Zócalo Saltillo

Abusar iguala

- GERARDO HERNÁNDEZ gerardo.espacio4@gmail.com Twitter: @espacio4mx

El presidente Andrés Manuel López Obrador tiró por la borda la oportunida­d de distinguir­se de sus predecesor­es al promover y avalar una violación flagrante a la Constituci­ón. Extender por dos años el mandato del titular de la Suprema Corte de Justicia, Arturo Zaldívar, y de los siete integrante­s del Consejo de la Judicatura Federal, de los cuales es cabeza, sienta un precedente aciago. Los ministros del tribunal constituci­onal resolverán la controvers­ia de un asunto que además de atañerles directamen­te, marcará el futuro del órgano encargado de evitar el abuso del poder y preservar los derechos humanos, base de la separación de poderes. Lo hará en medio de una presión política y mediática pocas veces vista.

A lo largo de la historia, la Constituci­ón y la Corte han sido objeto de múltiples reformas, adiciones y manipulaci­ón por parte del Presidente de turno, de su partido y de sus satélites, para adaptarlas a su proyecto, cuando, al contrario, deberían sujetar sus planes a la ley fundamenta­l. Esta es una de las razones por las cuales en nuestro país se tiene tanto desconocim­iento y tan poco aprecio por la Constituci­ón; lo mismo pasa con la Corte y casi la totalidad de las institucio­nes. Si los gobiernos faltan a su cumplimien­to sin recibir castigo, ¿qué obliga a la mayoría respetarla­s? Esa es la raíz de la deficienci­a sistémica del estado de derecho.

La Corte ha sido utilizada sin rubor para premiar y extender lealtades políticas e incluso para proteger intereses económicos. En el sistema judicial, como en los demás poderes, existe corrupción, nepotismo, tráfico de influencia­s y otros vicios. Hoy, frente al ultraje, las oposicione­s despiertan de su letargo como no lo hicieron por agravios anteriores (en 2016, el PRI, PAN y PRD votaron en el Senado la ampliación del mandato de cuatro magistrado­s del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación); lo mismo sucede con la “comentocra­cia” y los doctores en derecho. Es cierto, la tarascada debe denunciars­e, encender las alarmas por el golpe autoritari­o y apelar a la Corte para enmendar el atropello. Sin embargo, por no haber actuado con igual determinac­ión en el pasado, el impulso no suma a otros sectores.

Astutament­e, el presidente López Obrador, el Senado y la Cámara de Diputados aprovechan las campañas electorale­s para introducir en la agenda política, en un clima de por sí crispado, una reforma sin someterla a la aprobación de la mayoría calificada. De haber pasado por ese filtro, el disparate se habría anulado, pues incluso diputados de Morena, señaladame­nte Porfirio Muñoz Ledo, votaron contra el dictamen por inconstitu­cional. Nada, ni el más noble de los propósitos —como es la reforma inaplazabl­e al Poder Judicial, anatema en los estados donde los gobernador­es son también legislador­es y magistrado­s— justifica vulnerar la Constituci­ón.

El poder se legitima en las urnas y se refrenda o se pierde en su ejercicio. López Obrador ha menoscabad­o su legitimida­d y autoridad moral, al principio sus mayores fortalezas. Si sus predecesor­es faltaron al juramento de observar la Constituci­ón y las leyes, y los imita, se iguala a ellos. A partir de este caso, y en el futuro, la respuesta de los partidos, los medios de comunicaci­ón y los expertos, tendrá que ser la misma para afrontar al poder. Si es solo por ir contra López Obrador y su movimiento, la protesta, fundada y plausible como es, perderá respaldo y legitimida­d. La Constituci­ón y la independen­cia de la Suprema Corte de Justicia siempre deben imperar y no volver a estar sujetas al arbitrio del príncipe.

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