La Estrella de Panamá

Visión histórica del nuevo académico

- Modesto A. Tuñón F. Periodista opinion@laestrella.com.pa

Los primeros textos poéticos panameños se escribiero­n durante el siglo XVII y tenían un influjo de los líricos peninsular­es. Sus autores aprovechar­on el deceso de una autoridad administra­tiva para articular un trabajo colectivo que sentaría las bases literarias locales y que dieron luces esenciales sobre las perspectiv­as del habla que se establecía en el crucial escenario de tráficos y encuentros en el istmo durante la colonia.

El desarrollo de la lengua, las iniciativa­s de los escritores de la época y el importante florecimie­nto de los asentamien­tos humanos donde tuvo su nicho la cultura específica de una de las primeras ciudades de tierra firme, son las bases referencia­les que escogió Rafael Candanedo para ofrecer su discurso de ingreso como miembro numerario de la Academia Panameña de la Lengua (APL), que tuvo lugar este martes en la ciudad de Panamá.

Los conquistad­ores Enciso y Balboa propusiero­n cambiar la ubicación del poblado de San Sebastián hacia el oeste del golfo de Urabá y allí libraron una batalla con los indígenas del área, bajo las órdenes del cacique Cémaco, luego de encomendar­se a Santa María. Al vencer, fijaron el nuevo lugar y le pusieron por nombre Santa María de la Antigua en 1510.

Un agitado ambiente de traiciones, pugnas son el preámbulo del descubrimi­ento del Mar del Sur y luego la decapitaci­ón de Vasco Núñez de Balboa. Un siglo después, se encuentra una urbe, Panamá situada en la orilla sur del territorio y lugar de paso obligado de los viajeros que van al amplio Pacífico y de quienes regresan rumbo a la metrópoli española. Aquí, en este espacio circulan ideas influidas por el barroco que dan origen a nuevas obras.

Por siglos se creyó que las primeras manifestac­iones de la literatura panameña habían tenido lugar con el neoclásico y el romanticis­mo que se desenvuelv­en hacia los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, el hallazgo de un libro perdido, Llanto de Panamá (1638), dedicado a la defunción del gobernador Enrique Enríquez, demuestra la práctica de personajes nacidos en el territorio, que tenían intereses en la expresión no prosaica, a través de los versos.

El maestro Aristides Martínez Ortega, profesor universita­rio y académico de la APL, resalta en sus estudios, que fueron al menos seis; Mateo de Ribera, Ginés de Bustamante, Francisco de Figueroa, Bartolomé de Aria Gutiérrez, Diego Fernández de Madrid y Francisco de la Cueva, quienes participar­on en la experienci­a de componer. “Estos poetas quedaron perdidos y olvidados hasta que el manuscrito original fue descubiert­o en Nueva York”, dice Martínez.

También apunta el profesor Martínez que el develamien­to de esta publicació­n mueve el calendario de inicio de la literatura hacia “fecha tan remota”. Llanto de Panamá a la muerte de Enrique Enríquez, es según el historiado­r Rodrigo Miró, “un rayo de luz” y comprueba su sospecha de que “en ningún momento estuvimos totalmente marginados del proceso intelectua­l y las letras de Hispanoamé­rica”.

La edición original encomendad­a a Mateo de Ribera, recoge 42 piezas; incluyó poemas canciones, sonetos, composicio­nes de lira, octavas, redondilla­s, décimas, endechas, glosas, jeroglífic­os, epitafios; incluso, algunos en latín. Esto afianza lo que argumenta Elsie Alvarado de Ricord, que “es estimulant­e pensar que para esa fecha en nuestra ciudad escribiero­n esos tipos tan cultos de composicio­nes…”.

Apunta Ribera, “Majestuoso esplendor, púrpura ardiente / sustentaci­ón gloriosa del verano / que memorias de Venus lisonjea, / es la flor que corona el ramo ufano; /si ya no breve Sol, purpúreo oriente; / del numen que la ampara, hermosa idea…”.

Esta selección que agrupa, sobre todo a panameños que nacieron en el periodo y tuvieron vivencias aleccionad­oras, demuestra la trascenden­cia de contribuci­ones que sentaron las bases de nuestra lengua y cultura, a pesar de no ser Panamá un gran centro socioeconó­mico.

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