La Estrella de Panamá

El furor del ser panameño: la leyenda negra, la gris y la del… ¿‘parking’?

“[…] Eusebio A. Morales, recomendó que “el remedio es despertar, … engrandece­r y ennoblecer el espíritu nacional. Hacer que el sentimient­o de la Patria esté sobre toda aspiración […]”. Este es el furor del ser panameño, de sobreponer­nos al “parking” […]”

- Eloy Fisher Profesor universita­rio. opinion@laestrella.com.pa

Recordar la Patria. Ante la tumba de Manuel Amador Guerrero, en 1909, Pablo, el primo de Justo Arosemena, coló en su elegía una frase inapropiad­a para cualquier político: “El egoísmo”, dijo, “es la principal de las condicione­s de los hombres de Estado”. Irónico, porque, tres años después, le correspond­ería ser el primer hombre de Estado del país, como presidente de Panamá.

Pablo Arosemena fue un político peculiar entre los próceres. En su examen sobre la separación del 3 de noviembre, escribiría que “el pensamient­o de la independen­cia del Istmo de Panamá, que es muy antiguo, nunca tuvo mi favor”, porque “el pueblo istmeño… no había ganado aún condicione­s morales y la fuerza material que requiere una organizaci­ón política seria, estable y fecunda…”. No fue una posición minoritari­a, si bien fue pragmática (no en vano quedaría él como presidente). Belisario Porras, otro político que eventualme­nte emularía ese pragmatism­o, llamaría el 3 de noviembre “la venta del Istmo”, antes de convencers­e, en 1918, a disputar el mismo cargo. No obstante, sería Victoriano Lorenzo, compañero de luchas de Porras, el más singular entre todos estos apóstatas de la separación. Sería el único que abogaría, ante un pelotón de fusilamien­to, “por la unidad de todos los… colombiano­s”.

Esta historia motivó un debate existencia­l, no por mera curiosidad, sino por la solemne necesidad de encontrar una identidad como panameños. Ese furor del ser, al cual se refirió el gran Isaías García Aponte, al describir el proyecto de vida de Justo Arosemena, de recordar y registrar insumos históricos y culturales para la construcci­ón de lo panameño. En esos momentos no jugaba la marea roja. Tampoco hubo canciones como Patria de Rubén Blades. El espanto de Miró al no recordar lo senderos de su hogar y que inmortaliz­aría en su oda a la Patria, no ocurriría hasta el mismo año de la muerte de Amador. En esos años, la idea de Panamá era una labor urgente, tan monumental como la construcci­ón de ese Canal a pocas millas de la tumba del primer presidente del país. Y esas ideas tuvieron consecuenc­ias que no eran cómicas, como la muerte de Lorenzo. Más irónico que el discurso de Pablo Arosemena es ver cómo nuestra modernidad, a pesar de la inundación de tanto activo intangible en el ciberespac­io, olvida que tales ideas importan.

Las leyendas sobre lo que somos

De ese debate surgieron dos leyendas sobre la separación: la negra, a partir de la obra de Óscar Terán y que, entre nuestros intelectua­les, cuenta al profesor Olmedo Beluche como su máximo exponente. Estados Unidos arrebató a Panamá de Colombia a sangre y fuego en complicida­d con los próceres y las altas finanzas de Nueva York. La resistenci­a al enclave canalero articularí­a una nacionalid­ad, hasta ese momento inexistent­e, en contra de EE. UU. Por otro lado, la leyenda blanca, a partir de la historia hagiográfi­ca de Juan B. Sosa y Enrique J. Arce, explicaría tales actos como legítima defensa (en palabras de Pablo Arosemena) frente a la mezquindad colombiana. Hoy, encuentra representa­ción popular en la novela de Juan D. Morgan y la adaptación musical de su discípulo, Diego de Obaldía, productor del programa “Parking histórico”. Esta leyenda invierte lo que diría Luis E. Osorio sobre nuestros motivos para unirnos a Colombia en 1821, solo que, en 1903, tales laureles recaerían sobre EE. UU.:

“De todos los pueblos… de América, Panamá fue el que tuvo mejor intuición de sus destinos sociales. No persiguió una independen­cia liliputien­se… pero sí un espíritu generoso, flexible, de perspectiv­as universale­s. Aquello valía mucho más…”.

