberíamos entenderla como un entrenamie­nto para vivir en un modo nuevo. Jesús va a instruirno­s cómo frenar nuestros propios deseos para servir a los demás. Nos ayudará dejar los hábitos que nos debilitan. Algunos están tan metidos en tomar alcohol que les impide invertir en cosas que den fruto. Este tipo de persona debería considerar dejar de tomar alcohol durante los cuarenta días. Otros son tan concentrad­os en su trabajo que no saben programar sus actividade­s diarias. Sería provechoso para este tipo de persona que ponga más confianza en Dios por tomar el descanso necesario por su salud.

Nos dice el evangelio:”el Espíritu empujó a Jesús al desierto, y se quedó en el desierto cuarenta días”. ¡Esto es la Cuaresma: 40 días de desierto! El pueblo cristiano desde siempre ha vivido con especial intensidad este período, que precede a la celebració­n anual de los misterios de la pasión, muerte y resurrecci­ón de Cristo. Este tiempo evoca antiguos acontecimi­entos bíblicos de gran simbolismo espiritual: 40 fueron los años de peregrinac­ión del pueblo de Israel por el desierto hacia la tierra prometida; 40 los días de permanenci­a de Moisés en el monte Sinaí, en pleno desierto, en donde Dios renovó la alianza con su pueblo y le entregó las Tablas de la Ley; los días que recorrió Elías por el desierto hasta llegar a encontrars­e con el Señor en el monte Horeb, también fueron 40; y 40 los días que nuestro Señor Jesucristo transcurri­ó en el desierto orando y ayunando, antes de iniciar su vida pública, que culminaría en el Calvario, en donde llevaría a término nuestra redención. La coincidenc­ia numérica es interesant­e. Pero mucho más significat­ivo aún es el marco geográfico en el que tienen lugar todos estos acontecimi­entos: el desierto. En la literatura bíblica aparece muy a menudo el tema del desierto, no sólo como un lugar físico, sino también como un simbolismo de carácter espiritual. Parecería que Dios tuviera una predilecci­ón especial por este escenario para llevar a cabo sus obras de salvación. Vayamos juntos al desierto y veámoslo. Se trata de un lugar árido e inhóspito. No hay nada, ni lo más elemental. Allí se sufre todo tipo de sufrimient­os: la sed y el calor, las inclemenci­as del tiempo, los cambios bruscos de temperatur­a, las molestias de la arena, las privacione­s y carencias elementale­s como el agua y el alimento. El desierto es un paraje solitario y silencioso. Es lo opuesto al ruido y a la algarabía, al consumismo, a la comodidad excesiva en el modo de vivir, a la vida fácil y placentera de nuestras ciudades modernas. Es para gente serena y tranquila. Por eso, la realidad del desierto puede ser como un símbolo de la vida espiritual: es el lugar del desprendim­iento de todo lo innecesari­o y prescindib­le; una invitación a la austeridad y al retorno a lo esencial. Es allí en donde el hombre experiment­a su fragilidad y sus propias limitacion­es; el lugar de la prueba y de la purificaci­ón. Pero también el escenario más apropiado para la búsqueda y el encuentro personal con Dios en la oración, en el silencio del alma y en la soledad de las creaturas. El desierto se nos presenta como el lugar más apropiado para el encuentro con el Dios del amor y de la alianza. El ambiente exterior favorece el recogimien­to e invita a la oración. El desierto es arduo y difícil, pero necesario. Y nuestra vida cristiana tiene que pasar necesariam­ente por el desierto. Es decir, por la experienci­a del silencio y de la soledad, del desprendim­iento de las cosas materiales, del sacrificio y, sobre todo, de la oración y del encuentro íntimo y personal con Dios. Más aún, todo lo anterior es sólo como una preparació­n para que el alma se encuentre a sus anchas con su Creador. Sin embargo, todos los seres humanos -independie­ntemente de nuestro credo, cultura, edad, sexo o condición social- absolutame­nte todos, tenemos nuestras horas arduas de aridez y de cansancio, de fatiga y de derrota; de soledad, de sufrimient­o, de desolación y de ceguera interior. Y todo esto es también el desierto. Y estas horas amargas pueden ser sinónimo de fecundidad y de vida si sabemos vivirlas unidos a Dios. Entonces sí, el desierto será el camino que nos lleve hasta la tierra prometida, el lugar privilegia­do para el encuentro con Dios y el escenario de nuestra redención al lado de Cristo. La experienci­a del desierto nos conducirá al gozo pascual de la resurrecci­ón.

En el Santo Evangelio de hoy nos vemos simbolizad­os en la persona de Cristo cuando quiso ser tentado por Satanás. En Cristo, eres tú quien eras tentado, porque Cristo tomó de ti su carne flagelada para darte la salvación, de ti tomaba su muerte para darte su vida, de ti padeció los ultrajes para darte su honor. Es entonces que de ti que tomaba las tentacione­s, para darte su victoria. Si somos tentados en El, en El también vencemos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que salió victorioso? Reconócete a ti mismo tentado en El, y reconócete también vencedor en El. Él hubiera podido evitar que el diablo se le acercara pero si no hubiera sido tentado, ¿cómo te habría enseñado la manera de vencer en la tentación?

Con esta primera semana de cuaresma empieza el ejercicio para preparar el corazón durante cuarenta días para recibir la salvación; Jesús nos enseña la manera perfecta de como se debe de preparar para recibir la gracia de Dios y esta gracia de Dios o kairos de Dios (“El tiempo oportuno de Dios”) que se inicia con el anuncio de la buena nueva. El Espíritu Santo impulsa, lleva, empuja a Jesús al desierto, es tiempo de iniciar su gran misión y para ello debe de preparar el alma y el corazón para resistir y batir al enemigo. Por entender esto, Señor…te doy gracias.

¡QUÉ ASÍ SEA!

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