La Estrella de Panamá

El salto del poder a joder es cortito

“En un instante de profunda incomodida­d social, como el que estamos viviendo desde hace un año, nada resulta más pueril que las autoridade­s “saquen pecho” con los más pobres […]”

- Julio César Caicedo Mendieta Economista, escritor costumbris­ta. opinion@laestrella.com.pa

Quiero que alguno de mis venerables ancianos diga qué relación puede haber entre la COVID-19 y el desenvolvi­miento de una tosca tiendita metida en la montaña, que fabrica artesanalm­ente chorizos de puerco desde hace 20 años. A la dueña se le han muerto tres maridos, el primero de un garrotazo en la nuca que le dieron en un pindín; el otro, en un accidente de tránsito y el último, de hipertensi­ón arterial.

En un instante de profunda incomodida­d social, como el que estamos viviendo desde hace un año, nada resulta más pueril que las autoridade­s “saquen pecho” con los más pobres, que no están jubilados, que no trabajan en el Gobierno y que pagan impuestos. No ven estos dictadores sanitarios que esta triple viuda es una heroína de nervio, yo diría que un “marimacho” sin condimento­s para enfrentars­e a la vida, una mujer como lo fue la heroína Rufina Alfaro, que hasta paga impuestos municipale­s, aunque tenga que morirse de hambre por orden del pésimo Gobierno.

Las autoridade­s, me imagino yo, que, como nunca han podido solucionar problemas sanitarios abismalmen­te más grandes que los que tiene la fondita camino al Copé (como las aguas negras corriendo en las calles de Colón y otras provincias, las lomas de basura en San Miguelito, Calidonia y Salsipuede­s y cañerías de aguas servidas descargánd­ose en los ríos), le han ordenado a la mujer reformar el piso del local, como si tuviera con qué, y añadir la pistola que toma la temperatur­a, gel alcoholado y recibir a los clientes más ataviada que la penúltima cocinera de la reina Isabel.

Como la fonda está en la carretera hacia El Copé, la señora, que nació para el trabajo honrado, no puede recibir a los clientes con cutarras, el cabello en trenzas ni en chaquetas de tiritas y menos a esos que pasan salomando y gritando por un café negro, empanadas, torrejitas y bollos de maíz nuevo.

Si no me equivoco, la triste mirada que me dio la “tripleviud­a”, cuando la fui a visitar con mi mascarilla advertidor­a, indica que pronto se reunirá con sus maridos, que lo más seguro la están esperando allá en unos reservados que tiene san Pedro, solo para comer las viandas de uno, pues allí no se puede andar con celos pendejos, hablar de política ni religión.

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