Contexto y realidad del Movimiento de Alimentación Saludable
“Mientras la presión de los consumidores no sea a través de un movimiento con personas ilustradas y educadas, estos temas serán tangenciales y el progreso será lento”
Una pregunta para usted: cuando se trata de alimentos, ¿qué es lo que más le importa? Piénselo y haga una lista mental. Ahora, déjeme hacerle otra pregunta: ¿le preocupan los productores expuestos a pesticidas? Seguro que sí, ¿pero estaba eso en su lista? Apuesto a que no.
Y esa diferencia, en pocas palabras, es la clave para entender la existencia de los movimientos de alimentos saludables. Pregúntele a la gente si le interesa un tema en particular y es probable que le diga que sí. Pero averigüe qué es lo que le importa sin que se le pregunte y la fracción de personas que citan los problemas relacionados con los alimentos (pesticidas residuales, organismos transgénicos, uso excesivo de antibióticos, subsidio agrícola, cambio climático, etc.) es en realidad bastante pequeña.
Considere el etiquetado frontal: las encuestas muestran de forma rutinaria que, cuando se pregunta a las personas si quieren etiquetas frontales, más del 80 % dice que sí. Pero si, en cambio, les pregunta qué les gustaría ver en esas etiquetas que aún no está allí, menos del 5 % dice advertencias para consumo de azúcares, grasas y sal.
Un estudio sobre ese 5 % fue realizado por
William Hallman en 2016, profesor de Ecología Humana de la Universidad de Rutgers. Les preguntó a los consumidores sobre la información de las etiquetas utilizando ambos métodos: primero, “¿qué le gustaría ver en las etiquetas?” y segundo, “¿le gustaría ver una X en las etiquetas?”. La diferencia entre las respuestas fue enorme y eso la gente no lo sabe.
Cuando Hallman preguntó qué les gustaría que identificaran las etiquetas, los resultados fueron: 7 % (el número más alto) indicó los transgénicos, 6 % expresó el lugar donde se cultivó el alimento, 4 % señaló la cantidad de azúcares agregados, 2 % mencionó aditivos químicos y 1 % recordó los pesticidas. Son todos números muy pequeños. Pero luego hizo la pregunta de la segunda forma y el 80 % de los encuestados dijo que era algo muy o extremadamente importante para ellos que el contenido de transgénicos estuviera en la etiqueta. La lección aquí es que es fácil hacer que algo parezca más importante de lo que en realidad a la gente le interesa.
¿Dónde quedamos entonces? Preguntar qué les gustaría ver en las etiquetas a los consumidores arroja una medida incompleta, sin duda. Por eso, la firma de relaciones públicas Ketchum, que trabaja extensamente con la industria de alimentos, trató de identificar el tipo de consumidores que forma parte de los movimientos de alimentos y encontró que es “alguien que recomienda o publica de forma regular sobre los alimentos y las prácticas agrícolas”. En base a estos criterios, descubrieron que, en 2017, el 14 % de la población los cumplía, en comparación con el 8 % dos años antes. El análisis de Ketchum indica que las preocupaciones por la comida entre los consumidores están aumentando, pero los datos concretos sobre los alimentos que la gente realmente compra indican que los viejos hábitos son difíciles de eliminar.
Tomemos el caso de los alimentos orgánicos. El crecimiento de sus ventas ha superado al resto del mercado durante muchos años, pero los productos orgánicos todavía representan menos del 10 % del mercado total. Las ventas de alimentos locales en mercados de productores constituyen otro ejemplo aún más convincente. El MIDA y el IMA estiman que esos sitios representan alrededor del 8 % de las ventas totales de alimentos en el país. Mientras tanto, nuestro consumo de alimentos altamente procesados se ha incrementado.
¿Qué explica la discrepancia entre la percepción de que necesitamos un movimiento de alimentos saludable y los datos desconcertantes sobre lo que la gente realmente compra y come? Podríamos señalar que se debe en gran medida a la profunda desconexión entre las prioridades de salud de los Gobiernos y la ignorancia generalizada de la población en temas de nutrición y alimentación. Los temores de los consumidores por la salud no se centran en la disminución del consumo de frutas ni en el predominio dietético de los alimentos altamente procesados. Se centran en la sensación de que el tamaño de las porciones ha disminuido y que los precios han subido. Por eso, resulta incongruente hablar del debate sobre la información que debe estar en la etiqueta, la cantidad de fertilizantes que contamina el agua o la presencia de colorantes y saborizantes artificiales.
Mientras la presión de los consumidores no sea a través de un movimiento con personas ilustradas y educadas, estos temas serán tangenciales y el progreso será lento. El mayor problema del pésimo estado de salud en Panamá no es de tamaño sino de sustancia. Lo que se necesita es no solo hacer bulla, sino que lo hagamos anclado a una estrategia de largo alcance, en base a conocimiento y experiencia.