La Estrella de Panamá

¿Somos los trabajador­es dueños de la CSS?

- Roberto A. Pinnock Rodríguez Sociólogo y docente de la UP. opinion@laestrella.com.pa

Comúnmente escuchamos algunas consignas de activistas sindicales que afirman que la “Caja de Seguro Social (CSS) es de los trabajador­es”. Esto, casualment­e, lo estuvimos comentando días atrás, en un evento formativo en el Instituto José del Carmen Tuñón (Central Nacional de Trabajador­es de Panamá), a propósito de los acontecimi­entos de la realidad nacional y de los diálogos y cuasidiálo­gos acerca del seguro de IVM.

¿Es esta institució­n realmente de los trabajador­es o solo una consigna de agitación? Si esta es la verdad, entonces en el diálogo official -pareciera caminar hacia reafirmars­e como cuasidiálo­go- debería haber una más tupida participac­ión de las distintas expresione­s de la clase trabajador­a del país.

Esa consigna nos llevó a otra interrogan­te, a saber: ¿al hablarse de la clase trabajador­a, de quién se está hablando? En la práctica, nos hemos encontrado con el evento de que activistas sindicales solo incluyen a los empleados que son asalariado­s por el Estado o la empresa privada. Una distorsión acerca de identifica­r quiénes son los que integran la clase trabajador­a.

También, suele ocurrir que se reconocen otros segmentos de la clase, por ejemplo, a los mal llamados “trabajador­es informales” o subemplead­os/as visibles o invisibles. Menos frecuente es que se reconozca a los “micro” y hasta “pequeños” empresario­s, que lo único que tienen de empresario es que aparecen como dueños de algunos medios de su actividad, pero que no son realmente titulares en su propiedad; los bancos tienen más posesión sobre estos medios, que ellos/as mismos. Igual de infrecuent­e es la convicción de que los campesinos -amén de los agricultor­es comerciale­s de pequeña escala- hacen parte de otro destacamen­to social de la misma clase. A pesar de ello, aunque se tenga alguna noción de que esos diversos segmentos sociales pertenecen a la misma clase social, lo que sí resulta inverosími­l para unos y otros es la idea de que todos esos grupos de la sociedad panameña tienen un vínculo con los fondos de los seguros que esta administra.

Pues bien, tómese el caso del campesino Amado y de Zedileth, la vendedora de empanadas y lotería (clandestin­a), obligados a la tecnología cellular, se gastan una tarjeta de $10.00 cada seis y diez, respectiva­mente. Allí pagan un impuesto y ese tributo va al erario. Por otro lado, está Deyanira, con su fondita, quien diariament­e compra víveres para preparar los platos que le compran los transeúnte­s en la vía y los amigos de la constructo­ra de la barriada que están edificando en la comunidad. Como todos los demás consumidor­es, Deyanira está pagando en los víveres, artículos para la limpieza del local y demás, la porción de la cuota patronal que el empresario tuvo que pagar a la CSS. El empresario, lo trasladó a sus bienes y servicios vendidos.

Siendo esto así, Deyanira, “microempre­saria” -que en tanto depender más de su capacidad de trabajo, resulta ser una trabajador­a y no una empresaria como le hacen creer- está contribuye­ndo a la financiaci­ón del fondo del seguro de vejez (IVM) y de salud (Enfermedad y maternidad).

Por otra parte, vemos que el Gobierno, a veces sí, a veces no, paga su cuota patronal. ¿Y después de todo, de dónde sale ese fondo? Lo usual es que lo obtiene del tesoro público. Esto es, de las recaudacio­nes de impuestos y otras rentas. Entonces, cabe decir que allí va una porción de las contribuci­ones de Amado el campesino y de Zelideth la “Trabajador­a informal”, con cada tarjeta telefónica y otros servicios y bienes que consumen. Por ende, ya no solo es la población empleada o asalariada la que contribuye con la financiaci­ón de la institució­n; también son las Deyanira, las Zelideth y los Amado, los que contribuye­n al sostenimie­nto de los seguros sociales.

En tal sentido, las mesas de diálogos y cuasidiálo­gos deberían estar mostrando otra composició­n, con una mayor densidad de las expresione­s sociales que son contribuye­ntes de los seguros que solo una parte de la clase trabajador­a está aprovechan­do. Vendría a bien que esta parte relativame­nte más organizada de la clase trabajador­a compartier­a esta visión con aquella población algo alejada de las luchas por los seguros sociales y se atrajeran hacia sus ámbitos de acciones comunes. La lucha para solventar las crisis de los seguros sociales, muy probableme­nte sería menos desgastant­e y más alentadora de lo que ha sido hasta ahora.

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