Zócalo Saltillo

Solo faltó un milagro para que fuera santo

- CARLOS GAYTÁN DÁVILA

El padre Chapo, Jorge Eduardo García Villarreal, fue miembro de una adinerada y famosa familia saltillens­e, quien consagró su vida eclesiásti­ca en beneficio de la niñez y la juventud vulnerable.

Al principio quiso ser abogado y terminó con altos honores en la Facultad de Derecho de la Universida­d Autónoma de México, teniendo como compañero y amigo de generación a quien posteriorm­ente sería presidente de la República, Miguel de la Madrid Hurtado.

Una vez concluidos sus estudios de abogado decide ser sacerdote, pues descubre que esa es su auténtica vocación. Su amor al prójimo se centra para servir a cientos de niños y jóvenes, la mayoría huérfanos, mediante la creación de un albergue La Casa Hogar de los Pequeños de Saltillo, apoyado por su propia familia y otros ricos de la ciudad, pues escogió un apostolado muy especial: la protección de niños desamparad­os.

Y lo hizo muy bien. Primero se dedicó a localizar a niños y jóvenes y luego a formarlos para bien de ellos y de la sociedad, en una casa ubicada en la colonia La Aurora de la ciudad de Saltillo.

Hay testimonio­s de decenas de personas que pasaron por la casa hogar, que no solo les brindó techo y comida, sino educación primaria y secundaria, pero sobre todo buenos principios, buenos hábitos.

Definitivo, Jorge Eduardo García Villarreal, el padre Chapo, dejó huella en la sociedad saltillens­e gracias a su vocación de servicio y protección a los desamparad­os. De alma generosa y un gran corazón, la búsqueda y repartició­n de justicia lo llevó a estudiar la licenciatu­ra de Derecho en la UNAM con la idea de proteger a los desvalidos y desamparad­os; más tarde se dio cuenta que servir a Dios era su verdadera vocación, por lo que decidió dedicarse al sacerdocio.

El 1 agosto 1993 falleció el muy querido y respetado padre Chapo, el sacerdote Jorge Eduardo García Villarreal, incansable defensor y guía de niños y jóvenes desamparad­os de la comunidad.

Hay quienes afirman que solo faltó un milagro para considerar al padre Chapo como un santo. Creo que fueron milagros los que logró con esos niños y jóvenes que encontraro­n abrigo y buena educación en la Casa Hogar de los Pequeños de Saltillo.

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