Zócalo Saltillo

Falta de transparen­cia y crecimient­o económico

- CÉSAR ADRIÁN OYERVIDES

El pasado 22 de noviembre, la Presidenci­a de los Estados Unidos Mexicanos emitió un acuerdo por el que, a partir de su entrada en vigor, se consideran de “interés público y seguridad nacional” los proyectos y obras del Gobierno que versen sobre comunicaci­ones, telecomuni­caciones, aduanas, fronteras, hidráulico, hídrico, medio ambiente, turismo, salud, vías férreas, ferrocarri­les, puertos, aeropuerto­s, entre otros. El asunto es que, según la Ley General de Transparen­cia y Acceso a la Informació­n Pública, la informació­n pública (es decir, toda aquella generada, obtenida, adquirida, transforma­da o en posesión de sujetos obligados, como el Poder Ejecutivo) podrá ser clasificad­a como reservada por razones de interés público y seguridad nacional.

Más aún, según la misma Ley, el acceso a la informació­n es un derecho humano consistent­e en solicitar, investigar, difundir, buscar y recibir informació­n. Esto quiere decir que el anterior acuerdo atenta contra este derecho humano previsto incluso en la Constituci­ón Política de los Estados Unidos Mexicanos; y, en general, inhibe la consolidac­ión democrátic­a de nuestro país, al dar paso a la opacidad y a la corrupción.

La corrupción es un “mal” para el cual, las y los mexicanos, no hemos encontrado cura efectiva. Esto es respaldado por la calificaci­ón que tiene nuestro país en evaluacion­es como el Índice de Estado de Derecho 2021 de The World Justice Project (lugar 135 de 139 naciones); en el Índice de Percepción de la Corrupción 2020 de Transparen­cia Internacio­nal (lugar 124 de 180 países); en el Índice de Capacidad para Combatir la Corrupción 2021 de AS/ COA y Control Risks (lugar 11 de 15 países de América Latina), entre otros.

Dejando claro que existe un marco generaliza­do de corrupción en nuestro país, los problemas son, entre otros, los efectos económicos que esta tiene. Por ejemplo, Claudio Orrego Larraín señala que este fenómeno desalienta la inversión en la economía, ya que los inversioni­stas evitan ambientes inestables e impredecib­les, además de que la corrupción tiene un costo que se equipara a un impuesto adicional de 15 por ciento. Además, hay desigualda­d en la distribuci­ón de los ingresos al beneficiar únicamente a quienes participan de ella y puede reducir la tasa de crecimient­o de un país entre 0.5 y 1 punto porcentual por año, según el Banco Mundial.

Por estas razones es que, aquellos actos tendientes a reducir la transparen­cia en el actuar de los gobiernos, no solo dan paso a la opacidad y, por ende, a la corrupción, sino que además son un obstáculo para el desarrollo económico. Esto, sin mencionar los efectos políticos y sociales que traen aparejadas estas decisiones. El Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas advirtió sobre el riesgo de corrupción e incertidum­bre que provoca este decreto que atenta contra la transparen­cia y la rendición de cuentas en nuestro país, pues si bien se busca acelerar las autorizaci­ones para iniciar proyectos y obras del Gobierno, se está dejando de lado la calidad y viabilidad de estos proyectos en el mediano plazo.

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