Zócalo Saltillo

3 años: con el Ejército todo, sin el Ejército nada

- CARLOS LORET DE MOLA

El Presidente delinea la segunda mitad de su mandato: está en campaña. De vuelta al Zócalo tan suyo, tan lleno de gente, en su mejor forma, donde se siente más cómodo, más auténtico, más él. Un gobierno que solo tiene palabras, necesita permanente­mente el discurso. Y en el Zócalo, a falta de resultados, sobran arengas.

Como el Presidente está en campaña y así estará los tres años que le quedan, el Gobierno ya lo dejó encargado al Ejército. Con el Ejército todo, sin el Ejército nada. El Vicepresid­ente se llama Luis Crescencio Sandoval, general secretario de la Defensa Nacional. Él está encargado de todo: hacer obras, repartir medicinas y vacunas, llevar gas a los hogares, combatir a los delincuent­es, hacer cuarteles para la Guardia Nacional, construir las sucursales del banco más extenso de México para repartir los programas sociales. Mientras su jefe habla, él trata de seguirle el ritmo. Capricho a capricho. Ocurrencia a ocurrencia. El discurso de los tres años fue un listado de agradecimi­entos a todo lo que los militares hacen. La defensa a ultranza de la militariza­ción del país tiene su momento cumbre cuando un presidente, a gritos, dice que el Ejército en nuestro país es fruto de la Revolución Mexicana, que no deriva de las élites como en otras naciones, que no es parte de la oligarquía, y que los soldados son pueblo, pueblo uniformado.

Sin el Ejército, el Presidente no puede hacer campaña. Y en la sucesión presidenci­al le va todo: ya se dio cuenta de que su lugar en la historia será definido en buena medida por quien lo suceda en el poder. Enderezar su pretendida transforma­ción y encumbrarl­o hasta la categoría de héroe nacional, o revisar sus barbaridad­es, abrirle expediente­s y condenarlo al basurero de la historia.

En franca campaña y con los militares detrás, en el Zócalo dejó su estrategia para el resto del sexenio: viene la versión más dura de López Obrador. Se acabó el esfuerzo por simular que era tolerante, dialogante, que extendía la mano, que estaba interesado en escuchar al otro. El Presidente nunca se sintió a gusto en una mesa de negociació­n. Lo suyo es la imposición. Y ya lo dejó claro: para él, nada se logra con medias tintas. Lo dijo con todas sus letras: el presidente no se va a correr al centro, él es de izquierda. Y su interpreta­ción del ser de izquierda consiste en radicaliza­rse, taparse –aún más– ojos y oídos. Para AMLO, llegar a un entendimie­nto con el otro no es una virtud democrátic­a sino una tibieza de los flacos de espíritu.

El Presidente tiene su estrategia de campaña: polarizar y dividir a la oposición. Y tiene blindaje por si llega a perder la elección del 2024: él será el eterno comandante supremo de las fuerzas armadas, que estarán agradecida­s hasta su último suspiro con “el general” Andrés Manuel López Obrador.

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