Ser panameño
Hasta cierto punto, imitar es algo que favorece a la naturaleza humana. Poder hacerlo forma parte de nuestra capacidad adaptativa. De hecho, nuestras neuronas nos permiten transmitir lo que sentimos, ser empáticos, etc. Aunque lo hacemos toda la vida, en la infancia es cuando más intensamente se practica. De allí la gran necesidad de que los niños y jóvenes tengan ejemplos para seguir, a quienes imitar. Combinando el ejemplo y sus propias vivencias, el niño o adolescente va conformando su propia personalidad. Un ser con voluntad, pensamiento, palabra, sentimiento y acción independiente. Capaz de cuestionar y cuestionarse, aportando valores positivos, respuestas a él mismo y a su entorno social.
Ahora bien, en cierta forma esto también ocurre con los pueblos. Durante mucho tiempo pugnan por desarrollar su propia identidad. De allí surgen las revoluciones, las independencias, la madurez social y política. Panamá sabe de esto, de hecho, primero pugnó por separarse de España, después de Colombia y más recientemente, de su “escandaloso concubinato” con Estados Unidos. A estas alturas de nuestra historia, ya deberíamos ser expertos en “identidad propia”. Sin embargo, parece que, en lugar de fortalecernos, nos estuviéramos deshaciendo como país.
Si usted no lo cree, le reto a que vea las noticias. Por ejemplo, “que si a Costa Rica le llegó la vacuna primero que a Panamá”, “que si los niños ya están asistiendo a clase en tal país y en Panamá aún no”. Es más, cada vez que un prominente politólogo o PEP habla por radio o TV, note cuántas veces nos compara con “Estados Unidos”. Tal parece que Panamá no solo quiere imitar o copiar, sino, más bien, “ser como otros países”.
Si usted analiza los textos de estudio con los que se instruye a la niñez y juventud de nuestro país, notará que se habla mucho de otras nacionalidades. De los logros de otros países. ¿Acaso en Panamá no hay artistas, creativos, deportistas, científicos? ¿O acaso los demás países, en sus libros de estudio, mencionan algo de Panamá, aparte del canal?
El panameño, en gran mayoría, se ha acostumbrado a poner como referencia existencial a las otras naciones, en lugar de priorizar a Panamá. Muy por el contrario, todo lo nacional se tiende a manejar sin seriedad, sin formalidad. Como si Panamá fuera un enorme patio limoso, lleno de chabacanería y bochinche.
¿Dónde ha quedado la solemnidad del amor patrio? ¿Por qué los panameños siempre tenemos que vernos hermanados en un plano inferior al resto del mundo?
Entiéndase, eso, más que humildad, es complejo. Si se tratara de una persona, es decir, ya no de un país, se hablaría de “complejo de inferioridad”.
Ahora bien, socialmente podríamos decir que somos inmaduros e inseguros como pueblo. Esto se nota muy rápidamente, en la tendencia a acoger extranjerismos. Nos hace gracia “ser como ciertos extranjeros”, pero no es motivo de orgullo “ser panameño”. Al contrario, preferimos siempre lo de afuera, y adoptamos muy mala actitud para con nosotros mismos. Así, por ejemplo, se ha venido devaluando nuestra música típica por ritmos nativos de otros países.
Panamá fue bendecida desde que emergió, con su posición geográfica. Entiéndase, el canal vino después… Sin embargo, aun siendo paso del mundo, tendríamos que preguntarnos: ¿qué tanto hemos aprendido a ser nosotros mismos?
La soberanía no es un concepto inútil o muerto ni surge de los libros de historia o cívica por arte de magia. Primero hay que vivirla, aprendiendo a ser uno mismo, como persona y como nación.