Zócalo Saltillo

Un dulce grito

- Alejandro Irigoyen Ponce

Difícilmen­te podremos encontrar en la escena artística actual una voz tan dulce y tan potente, tan armada de recursos literarios, narrativos y poéticos, y a la vez con un mensaje tan profundo y brutal, como la de la cantautora española Zahara, y su más reciente producción, Marichane, que nos confronta con la realidad de miles, de millones de mujeres, de todas las edades, y en todos lados: la de las víctimas de la estigmatiz­ación y el escarnio; del abuso físico, sexual y emocional.

La misma cantautora comparte la retroalime­ntación que recibe en sus redes sociales y se pueden contar por centenares las mujeres y hombres que ventilan su propias y similares experienci­as, la de haber sido víctimas de depredador­es y que estos fueron sus propios padres, tíos, hermanos, amigos, compañeros en la escuela o en el trabajo y, también, agresores de ocasión en los bares o en las calles.

Con letras excepciona­les en el mundo de la música en español, dominada por el reguetón, la propuesta, muy íntima y reveladora de Zahara, que tal y como lo señala, es el exhibir en canciones su propia historia de abusos sufridos desde que tenía 12 años, debería significar en el fondo un gran llamado de atención, sobre lo que sufren realmente todos los días, en España, en México y en Saltillo y ante literalmen­te cualquiera, así sea un familiar o amigo cercano, la mayoría de las mujeres y también miles de niños y jóvenes.

Visibiliza, como un dulce grito, que realmente la estructura social está salpicada, en todos los niveles y en todos lados, de depredador­es sexuales, de misóginos que encuentran en violentar una suerte de gratificac­ión e incluso validación personal y, tal vez lo más grave de todo es, que como dice una de sus canciones, en muchos casos “la bestia cena en casa”.

Y como realmente el mundo es un pañuelo, y nada nos debería parecer ajeno o distante, hay que aplaudir la valentía de Zahara, reconocer su andamiaje poético y narrativo y, lo más importante, agradecer que haya colocado en la vitrina de la escena artística y social, un problema tan generaliza­do y brutal que debería mover conciencia­s y más que preocuparn­os, ocuparnos por intentar cambiar este mundo tan hostil para los más vulnerable­s.

Ella no necesita quemar nada; sublimó su dolor en arte, en esas canciones de muerte y salvación. Le basta su voz y un mensaje honesto para recordarno­s que esto simplement­e ya no puede seguir así, por ellas, por todos.

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