El ‘Hombre de Estado’ y la democracia
“Solo espero que mi patria, Panamá, no se vea envuelta en la vorágine de sufrimiento y desesperación de otros pueblos; por ello, demando que el “Hombre de Estado”, […], acepte que primero es […] la nación y luego su persona”
La desigualdad entre iguales y la disparidad entre pares son hechos contrarios a la naturaleza”, La política, de Aristóteles.
Nos menciona este pensador que debemos tener en cuenta que el Hombre Libre y el Hombre de Estado son diferentes entre sí, porque sus virtudes y sus objetivos, en el primero, están orientados a sus metas propias y en el segundo, sus acciones necesariamente deben orientarse a un bien supremo, que es el Bien Común, por ello solo uno de los dos puede lograrlo.
Las tareas de un ciudadano común, a parte de cumplir con sus deberes con su familia, su comunidad, y el país, son las que le competen. Mientras que el Hombre de Estado, y en ello quiero decir los funcionarios, su labor no puede estar por encima de las necesidades e intereses de todo un pueblo.
Las tareas del Hombre de Estado no están en buscar su única y propia felicidad, sino en encontrar la vía adecuada y eficiente para que los ciudadanos, que confían en su manejo político, puedan lograr sus propias aspiraciones y metas de vida y ello no implica quitarles a unos y darles un poco a otros.
Es una premisa política simple, pero que ha resultado bastante difícil de aceptar. Ello ha sido de esta forma porque el Hombre de Estado, que puede ser desde un funcionario, representante de corregimiento, un legislador, un juez o un gobernante, debe concentrarse en aceptar que su puesto no es en ninguna forma, en ningún momento, la oportunidad para procurarse un bien individual. Es la oportunidad para procurar el Bien Común. Pero la corrupción y la falta de voluntad política se están imponiendo.
Por una parte, debemos establecer que el pueblo de un Estado político tiene necesidades que deben procurarse de forma inmediata, como lo son los elementos básicos: la alimentación, la salud, la educación, el trabajo, la vivienda digna; por lo cual es la primera prioridad
“Últimamente, existe […] preocupación por la forma tan individualista de entender el deber con la sociedad de los que están llamados a practicar la virtud política […]”
de todo Estado Benefactor asumir la responsabilidad de guiar y servir de ejemplo al resto de la sociedad productiva para alcanzar esas metas o mantenerlas en niveles bastante aceptables.
Últimamente, existe tal preocupación por la forma tan individualista de entender el deber con la sociedad de los que están llamados a practicar la virtud política, que se ha viciado su interpretación por una empírica, desgastada y peligrosa práctica de desear imponer intereses personales y económicos sobre las necesidades del pueblo.
La equidad, al parecer, no es entendida y la sobriedad en los gastos del erario tampoco es asimilada. Debemos saber de antemano que el ocupar un puesto político como “Hombre de Estado” implica “sacrificios personales”, porque el bien de la nación nos atañe a todos y debemos nosotros mismos prepararnos diariamente para lograr que el mayor bien posible alcance a la totalidad de los ciudadanos.
“Lo que quiero para mis hijos, lo quiero para mi pueblo”. Una frase simple, pero de enorme trascendencia política y moral, que, en pocas palabras, demostraba una preocupación genuina por asistir, procurar, establecer y desarrollar una política de Estado con equidad. Equidad que debe alcanzar al Hombre de Estado y al Hombre Libre, porque tienen en común vivir en el mismo suelo patrio.
Pareciera que han tomado el camino de la traición, el camino de la ignorancia y el camino de incentivar las revueltas ciudadanas, que constituyen el hecho de que el Estado se aparta de los intereses de su pueblo.
¿Qué tan difícil puede ser acatar las leyes, procurar que se respeten, interpretarlas en la sana jurisprudencia? ¿Y, por otra parte, pensar en el país, como si fuese su propia familia?
Todos los días nos levantamos con un escándalo nuevo, con un hecho que riñe con la responsabilidad política y es peor cuando sus
“Los ejemplos en Nuestra América Latina no me dejan mentir, esos pueblos actualmente sufren de todas las necesidades más básicas, a tal grado que han tenido que emigrar […]”
autores no logran entender el daño que le hacen a la nación panameña y a la democracia.
Ningún otro sistema político puede compararse a lo que la democracia propone: libertades, derechos, oportunidades, productividad económica, crecimiento financiero, educación científica y tecnológica apropiada y de vanguardia y metas personales exitosas.
Los ejemplos en Nuestra América Latina no me dejan mentir, esos pueblos actualmente sufren de todas las necesidades más básicas, a tal grado que han tenido que emigrar buscando, en su derecho legítimo y universal, el logro de sus metas como hombres libres. No pueden negársele los fondos a la educación universitaria en un país que necesita más profesionales y científicos; no puede negárseles el derecho a una buena alimentación, a una buena salud y, aun cuando es cierto que en el aspecto de las viviendas el Estado ha procurado mejorarlas, aún falta por hacer.
Nadie toma consejos por cabeza ajena. Solo espero que mi patria, Panamá, no se vea envuelta en la vorágine de sufrimiento y desesperación de otros pueblos; por ello, demando que el “Hombre de Estado”, como plantea Aristóteles, acepte que primero es la comunidad, la nación y luego su persona.
Salud, compatriotas.