De cómo murió Zapata (IV)
El coronel Jesús Guajardo estaba muy preocupado. Ladino, Zapata le había exigido que le entregara al general Victoriano Bárcenas como demostración de que sus intenciones de unirse al zapatismo eran sinceras. El 3 de abril de 1919 el coahuilense respondió a la carta del caudillo suriano:
“... Muy estimado Jefe: Respecto a Bárcenas no es posible dar cumplimiento (a su solicitud de aprehenderlo y entregárselo) por encontrarse éste en Cuautla. Otro motivo es que traerá de dicha ciudad 40 mil pesos. Por mi parte he pedido 20 mil cartuchos que me entregarán del 6 al 10 del presente. Una vez reunidos en nuestro poder esos elementos daremos el golpe a Bárcenas. Mientras tanto me permito ofrecer a usted víveres u otros artículos que pudieran hacerle falta...”.
Al parecer Zapata se dio por satisfecho con la explicación de Guajardo, pues el mismo día le dio esta respuesta:
“... Su carta ha sido para mí la confirmación de las referencias que sobre usted me han sido proporcionadas, y no dudo que, como usted me indica, sean sostenidas con hechos. Respecto a los víveres de que me habla, efectivamente estamos escasos. Le agradezco mucho su buena disposición para proporcionármelos. Esté seguro de que recibiré con gusto todo aquello que sea su voluntad mandarme. Ya ordeno a mi gente que no entorpezca el paso de sus arrieros...”.
Pocos días después Zapata envió a uno de sus secretarios, el licenciado Feliciano Palacios, a entrevistarse con Guajardo. Este le mandó a Zapata como regalo, por intermedio de Palacios, un precioso caballo que el general recibió lleno de satisfacción.
El 8 de abril el licenciado Aguilar, hombre de todas las confianzas del general Pablo González, dormía profundamente en su casa cuando un tremendo ruido lo sacó de su sueño. Encendió la luz de la habitación, y lo que vio lo dejó estupefacto: ahí, en su recámara, estaba el coronel Jesús Guajardo montado en su caballo.
-No se me asuste, licenciado -le dijo Guajardo al sorprendido señor-. Nomás vine a decirle que en este momento salgo para Chinameca a realizar el trabajo que se me encomendó.
-Le deseo mucho éxito, mi coronel -acertó a farfullar el abogado.
-No vine a que me desee éxito -respondió Guajardo con tono de amenaza-. No necesito su aliento. Sólo vine a decirle que usted me responde de mi familia. La comisión que llevo es de peligro. Si muero parecerá que traicioné al gobierno, y éste podrá incautar mis bienes, tomar represalias contra mis familiares. A usted le consta que no soy un rebelde, que lo que hago es cumplir órdenes, de modo que lo hago responsable de la suerte de los míos. Aunque yo muera alguien se encargará de vigilar que usted me cumpla.
-Vaya usted sin cuidado, coronel -contestó Aguilar-. De la seguridad de su familia y de su bienestar futuro yo me encargo.
Sin más palabras y sin despedirse salió Guajardo a cumplir su comisión. Aquella comisión no era otra que la de matar a Emiliano Zapata.