El Siglo

Se enamoró del hermano de su mujer

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Adrián era un tipo muy guapo, que traía caídas de la mata a las muchachas del barrio. Alto, de piel trigueña, ojos verdes, cabello rizado y una sonrisa encantador­a.

En verdad que el muchacho lo tenía todo para conquistar a quien quisiera.

Siempre andaba bien “chanea’o”. Su pelo rizado acondicion­ado, uñas de pies y manos con brillo, ropa planchadit­a y olorosa a perfume caro. Era un metrosexua­l en todo el sentido de la palabra.

A diferencia de otros hombres del barrio, Adrián se atrevía a usar ropas de color pastel como: rosado, celeste, verde, blanco. A su novia, Raquel, no le importaba su forma de vestir y de mantener su atuendo impecable. Incluso, en algunas ocasiones se vestían casi igual: zapatilla, camisa rosada y

jeans apretados.

Tenían tres años de noviazgo y en ese tiempo, Adrián no le había insinuado tener contacto físico. La relación no había pasado de besos y tocón de manos.

Aun así Raquel aceptó ir al altar con el hombre más codiciado del barrio y en la universida­d en que ambos estudiaban.

La fiesta de la boda fue por todo lo alto. Acudieron familiares y amigos de los recién casados. Incluso viajaron del extranjero familiares de Raquel, entre ellos su hermano, Adolfo, quien era mucho más atractivo que Adrián y con costumbres europeas, pues desde adolescent­e se había criado en Bolonia, Italia.

El día de la boda, Adolfo entró a la iglesia vestido con fina ropa italiana, que le ajustaba muy bien a su figura atlética.

Las chicas murmuraban: ¡Waoooo!,

que hombre tan bello!, para estar toda la noche con él, sin descansar; parece turco, bien rico todo él. Pero, al que más llamó la atención el hermano de Raquel, fue al novio.

Adrián no dejaba de arroparlo con la mirada, lo reparaba de arriba abajo.

En realidad Adolfo parecía un príncipe del imperio Otomano. Celebrada la boda, los novios y los invitados se fueron a festejar a un hotel lujosísimo.

En la fiesta matrimonia­l, Adrián buscó con la mirada a Adolfo, quien conversaba con Raquel. Ambas miradas se chocaron y de inmediato ella los presentó:

-- Hermano, ya conoces a mi marido Adrián, bueno solo hablaban por teléfono, espero se conviertan en buenos amigos.

La invitación de conocerse mejor, ambos tipos lo tomaron muy en serio.

La luna de miel fue en el distrito de Boquete y solo duró dos semanas, porque Adrián insinuó compromiso­s laborales.

Adolfo tenía planeado quedarse en Panamá un mes, después de la boda de su hermana. Con la excusa de que esperaría que pasará la temporada de frío en Europa, prolongó la visita.

Con la excusa de mostrarle lo cambiada que estaba la ciudad, Adrián invitaba a su cuñado casi todos los fines de semana a salir a los clubes del Casco Antiguo y de la ciudad de los rascacielo­s.

Entre tantas salidas, tragos y bailes, ambos empezaron a sentir atracción.

El primero en dar el paso fue Adrián. Un sábado en la noche, Adrián le dijo a su mujer que saldría con

Adolfo a las afueras de la ciudad a una fiesta de aniversari­o del banco donde laboraba.

Raquel, ya estaba fastidiada de las salidas de casi todos los fines de semana de su marido con su hermano. Ella le dijo que quería ir con ellos, pero él le dijo que no era fiesta para mujeres casadas y que ocupara su lugar.

A la media hora Adrián se retiró del apartament­o y recogió a Adolfo, quien lucía espectacul­ar. Cruzaron el Puente de las Américas sin mediar palabra hasta por una hora.

De repente Adrián deslizó su mano por el muslo de Adolfo, quien no rehusó la caricia y ambos se fundieron en un beso apasionado. Esa noche Adrián no regresó a casa hasta pasado el mediodía del día siguiente.

Cuando ingresó al apartament­o observó que su mujer no estaba y sobre la mesa vio fotos de sus encuentros con Adolfo y una prueba de embarazo positiva.

Adrían se cubrió el rostro y empezó a llorar . Marcó casi todo el día el celular de su esposa, quien jamás le respondió.

A la semana Raquel, a través de su abogado, solicitó el divorcio y quedarse con todos los bienes adquiridos durante el matrimonio, por la infidelida­d cometida.

Adolfo regresó a Italia no sin antes dejarle un mensaje a su hermana: “Siempre lo fue y siempre lo será, aléjate de él. Lo siento, hermana”.

De repente Adrián deslizó su mano por el muslo de Adolfo, quien no rehusó la caricia y ambos se fundieron en un beso apasionado. Esa noche Adrián no regresó a casa...

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