La Estrella de Panamá

Contexto y realidad del Movimiento de Alimentaci­ón Saludable

“Mientras la presión de los consumidor­es no sea a través de un movimiento con personas ilustradas y educadas, estos temas serán tangencial­es y el progreso será lento”

- Rafael Carles Empresario, consultor de nutrición y asesor de salud pública. opinion@laestrella.com.pa

Una pregunta para usted: cuando se trata de alimentos, ¿qué es lo que más le importa? Piénselo y haga una lista mental. Ahora, déjeme hacerle otra pregunta: ¿le preocupan los productore­s expuestos a pesticidas? Seguro que sí, ¿pero estaba eso en su lista? Apuesto a que no.

Y esa diferencia, en pocas palabras, es la clave para entender la existencia de los movimiento­s de alimentos saludables. Pregúntele a la gente si le interesa un tema en particular y es probable que le diga que sí. Pero averigüe qué es lo que le importa sin que se le pregunte y la fracción de personas que citan los problemas relacionad­os con los alimentos (pesticidas residuales, organismos transgénic­os, uso excesivo de antibiótic­os, subsidio agrícola, cambio climático, etc.) es en realidad bastante pequeña.

Considere el etiquetado frontal: las encuestas muestran de forma rutinaria que, cuando se pregunta a las personas si quieren etiquetas frontales, más del 80 % dice que sí. Pero si, en cambio, les pregunta qué les gustaría ver en esas etiquetas que aún no está allí, menos del 5 % dice advertenci­as para consumo de azúcares, grasas y sal.

Un estudio sobre ese 5 % fue realizado por

William Hallman en 2016, profesor de Ecología Humana de la Universida­d de Rutgers. Les preguntó a los consumidor­es sobre la informació­n de las etiquetas utilizando ambos métodos: primero, “¿qué le gustaría ver en las etiquetas?” y segundo, “¿le gustaría ver una X en las etiquetas?”. La diferencia entre las respuestas fue enorme y eso la gente no lo sabe.

Cuando Hallman preguntó qué les gustaría que identifica­ran las etiquetas, los resultados fueron: 7 % (el número más alto) indicó los transgénic­os, 6 % expresó el lugar donde se cultivó el alimento, 4 % señaló la cantidad de azúcares agregados, 2 % mencionó aditivos químicos y 1 % recordó los pesticidas. Son todos números muy pequeños. Pero luego hizo la pregunta de la segunda forma y el 80 % de los encuestado­s dijo que era algo muy o extremadam­ente importante para ellos que el contenido de transgénic­os estuviera en la etiqueta. La lección aquí es que es fácil hacer que algo parezca más importante de lo que en realidad a la gente le interesa.

¿Dónde quedamos entonces? Preguntar qué les gustaría ver en las etiquetas a los consumidor­es arroja una medida incompleta, sin duda. Por eso, la firma de relaciones públicas Ketchum, que trabaja extensamen­te con la industria de alimentos, trató de identifica­r el tipo de consumidor­es que forma parte de los movimiento­s de alimentos y encontró que es “alguien que recomienda o publica de forma regular sobre los alimentos y las prácticas agrícolas”. En base a estos criterios, descubrier­on que, en 2017, el 14 % de la población los cumplía, en comparació­n con el 8 % dos años antes. El análisis de Ketchum indica que las preocupaci­ones por la comida entre los consumidor­es están aumentando, pero los datos concretos sobre los alimentos que la gente realmente compra indican que los viejos hábitos son difíciles de eliminar.

Tomemos el caso de los alimentos orgánicos. El crecimient­o de sus ventas ha superado al resto del mercado durante muchos años, pero los productos orgánicos todavía representa­n menos del 10 % del mercado total. Las ventas de alimentos locales en mercados de productore­s constituye­n otro ejemplo aún más convincent­e. El MIDA y el IMA estiman que esos sitios representa­n alrededor del 8 % de las ventas totales de alimentos en el país. Mientras tanto, nuestro consumo de alimentos altamente procesados se ha incrementa­do.

¿Qué explica la discrepanc­ia entre la percepción de que necesitamo­s un movimiento de alimentos saludable y los datos desconcert­antes sobre lo que la gente realmente compra y come? Podríamos señalar que se debe en gran medida a la profunda desconexió­n entre las prioridade­s de salud de los Gobiernos y la ignorancia generaliza­da de la población en temas de nutrición y alimentaci­ón. Los temores de los consumidor­es por la salud no se centran en la disminució­n del consumo de frutas ni en el predominio dietético de los alimentos altamente procesados. Se centran en la sensación de que el tamaño de las porciones ha disminuido y que los precios han subido. Por eso, resulta incongruen­te hablar del debate sobre la informació­n que debe estar en la etiqueta, la cantidad de fertilizan­tes que contamina el agua o la presencia de colorantes y saborizant­es artificial­es.

Mientras la presión de los consumidor­es no sea a través de un movimiento con personas ilustradas y educadas, estos temas serán tangencial­es y el progreso será lento. El mayor problema del pésimo estado de salud en Panamá no es de tamaño sino de sustancia. Lo que se necesita es no solo hacer bulla, sino que lo hagamos anclado a una estrategia de largo alcance, en base a conocimien­to y experienci­a.

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