Diego Seguí, por amor al béisbol
El 3 de julio de 2003 fue exaltado su nombre al Salón de la Fama del béisbol venezolano, por amplia votación de los periodistas deportivos
Para decirlo de entrada: no hay ningún lanzador extranjero de más dilatada y profunda huella en el béisbol profesional venezolano. Esta aseveración no es para nada peregrina, tiene fundamento, solidez. Cada fanático de los Leones del Caracas en los 60 y 70 lo tenía en un altar muy especial entre sus preferencias. Hablamos de Diego Seguí (Holguín, Cuba, 17 de agosto de 1937) un talentoso y trabajador pitcher, un jugador de esos que dejan una estela de recuerdos luego de décadas de su retiro. Más allá de sus habilidades en el montículo, como deportista, a Seguí lo hizo grande esa descomunal mezcla de actitud, coraje, amor al uniforme, compromiso con los resultados, parámetros que no todo jugador tiene y exhibe con tanto derroche, constancia y plenitud.
Recorrer su trayectoria es regresar en el tiempo a esa época dorada de la pelota venezolana, a las eternas rivalidades entre clubes. A esa etapa de nuestra niñez y adolescencia. Seguí debutó en la LVBP en la temporada 1962-63, con unos 25 años de edad. En esa zafra, Diego Seguí logró 14 triunfos y perdió solo 4 encuentros, con una magnífica efectividad de 2.64, y un promedio de embasados (WHIP) por episodio de 1.064. Era el arranque de su leyenda en territorio venezolano, la primera de quince temporadas, nueve de ellas con los Leones capitalinos .
El gran periodista deportivo venezolano Ignacio Serrano afirmó sobre la figura y papel de Diego Seguí en una de sus columnas: “Es un inmortal de nuestro Salón de la Fama. De no haber ganado 109 encuentros el Carrao, el galardón anual destinado al mejor tirador quizá llevaría su nombre... Es el forastero con mejores números en la historia del circuito. Sus 95 triunfos únicamente van detrás de la cosecha de Bracho y es el máximo ponchador de todos los tiempos, con 941 fusilados. Luego de 15 campeonatos con Valencia, Caracas y Aragua, cerró con 68 juegos completos y 2.76 de efectividad, un promedio que apenas está a la zaga de su compatriota Luis Tiant (2.27), José Villa (2.45), Omar Daal (2.59) y Oswald Peraza (2.71), entre quienes completaron al menos 500 pasajes aquí”.
Estos números y hazañas de Seguí palidecen, cuando las comparamos con las gestas heroicas que realizó en postemporada, en uno de esos playoffs abrió encuentros en días consecutivos para asegurar el banderín al Caracas. Más allá de la leyenda y la heroicidad supo cincelar una carrera de ribetes mitológicos, de gigante de los diamantes, de deportista que ponía ese extra en el terreno de juego.
En las mayores, Diego había debutado precisamente en ese año de 1962, con los otrora Atléticos de Kansas City. Un 12 de abril le tocó un relevo corto frente a los Mellizos,
Bob Allinson lo recibió con sencillo con Killebrew y Bonikowski embasados, anotando este último, carrera en la cuenta del abridor de los Atléticos, Norm Bass. Seguí no dio más libertades y salió del atolladero sacando los dos outs restantes: un breve e intenso bautizo de fuego que supo sortear. En una carrera de 15 años en la MLB, logró Diego Seguí (en 1970) el liderato de ERA (2.56) y ERA+ (139) de la Americana, en plena era de Palmer, Cuéllar, Messersmith y Lolich, estelares del montículo. Seguí también fue en 1970, 2° en Jr/9 (0.500). Al finalizar su trayectoria en las grandes ligas, Diego Seguí resumía de esta manera su performance :629 Juegos, 171 aperturas, 28 completos, 7 blanqueos, 92 ganados y 111 perdidos, 71 Salvados, ERA 3.81, 1298 K, FIP 3.78, WHIP 1.351, 6.5 K/9, todo ello en 1807.2 episodios donde entregó lo mejor de sí.
Sobre ese andar de Diego Seguí en la gran Carpa, la página “Dominio Cubano” nos brinda este interesante dato: entre 1957 y 1973 fue Seguí uno de los tres pitchers que acumularon al menos 50 victorias, un blanqueo y 40 juegos salvados en las grandes ligas. En estos guarismos queda condensada la valía de Diego: fue versátil, abría juegos, los salvaba, entraba como relevo intermedio, donde fuese útil su poderoso brazo de serpentinero. Donde hiciese falta.
Una vez que terminó su trayectoria en grandes ligas, Seguí incursionó en la liga Mexicana. También en esa liga se sintió la imponente presencia de este derecho cubano: con los Cafeteros de Córdoba logró el 21 de junio de 1978, el tercer juego perfecto de la liga, como apunta en su escrito digital, Duanys Hernández Torres (https://oncubanews.com de marzo 2015). Qué mejor manera de culminar una meritoria carrera que con una joyita.
En cada liga fue dejando su aporte y su amor al juego, el hijo de Holguín.
El 3 de julio de 2003, 20 años después que lanzara por última vez en Venezuela, el país rindió tributo y con ello correspondió a ese amor que Seguí le imprimió a su periplo por estos parques: fue exaltado su nombre al Salón de la Fama del béisbol venezolano, por amplia votación de los periodistas deportivos. Fue una muestra breve, de toda la cosecha que ha tenido a lo largo del tiempo; lo hecho desde el morrito por este insigne lanzador. Un hombre que jugó siempre por amor al juego.
Recordarlo en su dimensión de deportista de alta competencia y de persona entregada a su labor, lo hace a uno rememorar tiempos idos, inocencias, romanticismos y buena pelota.