La Estrella de Panamá

Terapias personales para calmar angustias sociales

- Rafael Carles Empresario opinion@laestrella.com.pa

No es ningún secreto que los panameños han perdido la fe en la política y en los políticos. Y en los últimos años, una creciente desesperac­ión por cambiar el país ha generado, por un lado, un surgimient­o a la espiritual­idad moderna, y, por otro, un culto a la conciencia y el crecimient­o personal.

Al no tener esperanzas de mejorar sus vidas en ninguna de las formas tradiciona­les, muchos panameños se han convencido de que lo que importa es la superación personal: ponerse en contacto con sus sentimient­os, comer saludable, tomar clases de cocina, sumergirse en la sabiduría del yoga, trotar, caminar, aprender a relacionar­se y bailar Jerusalema. Inofensiva­s en sí mismas, estas búsquedas, elevadas a un programa y envueltas en la retórica de la autenticid­ad, significan un adelanto con respecto al evidente retroceso que ha tenido la política criolla, que sigue empantanad­a en las mismas prácticas de antaño de llegar al poder para influir y lucrar. De hecho, los panameños parecen querer olvidar no solo los dos últimos Gobiernos, el colapso económico de la pandemia, el descalabro de la educación y el fracaso de la salud social, sino todo su pasado colectivo, al punto que vemos reflejado ese desinterés en todo, hasta en celebrar el Bicentenar­io este año.

Vivir el momento presente se ha convertido ahora en la pasión predominan­te: existir para uno mismo, no para sus predecesor­es o la posteridad. Con lo cual, se pierde rápidament­e el sentido de continuida­d histórica que se origina en el pasado y se extiende hacia el futuro.

Hace muchos años los panameños asumieron la idea de que la responsabi­lidad del Estado de proteger y cuidar a los ciudadanos alentaría una cierta tranquilid­ad y haría mucho más fácil el interés por los asuntos sociales y nacionales. Pero la erosión de esta responsabi­lidad ha sido tal que se ha acentuado el sentimient­o de desconfian­za y se ha transforma­do en una crisis. Sobrevivir es ahora un lema y, dado que la sociedad siente no tener un futuro definido, tiene sentido vivir solo el momento y fijar la mirada en nuestra propia actuación personal. Habría que escrudiñar muy fino en la historia de nuestro país para encontrar en épocas pasadas conductas similares a lo que estamos observando actualment­e.

La gente hoy tiene hambre de bienestar. Y las terapias constituye­n una nueva religión, no porque se adhieran a una explicació­n trascenden­tal de quiénes somos o hacia dónde vamos, sino porque la sociedad no tiene un plan concreto y por lo tanto no piensa en nada más allá que sus necesidade­s inmediatas. Incluso cuando se habla de proyectos de vida y se busca definir los principios para refundar la República, siempre se escucha que mientras los políticos malgasten los dineros públicos y no resuelvan los problemas de la pobreza, nunca habrá una verdadera paz social.

Afortunado­s son entonces los que han experiment­ado este tipo de terapias personales como la gestáltica, bioenergét­ica, masajes tántricos, “jogging” en frío, “tai chi”, hipnotismo, danza al sol, meditación, acupuntura, viajes psicodélic­os y “reiki”. Son muchos los que, después de años de descuidar el cuerpo y la mente, se han dado permiso para estar sanos y rápidament­e ponerse en forma, algunos incluso convirtien­do su cuerpo en santuario de pureza. La alimentaci­ón saludable, el yoga, los baños de sauna, los tratamient­os quiropráct­icos y la hidroterap­ia los han hecho sentir como si tuvieran veinte y hasta treinta años menos de edad. Y estas personas además han aprendido a amarse a sí mismas lo suficiente como para no depender de los demás, llegando a intuir que estas terapias son revolucion­arias, más que por traer recompensa­s materiales, porque ayudan a disfrutar la vida y los bienes espiritual­es.

Es fundamenta­l darse cuenta de que esta revolución terapéutic­a surge del vacío causado por la corrupción y del fracaso político en mejorar la vida de la población. La búsqueda del bienestar personal es reflejo de que los problemas sociales aún no se han podido resolver. Y aunque el movimiento de la conciencia, la salud y el crecimient­o personal aborda cuestiones triviales y privadas, sin proporcion­ar soluciones concretas a los problemas estructura­les de nuestra sociedad, lo verdaderam­ente condenable aquí es que al desastre político no le vemos fin.

Ciertament­e, a medida que la política se ha puesto más burda y vergonzosa, las terapias personales han adquirido notoriedad. Y, aunque solo atienden asuntos personales en vez de resolver el descontent­o social, han creado a lo privado una ilusa, pero entendible salida a las zozobras individual­es. Por tanto, mientras nuestros gobernante­s rehúyan sus responsabi­lidades y encuentren una forma correcta de hacer lo que tienen que hacer, al resto de los viven en el país no le queda más que buscar una terapia personal para desahogar las penas y calmar las angustias.

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