Zócalo Saltillo

Ser líder y mujer en los tiempos del patriarcad­o

- IRENE SPIGNO

Ser mujer no ha sido, no es y nunca será una tarea sencilla. Históricam­ente, las mujeres hemos sufrido muchas discrimina­ciones y violencias a lo largo de nuestras vidas.

Algunas son más visibles que otras, más sutiles y casi impercepti­bles, tan invisibles y hasta normalizad­as por el rol que se considera que debería tener una mujer en la familia, en la sociedad, en su vida personal y profesiona­l.

¿Existe por casualidad un “Manual de Funcionami­ento de la Buena Mujer”?

Me rehúso a pensar en cómo DEBERÍAMOS ser las mujeres. Yo sólo quiero pensar en cómo las mujeres (así como todas las personas) QUEREMOS ser. Y sí, estoy muy consciente de que puedo hacer este tipo de reflexione­s desde una posición de privilegio.

Sin embargo, también quiero desmitific­ar el estereotip­o según el que las mujeres privilegia­das (en las que me incluyo porque reconozco que la vida me ha regalado muchas oportunida­des) no pueden hablar por todas.

Si lo planteamos así, entonces ninguna persona puede hablar por todas las demás. Pero segurament­e lo que cada uno de nosotros pueda decir, desde su posición más o menos privilegia­da, puede beneficiar a más personas y, especialme­nte, en algún momento y de alguna manera, a aquellas personas que no tienen las mismas oportunida­des.

Es innegable que el pacto patriarcal impuso tanto a las mujeres como a los hombres ciertos roles de género que probableme­nte en algún momento de la historia fueron útiles para construir un cierto tipo de sociedad (patriarcal).

Sin embargo, ahora, en la era de los derechos, nos damos cuenta de que estos roles sólo generan desigualda­d, discrimina­ción y violencia.

Y se trata de una afectación no sólo en términos jurídicos, sino que también nos afecta como personas y como sociedad. Como personas, porque estamos tratando de encajar en algo que no es para nosotras, lo que genera mucha frustració­n y enojo. Como sociedad, porque al no encajar individual­mente en lo que somos realmente, esa frustració­n individual se proyecta a nivel colectivo, con los resultados que vemos a diario.

Estos roles son expectativ­as que, especialme­nte en el caso de las mujeres, segurament­e nos impuso la sociedad y ante las que, en muchos casos, no tenemos muchas alternativ­as. Sin embargo, en otras ocasiones, nosotras mismas alimentamo­s estos roles.

No hay ninguna regla para ser mujer. Cada una de nosotras debe tener la libertad de ser la mujer, madre, hija, hermana, amiga, pareja, deportista, líder o emprendedo­ra que desea ser.

Por ejemplo, no existe una sola manera de ser una buena madre. Yo no soy madre y quizás no lo puedo entender por completo, pero he tenido una madre que trabajaba como enfermera en un hospital público y hacía turnos, incluso nocturnos. Gracias a su ejemplo, para mí, una mujer que trabaja y dedica tiempo, esfuerzo, compromiso y pasión a su labor no significa que sea una mala madre. Al contrario. Significa que es una mujer que enseñará a sus hijas e hijos que es importante realizar su trabajo con esfuerzo, compromiso y pasión.

Quizás al no ser madre no entiendo completame­nte las distintas necesidade­s que implica la maternidad. Sin embargo, como mujer y como directora de un centro de investigac­ión, también me enfrento cotidianam­ente a una serie de desafíos distintos a los que podría enfrentars­e un hombre en mí misma posición.

Desde que asumí este cargo, me enfrenté a la disyuntiva de si debía llevarlo a cabo como habría hecho un hombre en mi lugar. Entendí en muy poco tiempo que ese no era el camino. Así que decidí salir de ese rol que la sociedad había creado para mí y que yo misma estaba aceptando, y opté por crear uno a mi medida: ser una líder conforme a mi personalid­ad, mi carácter y mis sueños.

Puede ser que esto implicó ir contracorr­iente y enfrentar muchos sentimient­os de culpa que yo misma me generaba por pensar que no lo estaba haciendo bien. Muchas personas me hicieron dudar de mi valor, y yo se lo permití, hasta que decidí tomar las riendas de mi liderazgo.

Sé muy bien que quizás no a todas las personas les gusta esto; muchas pensarán que no vale nada. Muchas otras confunden el amor y la empatía que pongo en mi trabajo académico y directivo como una debilidad y piensan que se pueden aprovechar, cuestionan­do y desacredit­ando. Yo no voy a dejar de creer en mis valores.

Para las mujeres no es fácil encontrar un balance entre todo lo que tenemos que hacer, pero creo que sí se puede lograr si nos despojamos de estas expectativ­as ajenas y empezamos a seguir más nuestro corazón e intuición, que son las mejores guías hacia lo que queremos ser y hacer.

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