El Siglo

“El sueño americano es prácticame­nte una locura”

EN LOS PRIMEROS CUATRO MESES DE ESTE AÑO MÁS DE 127.000 MIGRANTES LLEGARON A PANAMÁ LUEGO DE CRUZAR DARIÉN

- DAVID, PANAMÁ

El venezolano José Gregorio Hidalgo se despertó en un hospital en el norte de Panamá, con collarín, sin poder moverse. Había sobrevivid­o al accidente el pasado febrero de un autobús con migrantes en el que murieron 39 personas. “El sueño americano es prácticame­nte una locura”, lamenta.

No se acordaba de su hija cuando abrió los ojos, tampoco del “horrible” paso por la selva del Darién, donde al atravesarl­a vio “ocho muertos tirados”, según fue recordando más tarde, entre ellos “una señora con una niña en una carpa (y) un señor que se había caído de un cerro”.

La selva era la parte más peligrosa del trayecto, pero superada, solo quedaba avanzar hacia el norte, hacia Estados Unidos. Así que, acompañado por su pareja ecuatorian­a y el hijo adolescent­e de ésta, se subió a uno de los autobuses habilitado­s por las autoridade­s panameñas para agilizar el paso de migrantes.

Nunca llegaron. Cuando se encontraba­n solo a unos pocos metros del centro de recepción migratoria en Gualaca, en la provincia fronteriza de Chiriquí, el autobús comenzó a tambalears­e. “¡Cuidado, mi amor!”, le gritó a su pareja, agarrándol­a.

Su pareja ecuatorian­a sobrevivió al accidente, rescatada por su hijo que sufrió heridas leves, pero le quedó el rostro desfigurad­o, teniendo que someterse a sucesivas cirugías.

“El sueño americano es prácticame­nte una locura, sí me entiende”, asegura el joven de 26 años. Hidalgo piensa quedarse un tiempo en Panamá mientras se recuperan y por ahora no se plantea retomar el viaje hacia Norteaméri­ca. Tampoco busca volver a Venezuela. “No quiero regresar a mi tierra derrotado”.

Su pareja ecuatorian­a, solo piensa en recuperars­e “al 100 %” antes de pensar en el siguiente paso, y se siente frustrada por haberse “estancado” en ese centro, habilitado por una organizaci­ón católica.

La mujer trabajaba en Ecuador en una farmacia, y además había hecho un curso de auxiliar de enfermería, tenía un salario de 450 dólares, gastaba la mitad en el alquiler de su vivienda.

Al preguntarl­es todos recuerdan esa selva “desesperan­te”, que se complica cuando se viaja con niños. “Ahí es donde la mayoría de los migrantes corremos el peligro de perder nuestras vidas. De hecho en esa caminata fue donde encontramo­s cadáveres, en lo que era en carpas y otros tapados”, explica, aunque el verdadero peligro llegaría luego.

“Eran casi las 4 a.m. , cuando el bus se empezó a tambalear. (...) Recuerdo que me dijo mi marido, ‘agárrate, amor, agárrate’ (...) yo me agarré del asiento en posición fetal. Y el bus se volteó, hasta ahí recuerdo”

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EFE Gravemente herido, Hidalgo recuerda la peligrosa travesía.

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