Un cristal muy frágil
La historia de Fátima Guadalupe, de solo 12 años, va más allá de una decisión personal, para muchos incomprensible, o de un drama familiar. Es, por desgracia, una aproximación a las entrañas de una generación cuyo presente y futuro les vale un pepino, no solo a las autoridades de los tres órdenes, sino en su entramado más profundo, a la sociedad entera.
La niña se debate entre la vida y la muerte tras haber ingerido raticida y nadie podría precisar hoy si solo fue un berrinche y una forma de “castigar” a sus padres por no haberle comprado unos cacahuates o si realmente pretendía matarse.
Es ciertamente una historia absurda el que una niña pretenda acabar con su vida por unos cacahuates, pero también lo son las de los menores que se suicidaron porque falló el internet o sus padres les quitaron el celular. De este tipo de dramáticas historias está salpicada la cotidianidad.
Hay quien caracteriza a los que nacieron con el siglo como una generación de cristal; que son inseguros, inestables, de carácter débil, emocionalmente muy frágiles y, especialmente, que carecen de tolerancia ante lo que no resulta como y cuando quieren.
Generación de cristal, una mera etiqueta. Lo cierto es que a la sociedad en su conjunto y, por supuesto, a las autoridades de los tres órdenes les importa muy poco lo que sucede con estos miles, millones de niños y jovencitos que, ante los entornos familiar, social y escolar adversos, han perdido su capacidad de concebir un futuro, el que sea, y por ello se agotan permanentemente en el presente.
Son ávidos, insaciables buscadores de gratificación instantánea, ya sea en los videojuegos, en las redes sociales o, en el caso de Fátima Guadalupe, unos cacahuates que se volvieron, por alguna razón, más que una necesidad imperiosa e impostergable, el detonante de algo más profundo, algo que tal vez ni siquiera ella misma sepa con certeza qué es.
En la forma, en las etiquetas, serán de cristal, pero en el fondo, son las víctimas de un entramado social que perdió, y desde hace mucho, los valores tradicionales que se inculcaban en el seno familiar; que perdieron también asideros de una convivencia sana y segura, y, por supuesto, que perdieron la visión de futuro por el contexto económico tan hostil en el que la mayoría sobrevive.
Son de un cristal muy frágil, ya que pocos, por no decir nadie, se han preocupado en las últimas décadas de asegurarles algo más que un presente francamente desesperanzador.
Pobre Fátima, tan frágil; pobre familia y pobre sociedad en la que estamos inmersos y para la cual, en los hechos, esta niña y miles, millones más, resultan meras estadísticas, y sus historias, más allá del drama familiar, meras anécdotas que se olvidan en cuestión de horas.