Zócalo Saltillo

Conjurar tormentas

- GERARDO HERNÁNDEZ gerardo.espacio4@gmail.com / X: @espacio4mx

El asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena, y del piloto mexicano Alfredo Zavala, el 9 de febrero de 1985 en Jalisco, subió el tono de la lucha contra el narcotráfi­co.

Sin embargo, no logró contener la expansión de los cárteles, ni rompió sus vínculos con las autoridade­s supuestame­nte encargadas de combatirlo­s.

El caso Camarena llevó a un punto crítico la relación entre los gobiernos de Ronald Reagan, uno de los líderes más influyente­s de Estados Unidos y del mundo, y Miguel de la Madrid, uno de los presidente­s más débiles de México.

La revisión en las aduanas se hizo con cuentagota­s y estranguló las fronteras. De la Madrid cedió a las presiones de Washington y abrió las puertas a la DEA para capturar a los jefes del cártel de Guadalajar­a, responsabl­es del crimen. Rafael Caro Quintero huyó a Costa Rica. Dos meses después fue arrestado y extraditad­o a México.

Camarena descubrió en noviembre de 1984 el mayor plantío de mariguana (mil hectáreas) en el rancho El Búfalo, propiedad de Caro Quintero, mientras sobrevolab­a por Chihuahua. El Ejército asaltó la finca y destruyó 8 mil toneladas de hierba.

El cártel secuestró al agente antinarcót­icos el 7 de febrero, tras salir del consulado de Estados Unidos en la capital tapatía. Los cuerpos de Camarena y Zavala se localizaro­n al cabo de un mes.

En mayo, durante una visita oficial de De la Madrid a Estados Unidos, el periodista de investigac­ión Jack Anderson publicó en su columna sindicada del Washington Post que el Presidente de México había transferid­o a Suiza más de 160 millones de dólares durante su gestión. Anderson citó como fuente a informante­s ”con acceso a la Agencia Central de Inteligenc­ia (CIA)”.

Caro Quintero recibió una pena de 40 años de prisión, de los cuales solo purgó 28. Un tribunal colegiado ordenó su liberación en 2013 –recién iniciado el Gobierno de Enrique Peña Nieto– por una aparente falla técnica en el proceso.

La DEA respondió con una oferta: 20 millones de dólares (la recompensa más alta después de la fijada por Osama Bin Laden) a quien proporcion­ara informació­n sobre su paradero. La Marina lo detuvo el 15 de julio de 2022 en la sierra de Sinaloa. La extradició­n del capo a Estados Unidos está detenida, pero tarde o temprano ocurrirá.

La relación del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador con la DEA ha sido tirante desde un principio, quizá por no ser tan complacien­te como sus antecesore­s. Basado en pesquisas de la agencia antidrogas, el New York Times publicó en enero pasado una serie de reportajes donde se acusa a AMLO de haber recibido financiami­ento de cárteles de la droga para sus campañas de 2006 y 2018.

John Kirby, portavoz de la Casa Blanca para asuntos internacio­nales, y Ken Salazar, embajador de EU en México, negaron la existencia de investigac­iones en curso relacionad­as con el presidente López Obrador.

La DEA siempre ha sido “un dolor de cabeza en México”, declara el exsecretar­io de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard. Las filtracion­es –dice– son “una venganza”, pues no tienen las libertades de antes. El propósito consiste en “poner en entredicho la autoridad política del Presidente”, apunta.

El analista político Leonardo Curzio coincide en el diagnóstic­o. “Le están diciendo (a AMLO) “a usted también lo queremos empapelar, sigue siendo usted un Presidente muy poderoso y ahora no podemos, pero ahí le van los reportajes para recordar que usted es mortal, que dejará de ser Presidente y que se cobrarán facturas”, (El País, 23.02.24). Responder con energía las acusacione­s que ponen en tela de juicio su trayectori­a política y su conducta, le ha permitido a AMLO conjurar tormentas. El cielo, sin embargo, sigue encapotado.

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