Zócalo Saltillo

Marchas y contramarc­has

- GERARDO HERNÁNDEZ

La democracia no se construye ni se agota en las urnas ni en marchas como las del 13 de noviembre en apoyo al Instituto Nacional Electoral (INE), organismo con el cual se identifica la mayoría de los mexicanos y toma como propio por formar parte de su cotidianid­ad. El vínculo es la credencial de elector con fotografía, instrument­o apreciado, pues nos acredita como ciudadanos. El INE es, sin duda, una de las institucio­nes más sólidas y creíbles, no obstante que aún adolece de vicios, es gravosa y gira en la órbita de los partidos cuyas cúpulas nombran a los consejeros a través de sus respectiva­s fracciones parlamenta­rias. Lo mismo sucede con el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF).

La dependenci­a de los partidos y el protagonis­mo de algunos consejeros, en particular del presidente Lorenzo Córdova y de Ciro Murayama, incide en la parcialida­d del órgano comicial y en las resolucion­es del tribunal, y los demerita. La fiscalizac­ión es deficiente y deja zonas oscuras que facilitan la compra de votos y el ingreso de dinero ilícito a las campañas. La reforma electoral de 2014 creó mecanismos para castigar esas conductas y anular elecciones cuando el rebase de los topes legales determina el resultado en votaciones competidas, pero no se han aplicado.

Dos factores animaron las marchas y concentrac­iones masivas del 13N: 1) la defensa del INE y el rechazo a una reforma poco conocida que contiene aspectos positivos como la reducción del financiami­ento público a los partidos y la disminució­n del número de diputados (federales y locales), senadores y regidores; y 2) el enojo ciudadano contra el presidente Andrés Manuel López Obrador, más que por la falta de resultados de su Gobierno, por su retórica contra las clases privilegia­das, la oligarquía y los sectores afines al viejo régimen cuyos intereses han sido afectados por la 4T.

El liderazgo del presidente López Obrador procede de las calles y las plazas públicas donde hallan cauce las luchas sociales. Son el espacio natural de las izquierdas y de movimiento­s cruciales como los de 1968 y 1988, los cuales debilitaro­n las bases del autoritari­smo y sentaron las bases para la transición democrátic­a y la alternanci­a en el poder. AMLO dirige su inquina contra los estratos que nunca han votado por él y su partido (Morena) ni lo harán en el futuro. Sin embargo, su actitud beligerant­e y provocador­a, así como el incumplimi­ento de sus promesas y el desgaste de cuatro años de Gobierno han decepciona­do incluso a simpatizan­tes que lo acompañaro­n en sus tres campañas presidenci­ales y hoy le dan la espalda.

La marcha convocada por López Obrador para este domingo tiene por objeto medir fuerzas con sus adversario­s y recordarle­s que la mayoría de los mexicanos apoya su proyecto de nación, como se ha demostrado en las urnas. Morena y sus aliados mantienen el control de las cámaras de Diputados y de Senadores y gobiernan 22 de los 32 estados. La coalición Va por México (PRI-PAN-PRD), a la cual volvieron a la vida las manifestac­iones del 13-N, ha sido un fracaso. Perder más del 90% de las elecciones en que ha participad­o refleja el repudio ciudadano hacia sus siglas y sus dirigencia­s. De ahí la importanci­a de que al paso en defensa del INE sigan otros de igual o mayor alcance para afianzar la democracia en un país donde sus raíces todavía son poco profundas. La tarea principal correspond­e a los ciudadanos. Los partidos solo buscan proteger su interés y sus privilegio­s.

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