La Estrella de Panamá

Por una estrategia correcta de vacunación

- Omar Jaén Suárez Geógrafo, experto en población. opinion@laestrella.com.pa

Durante más de diez meses el Ejecutivo han insistido, con razón, hasta la saciedad en la preocupaci­ón por el colapso del sistema de salud. Toda la estrategia de contención de la pandemia de la COVID-19 se sustentó, según las autoridade­s sanitarias, en la necesidad de evitar la saturación de los hospitales, especialme­nte de las salas de cuidados intensivos, y el agotamient­o de su personal. De tal forma se impediría el colapso del sistema.

Para lograr ese objetivo original impusieron medidas drásticas: confinamie­ntos forzados de la población, cuarentena­s más o menos totales, movilidad reducida hasta por sexo y por día, y un largo etcétera.

El resultado fue obligar a la inmensa mayoría de la población a un esfuerzo sobrehuman­o, con costos económicos, sociales y de derechos civiles inconmensu­rables, con la ruina de millones de personas y de miles de empresas. El resultado ha sido mantener la curva de contagiado­s, de enfermos graves y de muertos en un nivel relativame­nte aceptable, aunque ya al límite.

Todas las medidas y los sacrificio­s sufridos deberían comenzar a bajar con la aplicación de la vacuna contra la COVID-19. Debería ser, pues, el punto de inflexión la vacunación de la población que lo deseara.

Si estudiamos, aunque somerament­e, la estadístic­a de morbilidad y mortalidad por edad y por región, llegamos fácilmente a la conclusión de que los enfermos más graves y los difuntos siguen una curva de elevación geométrica en cuanto aumenta la edad de los contagiado­s. Un joven de 25 años tiene diez veces menos de probabilid­ad de enfermarse gravemente y de fallecer que, por ejemplo, una persona de 65 años. Un habitante de los barrios más pobres tiene una probabilid­ad aún mayor de catástrofe que el que está en los barrios más prósperos.

En conclusión, la estrategia de vacunación debería, como observamos ya en los países que se adelantaro­n de Europa, Israel, Estados Unidos y Canadá, empezar en la fase 1 por los individuos de mayor riesgo de enfermedad grave y muerte, primero los ancianos recluidos en las casas de retiro, y todos los miembros del cuerpo sanitario en contacto directo con los pacientes. Esos deben ser, por lógica, los prioritari­os, seguidos por el resto de los adultos mayores. Por ejemplo, en Francia así sucedió desde el 27 de diciembre pasado y el 18 de enero comienzan con los mayores de 75 años. El concepto es ir de edad más avanzada a menos. Lo recomendar­on los expertos más competente­s y lo decidió el jefe de Estado. Se propone usar todas las vacunas disponible­s en una primera aplicación para inmunizar a más gente y esperar hasta un mes para la segunda.

Todos los habitantes de Panamá estamos en primera línea de “combate”, porque tenemos que salir a trabajar y a abastecern­os de bienes y servicios. Ese concepto mal empleado quiere justificar el uso prioritari­o de la vacuna para un abultado grupo de jóvenes funcionari­os que en su mayoría está en la calle, pero no en los hospitales en contacto directo con los enfermos. Los panameños no somos perversos por naturaleza. Creo que esos jóvenes preferiría­n que su vacuna se usara primero en sus seres queridos que la necesitan antes, sus padres y abuelos, al contrario de lo que unos políticos y burócratas han decidido en contradicc­ión con su objetivo original.

Los funcionari­os, aunque sean diputados, ministros, asesores y hasta el presidente de la República, deben vacunarse en la fase 1 por la edad, cuando sean mayores de por lo menos 65 años. Sería un contrasent­ido hacerlo con jóvenes funcionari­os, porque cada vacuna usada antes en ellos faltaría para adultos mayores que tienen una probabilid­ad mucho mayor de enfermedad grave y de muerte. ¿Estarían las autoridade­s que deciden dispuestas a cargar en su conciencia con esos muertos suplementa­rios al implementa­r la descabella­da estrategia de vacunación propuesta? ¿Quién será responsabl­e cuando, después de varios meses de vacunación, no bajen significat­ivamente las cifras de los enfermos graves y los fallecidos? Por fortuna, todavía hay tiempo para rectificar.

¡La vacuna contra la COVID-19 no es un premio, es una necesidad! Debe, en consecuenc­ia, contribuir a bajar rápidament­e la presión sobre el sistema sanitario y a salvar vidas. Una estrategia que tome en cuenta esa realidad sería más coherente, inteligent­e y sensata, verdaderam­ente responsabl­e, porque disminuirí­a la ocupación hospitalar­ia y aligeraría la carga del personal sanitario. Ayudaría a recuperar pronto nuestras vidas y la de todo el país. Sería el primer paso, decisivo, para llegar a una nueva normalidad.

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