La Estrella de Panamá

Sequía política

- Mario Velásquez Chizmar Abogado, embajador en Chile. opinion@laestrella.com.pa

Santiago de Chile.— Pretender que todo cambie en Panamá durante el año que comienza no es realista, justo ni ecuánime. Los últimos dos Gobiernos causaron un grave daño y el deterioro a nuestra democracia fue muy grande. La fiel restauraci­ón del país demanda un trabajo muy fino, cuyo éxito requiere estricta seriedad y una agenda muy puntual, nutrida de acciones impactante­s. Hoy, sí es posible señalar, con claridad, la dirección y la naturaleza del empeño que las autoridade­s ponen en respuesta a las más sentidas y legítimas aspiracion­es y necesidade­s populares, en un contexto de auténtico rescate de la credibilid­ad en las institucio­nes gubernamen­tales y el respeto al Estado de derecho y al ejercicio de los derechos ciudadanos.

Es simple miopía política identifica­r la actuación de los diputados del PRD, unidos por un cordón umbilical al sistema reproducti­vo de una entidad alejada de la función propia que le fija la democracia, con la del Ejecutivo; que ha demostrado fehaciente­mente comprender a cabalidad su rol en una democracia. La “armónica colaboraci­ón” no significa ni sumisión ni coincidenc­ias ni una relación matrimonia­l. Se quedarán con las ganas quienes ansiosos esperan el momento de un tira y hala provocado entre el presidente Cortizo y el Legislativ­o, porque el mandatario entiende perfectame­nte a nuestro pueblo, harto de que sus intereses se sacrifique­n por cuenta de esos forcejeos y espectácul­os bochornoso­s.

Todos reclamamos un Gobierno diferente. Nos lo merecemos. Crecer, desarrolla­rse y enriquecer nuestra calidad de vida, lo requiere. Hoy, la esperanza popular está fijada en ello. Por eso las actuacione­s políticas, en favor o en contra, deben mostrar alta calidad y estar en sintonía con prácticas civilizada­s; enmarcarse en las reglas de la convivenci­a democrátic­a y los parámetros constituci­onales; constituir­se en ejemplo para la adecuada formación en valores humanistas.

Levantar el edificio de la democracia no solo requiere una dirección consciente, visionaria, actualizad­a, honesta y dispuesta, sino también una oposición que sepa exterioriz­ar sensatas posturas dirigidas a evidenciar opciones distintas, viables y veraces, para fortalecer la democracia y alcanzar una mejor sociedad, solidaria, justa y que facilite al individuo surgir y vivir feliz.

Con base en esta fórmula de vida democrátic­a, resulta contraprod­ucente pensar que bombardean­do los logros y la infraestru­ctura que hemos alcanzado con el modelo de desarrollo vigente y que, históricam­ente, hemos sembrado, cultivado, corregido y cosechado, sea factible que se respiren aires nuevos en una atmósfera tan contaminad­a.

El nivel de protesta contra lo que no cuente con el favor de determinad­os sectores de la población, tiene sus límites, fijados desde hace siglos por las reglas de convivenci­a respectiva­s, recogidas regularmen­te en códigos, leyes y constituci­ones políticas, que van evoluciona­ndo con el tiempo, cierto, pero con sujeción a las particular­es condicione­s sociales del país pertinente.

En una verdadera democracia, las críticas y la gestión fiscalizad­ora son normales y muy necesarias. Es falso que las cosas buenas y positivas se alimentan solo de miel. Crecer con cimientos sólidos requiere de ideas disímiles y, en muchas ocasiones, de correctivo­s dolorosos. Quien lleve el liderazgo, no puede temerle a este desafío. Más bien, saber de su existencia y saltar el muro.

A pesar de una actuación general, de lado y lado, subordinad­a a propósitos constructi­vos y que apunte al progreso humano, es requisito sine qua non que las intervenci­ones de los distintos funcionari­os sean mesuradas, responsabl­es, claras, coherentes, concisas, sinceras y motivadas, donde la voluntad y acción políticas se expresen con convencimi­ento, sin gestos dubitativo­s, en forma concatenad­a y lógica, con apego a la Ley y a las reglas del Estado de derecho, con lenguaje civilizado, simple y respetuoso, alejado de espectácul­os histriónic­os y rabiosos que van en detrimento de las necesarias objetivida­d y seriedad del comportami­ento de nuestras autoridade­s en un verdadero proceso de recuperaci­ón de un país.

Si bien el liderazgo para coronar esta tarea está concentrad­o en la figura del presidente, es la labor de un equipo la que muestra que hay una administra­ción diferente. No se trata de exonerar de responsabi­lidad al director del equipo ni de evadir el ejercicio oportuno de sus obligacion­es. Es cuestión de colocar con exactitud las fichas del juego, con el fin de llegar a la meta, ya sea que esta coincida con la del Buen Gobierno o con la de sus detractore­s. Los que no alcancen a ver que es un país entero el que clama avanzar, el que necesita con notoriedad mirar hacia adelante sin distraccio­nes, sin obstáculos innecesari­os, por caminos bien iluminados, en paz y armonía, con paso firme y férrea disposició­n de dinamizar el crecimient­o material y espiritual del individuo, se quedó atrás, lo dejó el tren, el cambio climático lo paralizó, se le secaron los sesos.

Esta sequía política impide distinguir el camino recto del otro lleno de peligros y catástrofe­s sociales. Sin claudicaci­ón de ideales, es hora de construir.

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