Todo menos austero
Al entender las demandas que habrá sobre el gasto público de cualquier gobierno en las próximas décadas, constatamos el criminal desperdicio de recursos que provienen del pueblo de México.
Al ahorrar posponemos consumo y al endeudarnos lo anticipamos. En un caso nos comeremos mañana el ingreso de hoy, en el otro nos comemos hoy el ingreso de mañana. Si incluimos a Pemex y CFE, este Gobierno ha incrementado la deuda pública en forma alarmante.
En vez de pagar un impuesto, una empresa (o individuo) podría usar esos recursos para invertir -expandirse, adquirir tecnología, contratar personalo podría repartírselos a los accionistas como dividendo. Éstos podrían decidir si lo gastan, dándole un ingreso a quien les provea algún bien o servicio, o lo ahorran. Una pregunta importante, entonces, es si este gobierno gasta mejor que las empresas e individuos esos recursos que les quita como impuestos. Hoy la respuesta es un resonante “no”.
En EU se aprobó invertir un millón de millones de dólares para modernizar infraestructura: energía limpia, puertos, aeropuertos, puentes, carreteras, acceso ubicuo a banda ancha, etcétera. Esa inversión pública detonará inversión privada alrededor de la modernización anhelada. Cuando se hizo el aeropuerto de Atlanta o se expandió el puerto de Nueva Orleans, el sector privado invirtió varias veces más que el gobierno, aprovechando esa oportuna infraestructura. Ningún proyecto emblema de la 4T tendrá ese atractivo. Se construye un aeropuerto insuficiente, ineficiente y mal comunicado; una refinería que no necesitamos y donde no tiene sentido; y un tren que será una máquina de perder dinero. ¿Cuánta tensión se le hereda al Ejército que en lo sucesivo tendrá que pedir cuantiosos recursos para cubrir las pérdidas que esta obra inútil generará?
Este Gobierno se autodefine como “austero” y ha sido todo menos eso. Ha tirado decenas de miles de millones de dólares cancelando obras que sí tenían sentido, como el NAIM. Ha ahuyentado inversión nacional y extranjera, como la que incluso favorecía a Pemex y CFE. Gasta en consultas absurdas, como la de Revocación de Mandato, y tira miles de millones en sueldos a burócratas que, si bien están mal compensados nominalmente, reciben pagos que en mucho exceden su capacidad profesional.
La eficiencia en el gasto importa más que nunca. Vienen retos enormes, como la “descarbonización” de la economía. Se estima que de aquí a 2050 la humanidad tendrá que invertir 5 millones de millones de dólares cada año para lograr detener el cambio climático. En México el gobierno simplemente no tiene con qué modernizar su sector energético. Ya no se trata de ideología sino de pragmatismo.
Nuestra población envejece y crecerá el costo de proveer salud y cuidado a adultos mayores que no deben ser dejados a su suerte, como pasó al quitar el Seguro Popular. Necesitamos invertir en educación pública de calidad para incorporar a nuestros jóvenes a la extraordinariamente disruptiva revolución digital que tantas oportunidades presenta. Debemos ayudarles a muchos que quedarán permanentemente marginados del nuevo mercado laboral.
Necesitamos a mexicanos talentosos y bien remunerados en el Gobierno. Un Congreso que pasa un presupuesto sin moverle una coma no hace el trabajo que el pueblo le encomienda. El “decretazo” que impide rendición de cuentas es inmoral. Urgen transparencia y contrapesos. Darle tanto dinero al Ejército, en medio de opacidad total, garantiza corrupción y prostituye a una institución indispensable. ¿Será por eso que el secretario de Defensa se manifestó devoto de la 4T?
Fomentemos competencia, sacando al gobierno de actividades donde no tiene por qué estar. Privaticemos a Pemex y a la CFE, aunque eso parezca impensable. Hoy nos ahorraríamos varios puntos del PIB, pero ese costo nos acabará devorando.
Tenemos los recursos y el talento para detonar prosperidad y para ofrecerle oportunidades a nuestra gente. Empecemos por dejar de tirar a la basura dinero que nos urge para construir un mejor futuro.