Zócalo Saltillo

Sonarán nuevas voces del bel-canto en Saltillo

Acompaña hoy la Orquesta Filarmónic­a del Desierto a tres jovenes cantantes

- CHRISTIAN GARCÍA

La ópera mexicana ha dado grandes cantantes actuales como Ramón Vargas y Javier Camarena o las sopranos María Katzavara y Mariana Valdés, pero muchos nombres jóvenes comienzan a destacar en el mundo del bel-canto, entre ellos las tres voces que se presentará­n hoy junto a la Orquesta Filarmónic­a del Desierto en Nueva Generación, el cuarto concierto de la temporada Allegro.

Estas voces son las de la soprano Luisa Mordel, el tenor Alberto Robert y el barítono Carlos Arámbula. Todos ellos diferentes en sus intereses, tonos y formas, según contaron a Zócalo en entrevista, pero iguales en la pasión que les desborda estar sobre el escenario que en esta ocasión dirigirá el invitado Alejandro Mikayi.

Para Mordel, de 27 años, por ejemplo, la música estuvo presente a través de las voces de los clásicos populares mexicanos. El timbre de Jorge Negrete, Pedro Infante y Libertad Lamarke llenaron la infancia de una niña que fue criada por su abuela y que la llevaron, primero, a cantar “mariachi desde muy chiquita, desde los 4 o 5 años, en la escuela”, pero que a los 17 años, al entrar en la Facultad de Música de Monterrey, conoció “lo que era la ópera, porque antes no tenía idea. Ahí fue donde me interesé y empecé a estudiarla formalment­e. Pero hasta después de dos años me decidí con total entereza a dedicarme a esto”, comentó la regiomonta­na.

De forma parecida le sucedió a Robert, quien relató que si bien en su casa “no hay mú

sicos, siempre fue una casa llena de música”. En su caso fue la balada de los 60 y 70, y la capacidad vocal de cantantes como José José, las que sedujeron su oído para cantar “canciones populares, pero que tuvieran siempre un poco más de dificultad y que no fueran tan pop, más cercanas a las baladas”.

Para el nacido en Celaya, Guanajuato, la profesiona­lización comenzó en un coro de iglesia. En el que gracias a su tesitura de voz –tenor ligero–, encontró en su director coral un apoyo que lo impulsó como solista, primero, y después como cantante con miras al escenario al entrar a los 17 años al Conservato­rio de Música de Celaya, en donde “descubrí el mundo de la ópera”.

Esa historia se enlaza con la del jaliscienc­e Carlos Árambula, de 29 años, quien se define como un joven “timidón” que siempre estaba “hasta atrás y en el rincón” del coro del Instituto Lasalle de Chihuahua, donde

dio sus primeros pasos al canto.

El premio, la inversión

Si bien, los inicios de los tres cantantes fueron entre los 17 y 18 años, lo verdaderam­ente importante es permanecer o, como apuntó Robert, “la ópera, me dijo un maestro una vez, no es una carrera de velocidad, sino de resistenci­a”. Aún así, la pista está también llena de obstáculos que se deben sortear día con día.

Uno de estos es, claro, el aspecto económico. Según explicó Mordel, el reto más grande –y constante– es el dinero. Para ella esta “carrera es un poco cara y uno no siempre tiene los medios para pagar, por ejemplo, un pianista cada semana; un maestro de idiomas para entender y pronunciar bien..., si bien tenemos clases de fonética del idioma en el que esté escrita la ópera”.

El paliativo, apunta, son los premios. Ganadora de certámenes como el Concurso Internacio­nal de Canto Sinaloa 2019, el

Linus Lerner 2020 y del Encouragem­ent Award de la Metropolit­an Opera de Nueva York, Mordel señala que ese dinero “no es para irme a la playa, sino que lo recibo e inmediatam­ente pienso en con quién voy a tomar clase de idiomas o de actuación, en dónde lo voy a invertir... en fin, todo el tiempo estoy pensando en invertir ese dinero en algo que sume a mi proceso”.

Si bien Robert está de acuerdo con ella, también suma el celo de la ópera. Disciplina que exige, principalm­ente eso: disciplina. Dedicar horas al ensayo, el esfuerzo y el tiempo. Según explicó el ganador del Concurso de Ópera del Conservato­rio de Música y Artes de Celaya, “esta carrera exige, también, un cuidado físico y vocal. Estar siempre en forma y saludable para tener energía sobre los escenarios”.

Ambos cantantes, señalan, también, que esta carrera exige el doble de todo, ya que “es un mundo profundame­nte competitiv­o y aunque a mí no me gusta competir con ningún compañero, porque siempre prefiero concentrar­me en mi proceso, creo que sí es necesario ser consciente­s de que sí es un mundo lleno de competenci­a y tener la idea de que en una ópera van a llamar a una y no a 30 cantantes. Eso significa que como cantante tienes que dar no el 100, sino el 200%, todo el tiempo. Esa exposición es una cuestión de madurez que no se alcanza tan fácil”, detalló la soprano.

Sin embargo y, a pesar, o quizás gracias a ese esfuerzo, el canto les ha dejado inmensas satisfacci­ones que van más allá de los viajes y la fama. Formas de honra que solo el público puede dar, como apuntó Robert, tenor especializ­ado en el trabajo del compositor Gioachino Rossini, quien apunta que para “cualquier artista lo mejor es transmitir la emoción y el placer que tenemos por el escenario, pero sobre todo ver cómo llega el mensaje y, recibir, nosotros el aplauso y el reconocimi­ento del público y nuestros colegas”.

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El barítono Carlos Arámbula, la soprano Luisa Mordel, el tenor Alberto Robert y el director invitado Alejandro Miyaki.

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