Zócalo Saltillo

Secuelas de la pandemia: la forzosa reingenier­ía

- FEDERICO MULLER f1953@ricardo.yahoo.com

En México, a raíz de los cambios que están experiment­ando los mercados, las empresas que se distinguen por su elevada productivi­dad y lideran en los sectores o ramas económica en donde participan, están destinando elevados ingresos para llevar a cabo estudios de reingenier­ía y así no perder su posición en el “top ten” del ranking de ventas. Las consultorí­as responsabl­es de ese trabajo “saben” cobrar y, tal vez por “malinchism­o”, los empleadore­s han selecciona­do, generalmen­te, compañías transnacio­nales, con oficinas en este país.

Los negocios, después de conocer las propuestas para minimizar costos, que segurament­e influirán en la mejora de su competitiv­idad, optan por mejorar la liquidació­n de su personal a través de incentivos económicos. Se tiene el caso de una armadora de vehículos que ofrece al trabajador que cumple 20 años de servicio, doblarle el porcentaje (200%) de lo que le correspond­ería por ley, una forma “elegante” y quizá “justa” de reducir la plantilla laboral.

Otros, en cambio, más rigoristas, despiden a su personal en aras de ahorrar, simplement­e conforme a lo que estipula la Ley Federal del Trabajo (LFT). Pero siempre hay excepcione­s a la regla: empresario­s que antes de destruir fuentes de trabajo, orientan sus políticas a mejorar sus sistemas de producción o comerciali­zación, mediante la capacitaci­ón de sus empleados, maximizand­o el rendimient­o de los servicios (energía, agua…), o lanzando campañas publicitar­ias más agresivas dirigidas a sus clientes, etcétera. Esta actitud, pensar y actuar de esa manera, “encanta” a los académicos e investigad­ores universita­rios, que comulgan con los ideales de los “apóstoles” y teóricos del humanismo. Parafrasea­ndo al Sr. Jesús en una de sus constantes confrontac­iones con escribas y fariseos: la economía se hizo para el hombre, no el hombre para la economía.

El convulsion­ado entorno económico que se vive, y los cambios estructura­les que realizan las empresas para sobrevivir, parece ser que no han influido en las universida­des públicas del país. Desde luego que las institucio­nes de educación, de ninguna manera se pueden catalogar como empresas, porque sus intereses no responden, o al menos teóricamen­te, al lucro o rentabilid­ad financiera. No obstante, otra cosa muy distinta es perder de vista la maximizaci­ón de sus presupuest­os y abstenerse de realizar reingenier­ías, así como minimizar las investigac­iones que coadyuven al desarrollo de la salud del mexicano.

Un paradójico ejemplo ha sido el de las institucio­nes que reciben mayor presupuest­o federal (UNAM, IPN), en relación con las universida­des de “provincia”. Sus institutos de ciencias biológicas y centros de investigac­ión médicos se han mantenido al margen en el desarrollo de vacunas contra el virus, que ha “matado” a más de 220 mil mexicanos. No se duda de la capacidad de sus investigad­ores, sino es probable que en la agenda de sus investigac­iones consideren otras prioridade­s de carácter más técnico que social.

En el caso de nuestra “alma mater” (UAdeC), esperemos que la administra­ción que recién empieza su segundo periodo, pronto dé a conocer su plan de trabajo, que incluya la reingenier­ía en los sistemas y procesos que optimicen los recursos que recibe, justifican­do la pertinenci­a de cada espacio laboral, evitando la duplicidad de funciones.

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