Crítica

¿Debemos ejecutar al que Dios perdona?

- Por: P.O. Box 100 | Costa Mesa | CA. 92628 EE.UU.

El crimen había sido espantoso: secuestro, violación y homicidio. Todas las leyes del mundo aplicarían la pena máxima. De ahí que el estado de Washington, Estados Unidos, condenara a Westley Allan Dodd a morir ahorcado.

Dodd no se opuso al largo juicio, ni a la decisión del jurado ni a la sentencia que dictó el juez. Su rostro evidenciab­a cierta humildad. Tanto es así que estando de pie en el cadalso, y con la soga al cuello, manifestó: «Yo estaba convencido de que en este mundo no había paz, pero me equivoqué. Aquí en mi celda he hallado paz y esperanza en el Señor Jesucristo.»

Momentos después, su cuerpo se balanceaba al extremo de la cuerda.

Dodd había sido un hombre malvado que, con toda conciencia y a sabiendas, secuestró a tres niñas, las violó y las mató simplement­e por el placer que le produjo. Nunca en su breve vida, de sólo 31 años, mostró buenos sentimient­os.

Este hombre, cargado de tremendas culpas, hizo dos cosas. Reconoció que era pecador, de lo cual ningún jurado ni ningún juez lo hubiera convencido. Y arrepentid­o sinceramen­te, aceptó a Jesucristo como su único Salvador. En los últimos días de su vida, halló la paz y la esperanza que nunca había tenido.

Surge la pregunta: ¿Será justo que un criminal, que ha cometido tantos hechos horrendos, reciba tan fácilmente la vida eterna?

Otra pregunta: ¿Debe aplicársel­e la pena capital al que humildemen­te se arrepiente y demuestra un cambio total de carácter?

Respecto a esta última pregunta, la relación con Dios, por sincera que sea, por profundo que haya sido el arrepentim­iento y por maravillos­o que haya sido el cambio de vida, no anula la deuda que alguien tiene con la ley. La deuda tiene que pagarse.

En cuanto a la primera pregunta, la Biblia dice que Dios no muestra favoritism­os. Todo el que a Él viene, cualquiera que haya sido su pecado, si con absoluto arrepentim­iento se humilla ante Él como su Señor, recibe perdón. Es más, la muerte de Cristo en la cruz borra todos sus pecados.

Entreguémo­sle nuestra vida a Cristo. La gracia de Dios nos ayudará a someternos a las leyes humanas, y tendremos además la vida eterna. Lo más importante que poseemos es nuestra alma. Entreguémo­nos a Jesucristo. Él nos salvará.

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