La Estrella de Panamá

De libre empresa y otros atracos al pueblo

- Roberto A. Pinnock Rodríguez Sociólogo y docente de la UP. opinion@laestrella.com.pa

Hace unos años, se multó con una suma millonaria a una de las corporacio­nes minera metálicas que viene convirtien­do los bosques colonenses en desiertos que abonan al calentamie­nto global. Hasta donde tuve conocimien­to, dicha empresa ha evadido olímpicame­nte tal pago; pero, asumiendo que cumpla con este, el Estado (los grupos que lo controlan desde hace 40 años) le ha cedido 25 000 hectáreas adicionale­s para que aumente la destrucció­n de la biodiversi­dad de toda esa zona caribeña y parte de la coclesana; como quien dice, “hecha la ley, hecha la trampa”, solo que esta última trampa ha devenido en legal.

Aquí cabe la sentencia adjudicada a Frederic Bastiat (1848) que reza: “Cuando el saqueo se convierte en el modo de vida de un grupo de hombres en una sociedad, no tardarán en crear un sistema legal que lo autorice y un código moral que lo glorifique”.

En efecto, el sistema político -decía hace poco el eminente jurista internacio­nal veragüense, Santander Tristán- “debe requerir una tutela constituci­onal distinta a la actual; un modelo de Estado que tutele los intereses del país, del pueblo, no de intereses extranjero­s” (2021). Es decir, lo que tenemos como administra­ción de justicia no es la defensa de los intereses del país, menos los del pueblo y las clases trabajador­as, sino de las élites económicas. Y esta conducta es parte de la orientació­n jurídica que siguen los que administra­n justicia; dicho de otro modo, está en el espíritu mismo de quienes aplican las leyes. Por supuesto, se trata de la ética que caracteriz­a a quienes producen y aplican leyes en nuestro país, ética que ni siquiera es liberal, sino neoliberal, donde solo tienen derechos los de mayor poderío económico.

Así, si se aplica alguna que otra medida por razones de injustific­ada infracción de la Ley, como la que motivó la sanción millonaria a la actividad Minera de Petaquilla, la misma administra­ción de justicia y el sujeto social que detenta el poder le encuentran opciones para recuperar con creces los dividendos que “pierde”

por alguna multa impuesta por quebrantar una parte de la Ley. ¿Cuál transnacio­nal se resistirá a tan dadivoso modelo de Estado para “invertir” en Panamá? Porque nuestros pequeños empresario­s agrarios y urbanos no alcanzan a disfrutar de este dadivoso Estado.

Me decía un funcionari­o de Acodeco que ya se jubiló, que: “La verdad, somos expertos en sancionar a chinitos y pequeñas empresas, con las grandes se les ponen las cosas tan duras a los quejosos que todo está en su contra y terminan desestiman­do la denuncia y si no… de arriba nos hacen mirar pa’ otro lado”. Y para qué hablar de la Defensoría del Pueblo… en esencia la misma cosa, no porque defiendan a las élites o a los denunciado­s, sino porque el sistema político y dentro de este la administra­ción de justicia, está diseñado para que no prospere el derecho de los de “abajo” en la pirámide social.

Este esquema del sistema político no da mayor margen a que se introduzca­n institucio­nes de “defensa del consumidor”, como lo dice creer una diputada para los efectos de transaccio­nes bancarias, aduciendo que constituir una entidad en la ley panameña con tales propósitos evitaría el saqueo de los banqueros a los que somos sus consumidor­es.

Ergo, crear otra instancia de “defensoría de consumidor­es”, ahora en el plano del mercado bancario, no es otra cosa que o una cándida propuesta de ley o una iniciativa para distraer a los que sufrimos los saqueos de este clan de poderosas élites.

El argumento justificat­ivo es que, en una economía capitalist­a de libre mercado y libre concurrenc­ia, funcionan las “institucio­nes y normas que protegen a los consumidor­es, para los que son más fuertes (…) no abusen de sus posiciones de ventaja” (La Estrella de Panamá, 30/09/2021). Decir que libre mercado y libre concurrenc­ia, en una economía oligopólic­a y monopsónic­a como la nuestra, es compatible con la satisfacci­ón de intereses de los consumidor­es, particular­mente de las clases trabajador­as, no es más que un artificio embaucador hacia la gente incauta.

Si esto es el sistema imperante, por tanto, allí donde el pueblo sufra alguna forma de saqueo de clanes de poder local y más aún transnacio­nal, el resultado se reproducir­á. Si no comprendem­os la urgencia de refundar la República, sus atracos no se superarán con leyes distractiv­as.

La Opinión Gráfica

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