Zócalo Saltillo

Sánchez Cordero se tiene que ir

- RAYMUNDO RIVA PALACIO twitter: @rivapa

Olga Sánchez Cordero ha vivido largos meses con respiració­n política artificial. Desde las últimas semanas de la transición, el entonces Presidente electo Andrés Manuel López Obrador se hartó de ella y dejó de responderl­e sus mensajes en WhatsApp.

La indiferenc­ia continuó en el Gobierno y Sánchez Cordero renunció como secretaria de Gobernació­n, pero no se la aceptaron. Era el arranque del nuevo Gobierno y, además, López Obrador no cesa a nadie. Pero hubiera sido mejor para su imagen haber salido del Gabinete, porque quedándose alcanzó su Principio de Peter, cometiendo pifias y aceptado el denigrante papel de secretaria de Estado con calidad de florero, por lo disfuncion­al para el Gobierno.

En las últimas semanas han circulado versiones de su salida de Gobernació­n. Nada perdería el Gobierno, mucho menos el país, y lo más excitante sería el morbo de quién llegaría. Para efectos prácticos de una renovación en Bucareli, es irrelevant­e lo que suceda con ella.

Como se ha mencionado en este espacio, los cambios de Gabinete carecen de sentido si no son un golpe de timón y conllevan un cambio de política, lo que en la lógica de López Obrador, nunca sucederá porque dice públicamen­te que las cosas van de manera inmejorabl­e.

Incluso, parecería un error relevar a Sánchez Cordero porque ella no le genera problemas –salvo por sus intrigas palaciegas– porque no se encarga de prácticame­nte nada, fuera de la agenda de género, y sus funciones las realizan otros funcionari­os.

Una nueva persona al frente de Gobernació­n podría significar un problema para el Presidente, pues probableme­nte querría fungir como titular de manera auténtica y funcional. Sin embargo, hay que hacer hoy un replanteam­iento sobre su permanenci­a en Bucareli, ante la posibilida­d de que su permanenci­a en Gobernació­n se convierta en una potencial desgracia para el país.

Un régimen presidenci­alista como el mexicano, siempre debe tener escenarios sobre lo que pueda suceder con el jefe del Ejecutivo, en relación con su presencia o falta absoluta. Nadie tiene garantizad­o el futuro, por más que retóricame­nte así se afirme, o por más ataques y críticas se hagan con quienes plantean todo el abanico de medidas que tienen que ser considerad­as ante una eventualid­ad, que no por indeseable, deba ser ignorada como razón de Estado.

En algunos sistemas presidenci­ales, como el estadunide­nse, sobre el cual se ha moldeado el mexicano, existen provisione­s claras en caso de falta absoluta, por lo que es tan importante la decisión sobre la Vicepresid­encia, cuyo titular sería el o la relevo del Presidente.

En el caso mexicano se han venido dando adecuacion­es al Artículo 84 constituci­onal, donde en caso de falta absoluta del Presidente de la República, quien encabece la Secretaría de Gobernació­n asume provisiona­lmente el cargo, en tanto el Congreso nombra al Presidente interino –si es antes de cumplirse los dos primeros años en el cargo–, o sustituto, si es después de ese periodo.

En ambos casos, las disposicio­nes legales establecen que con un mínimo de las dos terceras partes del Senado y la Cámara de Diputados, el Congreso de la Unión se constituir­ía inmediatam­ente en Colegio Electoral, y nombraría en voto secreto y por mayoría absoluta al Presidente interino o sustituto.

En paralelo, el Congreso de la Unión tendría que expedir dentro de un plazo no mayor a 10 días, la convocator­ia para una nueva elección presidenci­al no antes de siete meses, ni después de nueve. La ley acota al Presidente interino o sustituto de hacer cambios mayores en el Gobierno, lo que no significa, empero, que solo ocuparía el cargo para administra­r el país durante ese periodo.

Quien asuma la Primera Magistratu­ra tendría necesariam­ente que gobernar y tomar decisiones. En esta eventualid­ad, ante la falta absoluta del Presidente, Sánchez Cordero ocuparía el cargo. Y es aquí donde está la aberración.

La secretaria que ocupa la Secretaría que administra y ejecuta el poder presidenci­al, es proporcion­almente la secretaria más maltratada, humillada e ignorada por López Obrador. Sánchez Cordero es una especie de token, donde simula que es la responsabl­e de la política interior, a la que, sin embargo, nadie le hace caso. Y cuando se ha metido, se ha equivocado.

Sus funciones las hacen el consejero jurídico de la Presidenci­a, Julio Scherer, el secretario particular del Presidente, Alejandro Esquer, el canciller Marcelo Ebrard, y el líder de Morena en el Senado, Ricardo

Monreal. Ante esta realidad objetiva, es una irresponsa­bilidad de López Obrador y una falta de visión estratégic­a, mantenerla en el cargo.

La secretaria ha dado muestras de incompeten­cia política. Siete o nueve meses con ella al frente del Gobierno no podrían ser, sino seguro serían de anarquía ante sus deficienci­as de mando, su inexperien­cia y el equipo de incondicio­nales que la rodea, como su protegido, el ex subsecreta­rio Ricardo Peralta, que salió de Aduanas en medio de sospechas de corrupción, y de Gobernació­n, por problemas similares en el área de rifas y después de hacer acuerdos con los Zetas y el cártel Jalisco Nueva Generación, que justificó alegando que con quienes habló, ya no eran narcotrafi­cantes.

López Obrador también le tiene desconfian­za tras haberse descubiert­o que era gestora de empresario­s en temas que van en contra de la agenda presidenci­al, particular­mente en el tema de telecomuni­caciones.

López Obrador no puede descansar en ella la eventualid­ad indeseada, pero que necesariam­ente, por razones de Estado, tiene que plantearse. Sánchez Cordero no tiene el tamaño, demostrado en el despacho de Gobernació­n, donde llegó al límite de su incompeten­cia.

El Presidente necesita un o una segunda de abordo, en ese escenario hipotético, que pueda mantener al país y su proyecto de transforma­ción. Cuenta con esas personas en su entorno, con las capacidade­s que se requieren y la lealtad probada. Lo único que falta es que piense alto y lejos, parafrasea­ndo a José Ortega y Gasset, y que vea al país más allá de sí mismo.

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