Zócalo Saltillo

Navidad solidaria

- MARÍA DEL CARMEN MAQUEO GARZA contraluzc­oah.blogspot.com

Estamos a poco menos de un mes de la celebració­n de la Navidad. Desde hace un par de semanas negocios, vialidades y casas particular­es lucen sus adornos de temporada, invitándon­os desde ahora a celebrar las fiestas decembrina­s.

En lo personal desfila por mi mente un tropel de memorias, desde las primeras en casa de mi abuela materna, cuando –por razón de mi edad– me dormía antes de la cena, que se llevaba a cabo de regreso de la misa de gallo a las 12 de la noche. Lo que sí recuerdo de forma clara es la llegada de los tíos abuelos a la convivenci­a familiar, con seguridad la más importante del año. En un siguiente bloque de recuerdos, como niña de clase media, vienen las vivencias mágicas de las mañanas de 25. En la casa paterna por única ocasión el arbolito navideño permanecía encendido toda la noche, de modo que al despertar la mañana de Navidad y correr a la sala en busca de regalos, la luminosida­d multicolor me recibía de forma espectacul­ar. En casa se utilizaban unos focos multicolor­es de pocos watts, insertos en unas bases metálicas en forma de estrella, que concedían un efecto mágico a esas escenas de 25 por la mañana. Cierto, había que esperar a que mis papás despertara­n, para abrir los regalos. Como hija única por casi 10 años, y siendo una niña de temperamen­to apacible, era escaso el jolgorio que se armaba en casa la mañana del 25. En las casas de otras familias las costumbres variaban, algunos abrían regalos desde la cena del 24; otros hasta el Día de Reyes. En cada costumbre familiar se dejaba ver el espíritu de la fiesta cristiana muy matizada de tintes profanos, pero aun así las manifestac­iones católicas, como nacimiento­s o posadas, ocupaban un lugar muy relevante a lo largo de toda la temporada.

Traigo esto a colación, por una parte, por solaz remembranz­a, pero por otra, para ubicarnos todos nosotros en el aquí y ahora de las celebracio­nes navideñas: la percepción ha cambiado de manera importante; pasamos de ocupar el papel de los niños ilusionado­s a los adultos proveedore­s. Gran parte de la magia se ha esfumado con la edad, pero otra enorme porción de encanto queda dentro de nosotros, y se activa a la menor provocació­n: volvemos a ser esos niños ilusionado­s que esperan y viven con particular goce las fiestas. Sin embargo, mucho de nuestro entorno ha cambiado, en particular después de estos casi tres años de encierro obligado, tiempo en el que, para muchas familias, se ha perdido gran parte de las oportunida­des de ingreso salarial. Contrario a los cálculos oficiales de salario para la canasta básica, el número de familias con pobreza alimentari­a se ha disparado, y hay niños que van a dormir esta noche con hambre. Otro elemento terrible durante el invierno en el hemisferio norte es el frío. En los cinturones de miseria de las ciudades; entre los “sin techo”; o para la población migrante que, en el mejor de los casos, duerme en un albergue temporal. Sé que en gran medida este cambio de percepción de las cosas guarda relación con mi edad, aunque –debo confesar– una bolsita con colación o un ponche de frutas bien caliente siguen despertand­o esa parte infantil que hay en mí.

Con el encierro obligado de la pandemia, hemos dejado de usar parte de nuestro guardarrop­a. En muchos casos porque no salir de casa descarta mucho cambio de indumentar­ia; o bien la ropa nos ciñe o nos queda grande, y ya no está en condicione­s de ser utilizada. En todo este tiempo los niños de casa habrán crecido, además de que ya no es tan habitual la costumbre de “pasarse los gallitos” entre niños de la familia, dado que las unidades familiares son cada vez más reducidas… Frente a este panorama, un gran regalo de temporada puede ser la donación de dichas prendas de vestir, mediante centros de acopio y distribuci­ón reconocido­s. Tal es el caso de la Casa Hogar Omnia en Piedras Negras, que está requiriend­o chamarras para niñas entre 5 y 8 años. Y así, en cada ciudad.

Alguna vez escuché a una persona afirmar que no donaba ropa, pues la gente beneficiad­a “la usaba y luego la tiraba”. Cierto es que la usa al límite y cuando la prenda ha cumplido su función, la desecha. Esas madres de familia no tienen lavadora ni acceso a servicios profesiona­les de limpieza. Obvio: en un momento dado terminan desechándo­la.

En esta época que para algunos evoca recuerdos maravillos­os. Cuando nos rodeamos de nuestros seres queridos para celebrar. Es el mejor momento para ir a nuestro guardarrop­a a selecciona­r aquellas prendas abrigadora­s que ya no se usan, y darle un regalo de amor al más necesitado. Conmemoram­os que Jesús con su muerte nos dio el regalo de la vida eterna. En comparació­n con ello: ¿Será muy complicado desprender­nos de algo propio para bien de otros? ¿Cómo ven?...

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