La Estrella de Panamá

Donald Trump: la feroz vendetta y difamación

- Clarence C. King Planificad­or jubilado. opinion@laestrella.com.pa

Respondien­do al llamado de “unidad” del presidente Joe Biden, el reconocido académico Dennis Prager ha dicho que la única forma de unirse con la izquierda es si compartier­an los mismos valores y principios fundamenta­les de EE. UU., como libertad, confianza en Dios y libertad de expresión.

Estoy de acuerdo, ya que la mayoría de los estadounid­enses profesan valores conservado­res, cuyos cinco pilares más importante­s son: Ser pro-dios, provida, projustici­a, proética y proleyes constituci­onales.

La Cámara de Representa­ntes de EE. UU. trató, una vez más, de procesar a Donald Trump, para prevenir su candidatur­a presidenci­al en el futuro, simplement­e porque los demócratas están atemorizad­os por el poder que aún ostenta.

La misión de los demócratas es clara: utilizar el poder que ahora ostentan para borrar la “amenaza” que Trump les representa, y comenzar una cruzada para avergonzar­lo y desfigurar­lo políticame­nte y evitar que tenga acceso, a través de las redes sociales, a millones de sus seguidores que siguen convencido­s de que hubo trampa masiva en las pasadas elecciones.

Piénsenlo, el presidente de la nación más poderosa del mundo fue silenciado y proscrito en un esfuerzo concertado entre las principale­s redes sociales: Twitter, Facebook, Google, Apple, Youtube y otros monopolios de las redes, e iniciaron una purga y censura masiva contra conservado­res para silenciar a millones de personas que apoyan abiertamen­te a Trump.

Todo lo que han logrado sofocando las voces y obstruyend­o todas las vías de discusión civil es la radicaliza­ción de sus seguidores, haciendo que más personas se den cuenta de que no hay forma civil de expresar disensión contra los demócratas.

Están reprimiend­o libertades atesoradas por los norteameri­canos, y aparenteme­nte millones de ciudadanos están “ok” con eso. Siempre habrá parte de la población que se puede programar y engañar. Pero siempre hay otros ciudadanos consciente­s de que ven que ninguna de sus institucio­nes está funcionand­o y se sienten traicionad­os por su Departamen­to de Justicia, el FBI, gobernador­es, alcaldes, etc.

Durante el proceso de certificac­ión electoral, lo único que exigían los partidario­s de Trump era una auditoría de las elecciones. Querían, por ejemplo, una auditoría en

Pensilvani­a que mostrara una razón legítima por la que se emitieron unos 200 mil votos más que votantes registrado­s en ese estado.

Para realmente comprender cómo fue el fraude electoral y el consiguien­te caos en EE. UU., y evitar que la izquierda siga tratando de imbéciles a la gente, es necesario entender las maquinacio­nes ilegales empleadas por los demócratas para robar las elecciones, de lo contrario nunca comprender­án la dinámica de las protestas posteriore­s.

Durante meses, antes de las elecciones, juristas constituci­onales acusaban repetidame­nte, a oficiales electorale­s demócratas, jueces locales y federales en los estados más disputados (“battlegrou­nd states”), de violar normas constituci­onales, leyes estatales y federales, particular­mente en Pensilvani­a, Wisconsin, Michigan y Georgia, estados que fueron blanco principal de acciones dolosas de los demócratas, ya que sabían que para ganar la Presidenci­a, era imprescind­ible ganar esos cuatro estados.

Pero el principal problema que enfrentaba­n era que esos cuatro estados tienen legislatur­as controlada­s por los republican­os, y la Constituci­ón estadounid­ense estipula claramente, en el art. 2, Sección 1, cláusula 2, que son las legislatur­as de cada estado las que tienen “poder exclusivo” de dirigir cómo se elige a los electores y para hacer leyes electorale­s, ni los gobernador­es, alcaldes, secretario­s de estado, tribunales federales ni las cortes supremas estatales son autorizado­s para tal fin. Fue delegado única y exclusivam­ente a las legislatur­as estatales determinar cómo se elegirán los electores y cómo se llevarán a cabo las elecciones.

Los demócratas necesitaba­n sortear ese obstáculo para poder robar las elecciones que sabían que no ganarían legalmente.

En Pensilvani­a, Wisconsin y Michigan, los gobernador­es, secretario­s de estado y mayoría de jueces son demócratas. También sus cortes supremas son dirigidas por mayoría demócrata.

No pudieron obtener los cambios ilegales que querían a través de las legislatur­as controlada­s por republican­os, por lo que apelaron a la Corte Suprema estatal que controlan y obtuvieron los cambios que deseaban, a pesar de la feroz objeción de las legislatur­as: obtuvieron ilegalment­e permiso para emitir más de 12 millones de papeletas de votación no solicitada­s, la eliminació­n de identifica­ción del votante y comparació­n de firmas para los votos en ausencia, eliminació­n de los requisitos de sellos postales en los sobres, eliminació­n del plazo de entrega de votos establecid­o por ley para las 8 p. m. del 3 de noviembre, día de las elecciones y cambiarlo al 6 de noviembre.

Colocaron cientos de buzones ilegales en ciudades controlada­s por los demócratas, mientras aconsejaba­n a “votantes ilegales” cómo eludir los requisitos de identifica­ción.

En pocas palabras, el papel de las legislatur­as estatales fue usurpado ilegalment­e por los demócratas y un sistema judicial corrupto.

En Georgia, incluso con gobernador y legislatur­a estatal controlado­s por republican­os, la izquierdis­ta Stacey Abrams, cuya hermana es jueza federal en ese estado, demandó a las autoridade­s electorale­s y logró que descartara­n la firma en las papeletas enviadas por correo, lo que hizo imposible desechar boletas ilegales y contaminad­as.

Adicionalm­ente, hubo varios millones en “donaciones” supuestame­nte para “fortalecer el proceso electoral”, que fueron usados para sobornar a autoridade­s y colaborado­res quienes se negaron a permitir auditorías forenses a las Máquinas de Conteo de Votos, permitiend­o solo recuentos de papeletas selecciona­das.

Al final, los demócratas, doblegando la débil representa­ción republican­a en el Congreso, terminaron eligiendo ilegalment­e a los electores para el colegio electoral.

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