¿De vuelta a clases presenciales?
“Después de un año de suspensión de los cursos presenciales, la ausencia de maestros, profesores y estudiantes en los centros educativos se hace larga, y demasiado. No obstante, los riesgos siguen siendo altos”
Apartir de la reducción de contagios por la COVID-19 y los avances en el plan de vacunación, se abre el debate de la vuelta a clases presenciales. Después de un año de suspensión de los cursos presenciales, la ausencia de maestros, profesores y estudiantes en los centros educativos se hace larga, y demasiado. No obstante, los riesgos siguen siendo altos.
Se empieza a generalizar la llamada didáctica híbrida, en la que podrían regresar a las escuelas, colegios y universidades físicamente los estudiantes para algunos cursos y, para otros, se mantendría la educación telemática.
Al alargarse la pandemia, y echar mano de la virtualidad para no cortar -del todo- el proceso de enseñanza-aprendizaje, muchas voces, en Panamá y en el primer mundo, se levantaron para reivindicar que estábamos ante la nueva dinámica educativa. Cumplidas las clases, exámenes, reuniones de padres de familia y, hasta graduaciones de manera virtual, “no volveremos a la educación tradicional”, decían.
Hoy, podemos decir que, si bien la aplicación de adelantos y técnicas de la telecomunicación y de la informática a la transmisión de información computarizada o por móviles, ha llegado para quedarse, también, es urgente recuperar la presencialidad.
Todos los maestros o profesores advierten que el contacto con sus estudiantes en el salón de clases es único. El ser humano requiere de reconocer, dialogar e interactuar para desplegar todos sus sentidos en los procesos cognitivos de desarrollo de la memoria, el lenguaje, la percepción, el pensamiento y la atención.
Lo que se enseña en las escuelas, colegios y universidades no es solo conocimiento académico, debe ser también curiosidad, creatividad, pensamiento crítico y formación ciudadana. La visión utilitaria de una educación para obtener un trabajo o hacer dinero, refleja una estrechez de miras que no se compadece con la juventud inquieta y deseosa de conocimiento que percibimos en las redes sociales.
Todos los planes y propuestas de gobierno durante la elección de 2019 marcaban a la educación como un área fundamental, la pandemia llegó para alterarlo todo, pero no puede desenfocarnos como país. El proyecto de nación que consolidó su soberanía nacional y que tiene pendiente responder a las necesidades de los menos favorecidos pasa por obligarnos a todos a aportar por la educación. Las acciones o medidas simplistas o de menor escala, podrán estar en niveles que vayan desde bien intencionadas, populistas, hasta crasamente erradas, pero solo serán paliativos o atenuantes ante una necesidad mayúscula que se trata de nuestro deber para con las generaciones futuras.
Una mirada -ni siquiera tan detallada- hacia el futuro, marca desafíos enormes para nuestra sociedad, una transformación digital acelerada, retos medioambientales, olas migratorias cada vez más intensas, institucionales y desigualdades profundas. Esas realidades diversas y dispares exigen reformas profundas y el compromiso de los actores del sistema educativo que comprendan que el impacto de actuar crea un valor social inmenso.
Si bien, la seguridad social o el tema constitucional son materias que abordar -ojalá por ruta de consenso-, el sistema educativo exige un repensamiento y una definición de prioridades para desarrollar una sociedad que cuide sus instituciones, salvaguarde su democracia, crezca en progreso nacional y bienestar individual.
Como incentivo adicional, para actuar, algo que dijo Sófocles desde el siglo V a. C.: “El saber es la parte más considerable de la felicidad”.
El momento histórico está planteado. Vivimos tiempos en que todo cambia y cambia rápido, surgen nuevas tecnologías, que debemos acoplar a prácticas probadas. Lo que no tiene espacio a la duda es que la educación mantiene su lugar hegemónico en las posibilidades reales que tenemos como país de ser una mejor sociedad.
“El momento histórico está planteado. Vivimos tiempos en que todo cambia y cambia rápido, surgen nuevas tecnologías, que debemos acoplar a prácticas probadas. Lo que no tiene espacio a la duda es que la educación mantiene su lugar hegemónico […]”