La calle Libertad y el barrio Ojo de Agua, principios de la edificación de la ciudad
Recorrí de niño la polvorienta y accidentada calle Libertad, edificada sobre barrancos, con sus modestas casas pendiendo de una ladera, cuando tal vez ni siquiera estaba planeado pavimentarla, y las últimas viviendas habitadas no llegaban siquiera a la calle Pedro Aranda.
Más al poniente, las calles Hidalgo, Morelos, Ayuntamiento y México estaban pobladas casi hasta la ladera ubicada en Hidalgo y Niños Héroes.
Pasaron largos años, hasta su pavimentación y la introducción de los servicios básicos, agua y drenaje.
Mi recuerdo se remonta allí, donde cada segundo domingo del mes de septiembre de hace muchos años, tiene lugar la fiesta pagano-religiosa en honor del Santísimo Cristo del Ojo de Agua.
Los vecinos de la calle Libertad, colgaban con motivo de esa fiesta cordones de ixtle con papel de china de colores (ahora estos adornos son de plástico) de lado a lado de la calle, de casa a casa. Algunos aprovechaban las fiestas del patrono del barrio para vender comidas y otros productos como Doña Rafaela, quien, como muchos vecinos sacaban a la puerta de su casa una enorme vaporera para vender unos riquísimos tamales de puerco, de azúcar y de pollo, a $ 1.50 la docena. Hoy creo que cuesta 100 pesos o más la docena, ¡cómo han pasado los años!
Era doña Rafaela artífice del atole de masa con leche y chocolate denominado champurrado, pues era indispensable acompañar los tamales con una bebida caliente, espumosa y sabrosa. El jarrito con champurrado estaba a 50 centavos.
Por la calle Libertad estaba la casa de don Cristóbal Barrón, de quien todo mundo hablaba, pero pocos conocíamos. Muy cerca la casa de los Nájera, quienes eran propietarios de un expendio, de “la chispa de la vida”, o de la “Fanta”, que a mí me encanta. Los sábados por la tarde, y todo el domingo, sacaban a la puerta del expendio una bocina de trompeta de aquellas Radson, que eran muy comunes, y llenaban la calle con música de la época y anuncios comerciales de los refrescos que leían las muchachas de la familia Nájera, cual incipientes locutoras.
Vivía en esta calle doña Lupe Franco, madre del estimado Salvatore, luchador y referee saltillense, que también es del Ojo de Agua y de la calle Libertad. Otros hermanos de Salvatore, que al igual que él dedicaron buena parte de su vida a la carnicería, fueron “Tino” y “El Comino”, que orgullosos mostraban las huellas de su trabajo: uno o dos dedos mutilados con la sierra o el hacha. ¡Para ser carnicero de verdad!, decía el buen Tino, ¡hay que saber sacrificar desde una gallina hasta una vaca!
Y hablando de carniceros, en Primo de Verdad y Libertad estaba la carnicería de don Evaristo Córdova, donde los signos de modernidad eran una báscula Baro y la primera vitrina refrigeradora utilizada en una carnicería de Saltillo, además del uso por primera vez en el barrio del papel encerado para envolver la carne. Abrió don Evaristo una tienda de abarrotes sufridísima, con entrada por Primo de Verdad. Por muchos años no tuvo competencia, pues la tienda más cercana, antes de Abarrotes Villa, de Hidalgo y Primo de Verdad, era la de don Catarino Palomo, “Don Cata”, padre de luchadores, cocineros, meseros y curanderos, como Martín “El copetes” Palomo y Rafael, el famoso masajista y curandero saltillense.