Los encierros y la falsa premisa del crecimiento exponencial
En marzo de 2020 los encierros poblacionales fueron instaurados uno a uno, con notables excepciones, en la mayor parte de países de occidente. La idea era que, si no se adoptaban medidas a escala poblacional, impuestas desde arriba, la expansión del virus seguiría una curva exponencial y ello llevaría a una tasa de muertes, al menos, una de magnitud mayor a la que resultaría si se adoptaban medidas draconianas como los encierros. El crecimiento exponencial fue, pues, premisa fundamental, “sine qua non”, para justificar los encierros. Esa premisa resultó falsa.
El famoso modelo del Imperial College de Londres, de Neil Ferguson, vaticinaba tasas de muertes que no se dieron en ninguna parte. Los promotores a ultranza de los encierros han sostenido que la razón de que en ninguna parte se observara las altas tasas de muertes por COVID-19 vaticinadas por el modelo de Ferguson, fue precisamente gracias a los encierros. Así es fácil defender cualquier intervención. ¿El paciente murió aun luego de tomar el remedio? ¡Pues de no haber tomado el remedio, el paciente habría muerto antes!
Es claro que semejante argumento encierra el peligro del autoengaño, pues es imposible refutar un contrafactual. Por esa razón hay métodos analíticos para comparar el efecto de una intervención, que no dependan del contrafactual en el caso concreto.
Para nuestra dicha -y desdicha de los promotores dogmáticos del encierro-, hubo “grupos de control”. Suecia, Islandia y Uruguay, son algunos países que no encerraron a sus poblaciones. El modelo de Ferguson vaticinaba para cada uno de esos países, las siguientes cantidades de muertos por COVID-19: Islandia, entre 1892 y 2514. Lleva 29, dos órdenes de magnitud menos de lo proyectado por el modelo. Suecia, entre 75 560 y 90 157. Lleva unos 13 000. Uruguay, entre 20 633 y 26 957. Lleva 637. El modelo erró de forma estrepitosa.
Ninguno de esos países ordenó encierros. Suecia ni siquiera ordenó cierre de ningún tipo de empresas, ni de escuelas para los grados correspondientes a edades hasta los 15 años, ni recomendó uso generalizado de mascarillas. De hecho, sus autoridades sanitarias las desaconsejaron desde el día uno y la población no las usa. En otras palabras, Suecia hizo todo lo que, según el modelo, debía conducir a un número de muertes casi siete veces a la observada en el mundo real. Esto, sin contar aún el hecho de que en realidad estamos hablando de muertes etiquetadas COVID-19 por un PCR positivo, pero una alta proporción de ellas, si se hiciera una atribución de causa de muerte con los criterios clínicos usados toda la vida antes de marzo de 2020, no pasarían como muertes por COVID-19.
Dentro de EE. UU. hay otros “grupos de control” que permiten hacer comparaciones. En Dakota del Sur, jamás se ordenó encerrar a su gente, jamás se ordenó el cierre de ningún negocio ni actividad sobre la arrogante clasificación de actividades como “no esenciales”, ni se ordenó el uso de mascarillas. Se recomendó las mascarillas, pero nunca las hizo obligatorias en ningún entorno. Dakota del Sur tampoco tuvo las tasas de muertes escandalosas que habrían resultado de ser válido el modelo del crecimiento exponencial descontrolado.
Florida reabrió parcialmente en mayo, aunque manteniendo algunas restricciones, y luego en septiembre su gobernador, Ron Desantis, anunció el levantamiento de todas las restricciones, tanto de aforo, como de actividades, y la eliminación de las multas por no llevar mascarillas. Florida, con una población considerablemente más anciana que la de Nueva York o la de California, tuvo la mitad de muertes por millón de habitantes que Nueva York, y solo un 8 % más que California, con la salvedad de que la población de Florida es mucho más anciana que la de cualquiera de esos dos estados. Por ejemplo, la proporción de la población conformada por el grupo de 70 años o más de California es 9.3 % vs 14 % para Florida. Tan solo con esos números, las muertes por COVID-19 esperadas para Florida deberían ser muy superiores a lo que han resultado. Y si nos vamos a muertes por todas las causas, Florida tiene menor exceso de muertes que California y que Nueva York, ambos estados que fueron hace meses presentados como modelos de gestión de pandemia.
La expansión exponencial descontrolada no se dio en ningún lado. En particular, no se observó más muertes por COVID-19 en los sitios sin encierro, sin cierre de actividades económicas y sin uso generalizado de mascarillas en la población, que en los sitios con una o más de esas medidas. Esto ha sido evidente desde hace muchos meses. Seguir diciendo que los encierros salvaron vidas a estas alturas es negarse a aceptar la realidad de que los encierros fueron una herramienta extraordinariamente destructiva, que no generó ningún beneficio. Aceptar esa realidad puede ser difícil desde el punto de vista psicológico, pero la data es abrumadora.