Divisionismo y perversionismo
La elección federal del próximo año representará, sin duda, la definición del rumbo político y social que tomará nuestro país por mucho tiempo más, por tal motivo ríos de tinta han hecho correr los analistas políticos, críticos y periodistas intentando descifrar los entramados políticos y hasta vaticinar los resultados de esa elección. Por desgracia, lo único predecible de la misma lo es que se desarrollará en un clima de extremo divisionismo social, lo que la hace por demás incierta, así que desde ahora me atrevo a decir que ni el más erudito en el tema tiene ni una mínima idea de lo que será la próxima elección en nuestro país.
Y es que, ahora más que nunca, las divisiones en la sociedad mexicana han logrado despertar marcadas diferencias entre los miembros de la Administración pública, el sector obrero, los campesinos y los grupos empresariales, incluso, entre las mismas entidades que conforman al Estado mexicano. Todo esto, por consecuencia de la nueva política ejercida desde arriba, la cual no cesa de ahondar en las diferencias sociales como estrategia electoral.
En consecuencia, esta división empieza a obligarnos a ser parte de esta absurda polarización, incluso de manera cada vez más rígida, lo que, sin duda, será palpable en las próximas elecciones. Es decir que, de seguir en esta dinámica, los mexicanos llegaremos al extremo de sentirnos obligados a formar parte de cualquier grupo social, y favorecerlo por lo menos con nuestro voto, aun sabiendo que este grupo afectará decididamente a los otros, o lo que es igual, tendremos que elegir a candidatos distintivos de cada gremio, los cuales cuidarán únicamente los intereses del grupo que los impulsa, una vez en el puesto.
Entonces, tendremos candidatos exclusivos del empresariado, del sector obrero, del campesino y hasta de entidades o regiones con mayor desarrollo económico, pero golpeadas por los recortes fiscales, o por falta de atención de la Federación por la inseguridad y crisis económica, o bien, hasta de los que acusen malos resultados en los estados. Todos ellos, con nulo ánimo de alcanzar el tan necesario bien común o bien general de todo un país.
La consecuencia será que el sector de la población que pierda en la elección, deberá aceptar las acciones del otro que logre alcanzar la mayoría, incluyendo la Presidencia de la República, decisiones o acciones, que sin duda serán poco favorables a los perdedores, o hasta lesivas. ¿Le parece absurdo? Pues debo decirle que esto ya sucede ahora, y como prueba basta escuchar al jefe del Ejecutivo, cuando no duda en sentenciar que para su administración, lo único importante son los más pobres, o bien, cuando decide repartir mayor presupuesto a entidades del sur, sin importar los recortes presupuestales a los estados del norte.
Entonces, con todo lo anterior, empieza a tomar sentido el nuevo discurso del Presidente, el cual -contrario a lo que proclamó todo el tiempo de campaña- ahora le apuesta al reduccionismo, es decir, ahora propone reducir las opciones políticas solamente a derecha e izquierda o liberales y conservadores, lo que nos lleva a pensar que AMLO es consciente de las consecuencias que traerá su política divisionista, principalmente para su proyecto.