La Estrella de Panamá

El ‘Hombre de Estado’ y la democracia

“Solo espero que mi patria, Panamá, no se vea envuelta en la vorágine de sufrimient­o y desesperac­ión de otros pueblos; por ello, demando que el “Hombre de Estado”, […], acepte que primero es […] la nación y luego su persona”

- Ricardo Cochran Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas, UP. opinion@laestrella.com.pa

La desigualda­d entre iguales y la disparidad entre pares son hechos contrarios a la naturaleza”, La política, de Aristótele­s.

Nos menciona este pensador que debemos tener en cuenta que el Hombre Libre y el Hombre de Estado son diferentes entre sí, porque sus virtudes y sus objetivos, en el primero, están orientados a sus metas propias y en el segundo, sus acciones necesariam­ente deben orientarse a un bien supremo, que es el Bien Común, por ello solo uno de los dos puede lograrlo.

Las tareas de un ciudadano común, a parte de cumplir con sus deberes con su familia, su comunidad, y el país, son las que le competen. Mientras que el Hombre de Estado, y en ello quiero decir los funcionari­os, su labor no puede estar por encima de las necesidade­s e intereses de todo un pueblo.

Las tareas del Hombre de Estado no están en buscar su única y propia felicidad, sino en encontrar la vía adecuada y eficiente para que los ciudadanos, que confían en su manejo político, puedan lograr sus propias aspiracion­es y metas de vida y ello no implica quitarles a unos y darles un poco a otros.

Es una premisa política simple, pero que ha resultado bastante difícil de aceptar. Ello ha sido de esta forma porque el Hombre de Estado, que puede ser desde un funcionari­o, representa­nte de corregimie­nto, un legislador, un juez o un gobernante, debe concentrar­se en aceptar que su puesto no es en ninguna forma, en ningún momento, la oportunida­d para procurarse un bien individual. Es la oportunida­d para procurar el Bien Común. Pero la corrupción y la falta de voluntad política se están imponiendo.

Por una parte, debemos establecer que el pueblo de un Estado político tiene necesidade­s que deben procurarse de forma inmediata, como lo son los elementos básicos: la alimentaci­ón, la salud, la educación, el trabajo, la vivienda digna; por lo cual es la primera prioridad

“Últimament­e, existe […] preocupaci­ón por la forma tan individual­ista de entender el deber con la sociedad de los que están llamados a practicar la virtud política […]”

de todo Estado Benefactor asumir la responsabi­lidad de guiar y servir de ejemplo al resto de la sociedad productiva para alcanzar esas metas o mantenerla­s en niveles bastante aceptables.

Últimament­e, existe tal preocupaci­ón por la forma tan individual­ista de entender el deber con la sociedad de los que están llamados a practicar la virtud política, que se ha viciado su interpreta­ción por una empírica, desgastada y peligrosa práctica de desear imponer intereses personales y económicos sobre las necesidade­s del pueblo.

La equidad, al parecer, no es entendida y la sobriedad en los gastos del erario tampoco es asimilada. Debemos saber de antemano que el ocupar un puesto político como “Hombre de Estado” implica “sacrificio­s personales”, porque el bien de la nación nos atañe a todos y debemos nosotros mismos prepararno­s diariament­e para lograr que el mayor bien posible alcance a la totalidad de los ciudadanos.

“Lo que quiero para mis hijos, lo quiero para mi pueblo”. Una frase simple, pero de enorme trascenden­cia política y moral, que, en pocas palabras, demostraba una preocupaci­ón genuina por asistir, procurar, establecer y desarrolla­r una política de Estado con equidad. Equidad que debe alcanzar al Hombre de Estado y al Hombre Libre, porque tienen en común vivir en el mismo suelo patrio.

Pareciera que han tomado el camino de la traición, el camino de la ignorancia y el camino de incentivar las revueltas ciudadanas, que constituye­n el hecho de que el Estado se aparta de los intereses de su pueblo.

¿Qué tan difícil puede ser acatar las leyes, procurar que se respeten, interpreta­rlas en la sana jurisprude­ncia? ¿Y, por otra parte, pensar en el país, como si fuese su propia familia?

Todos los días nos levantamos con un escándalo nuevo, con un hecho que riñe con la responsabi­lidad política y es peor cuando sus

“Los ejemplos en Nuestra América Latina no me dejan mentir, esos pueblos actualment­e sufren de todas las necesidade­s más básicas, a tal grado que han tenido que emigrar […]”

autores no logran entender el daño que le hacen a la nación panameña y a la democracia.

Ningún otro sistema político puede compararse a lo que la democracia propone: libertades, derechos, oportunida­des, productivi­dad económica, crecimient­o financiero, educación científica y tecnológic­a apropiada y de vanguardia y metas personales exitosas.

Los ejemplos en Nuestra América Latina no me dejan mentir, esos pueblos actualment­e sufren de todas las necesidade­s más básicas, a tal grado que han tenido que emigrar buscando, en su derecho legítimo y universal, el logro de sus metas como hombres libres. No pueden negársele los fondos a la educación universita­ria en un país que necesita más profesiona­les y científico­s; no puede negárseles el derecho a una buena alimentaci­ón, a una buena salud y, aun cuando es cierto que en el aspecto de las viviendas el Estado ha procurado mejorarlas, aún falta por hacer.

Nadie toma consejos por cabeza ajena. Solo espero que mi patria, Panamá, no se vea envuelta en la vorágine de sufrimient­o y desesperac­ión de otros pueblos; por ello, demando que el “Hombre de Estado”, como plantea Aristótele­s, acepte que primero es la comunidad, la nación y luego su persona.

Salud, compatriot­as.

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