Acoso escolar
Bastante lamentable y preocupante se torna la ola denuncias expuestas por un buen número de alumnas y exalumnas, de diversos colegios particulares y universidades públicas en nuestra entidad, en las cuales revelan sin temor a equivocarse, que todas ellas se consideran víctimas de acoso sexual por parte de maestros y compañeros en sus centros educativos.
Los recientes casos denunciados por esta causa, suscitados en colegios tradicionales de Saltillo y Torreón, así como en la escuela de bachilleres Ateneo Fuente y Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Coahuila, han quedado demostrados con sendos testimonios de varias mujeres que tienen en común haber sido víctimas o testigos de acoso sexual a manos de docentes. Testimonios que por ninguna causa pueden ser desestimados por las autoridades educativas y mucho menos por los ciudadanos coahuilenses.
Y es que, para quien suponga que la conducta de las estudiantes que se sienten agraviadas pudiera ser un exceso, debo decirle que este fenómeno del acoso se ha venido incrementando en todas las áreas de la vida cotidiana en nuestro estado, según lo demuestran las cifras dadas a conocer por el Secretariado Nacional de Seguridad Pública, el cual informa que desde enero del año pasado, los delitos contra la libertad sexual se incrementaron 28% en Coahuila, por lo que en nada debe sorprender que de igual forma este incremento se reproduzca en las escuelas de nuestro estado.
Los patrones que muestran estos casos denunciados por las alumnas de los centros educativos en la entidad son muy parecidos, dado que se perpetran en lugares comunes como lo son las aulas de una escuela, en donde se da una cultura fuerte de subordinación disfrazada de disciplina, en la cual el maestro por ser autoridad, puede permitirse bromas pesadas contra los alumnos, a lo que no les queda de otra que tolerarlas y aplaudirlas para evitar castigos. Es decir, que los abusos en su mayoría, eran asumidos por las víctimas como martirios ineludibles que había que soportar en silencio. O, igual de grave, como inevitables humillaciones que terminaban asumiendo también en aras de la supuesta disciplina del plantel.
El caso es que, hasta ahora en nuestro estado, esta subordinación escolar ciega, sigue formando parte de lo habitual en muchas universidades y escuelas. Y me refiero a comentarios inapropiados en las aulas, insinuaciones y hasta tocamientos en salidas de campo hasta llegar a los infames chantajes a mujeres que dada su inexperiencia y juventud viven en situación vulnerable, en los que se les plantea acceder a las pretensiones sexuales del docente agresor a cambio de una buena calificación. Además y por desgracia, todas las víctimas han constatado que sigue siendo vigente la invitación por parte del personal de los colegios al silencio y la resignación.
Entonces por lo anterior, los coahuilenses ante estas denuncias, lejos de hacernos los sorprendidos debemos reconocer y acompañar a estas jóvenes que se atrevieron a llamar las cosas por su nombre. Dado que es una muy buena noticia. Es acoso. Es violencia de género y es, sin duda, un paso significativo para erradicar de las aulas ese detestable conjunto de conductas que por años se asumieron como normales, aun a sabiendas de las profundas heridas que muchas de nuestras compañeras mantienen abiertas.