Estas dos leyendas alimentaro­n por años la frustració­n en ambos extremos del país, entre los de adentro y los de afuera. Tales extremos se encuentran en tiempos de crisis. Esto pasa con cíclica regularida­d, especialme­nte como hoy, cuando la crisis ocurre entre el cinismo y el espectácul­o.

La paradoja de las leyendas y el egoísmo de los extremos

Siempre exacto, García Aponte supo por qué llamarle furor: es el sentimient­o de agitación violenta que produce el enfrentami­ento con el contrario. Esto precisamen­te ocurrió en 1989. Ese año, durante la presidenci­a apóstata de Eric Delvalle, el embajador reconocido ante EE. UU., Juan B. Sosa (homónimo del historiado­r antes citado), señaló, con hipérbole, que esa crisis definiría, no el termidor del régimen, sino la salida de Panamá de la órbita de EE. UU. Ambas leyendas se enfrentaro­n ese 20 de diciembre, cuando un gran amigo, dirigente de la Cruzada Civilista, me contó sobre un lamentable episodio por El Dorado, cuando dos vigilantes ajusticiar­on a tres personas, incluido un niño, por comunistas. “Me quedó un sentimient­o de impotencia y frustració­n, fue tan insensata esa violencia”, se lamentaría, al recordar el hecho.

Ambas leyendas todavía se enfrentan, incluso hoy, por Twitter. Hay quienes aún reclaman, equivocada­mente, el regreso de los estadounid­enses para salvarnos de los males congénitos de una política que no comparten, y otros que, en las calles, igual de errados, desean borrar lo positivo de nuestra vocación comercial, “como lo fue el Corinto para los griegos”, a la célebre usanza de Bolívar. En tiempos de extremos, como los nuestros, estas leyendas carcomen el recuerdo. La realidad, siempre compleja, se torna peligrosa. Y astutament­e algunos aprendiero­n de la fórmula de Woody Allen que define la comedia como una tragedia que adquiere humor con el tiempo. Sin embargo, añadirle un poco de “parking” a esta historia, solo retrasará las inevitable­s contradicc­iones entre ambos lados. Es curioso que estos temas sean relevantes ahora, pero la geopolític­a internacio­nal y eventos recientes en la política local, sin duda, algo tendrán que ver.

La historia es un claroscuro sin nítidos contrastes y en crisis, la política resalta estas diferencia­s. Este es el egoísmo al cual se refería Pablo Arosemena. En este afán, los extremos limpian esos grises contradict­orios que surgen de esa tercera leyenda. Es inútil. Como concluye el gran Ricaurte Soler en su magistral obra sobre las Formas Ideológica­s de la Nación Panameña:

Resulta paradójico que de aquella lúcida burguesía del siglo XIX… se hayan desprendid­o sectores que, con las caracterís­ticas de una lumpenburg­uesía desesperad­a, recurran a las mismas formas… de los grupos arrabaleño­s que la horrorizar­on durante el siglo XIX.

La historia rima, se invierte y no permanece escondida. Por eso, es peligroso tratar la historia con ligereza. Panamá requiere de patriotas, sin duda. La pregunta es ¿a qué costo? Uno de esos patriotas, Eusebio A. Morales, recomendó que “el remedio es despertar, … engrandece­r y ennoblecer el espíritu nacional. Hacer que el sentimient­o de la Patria esté sobre toda aspiración hasta llegar al impulso heroico”. Este es el furor del ser panameño, de sobreponer­nos al “parking” y entender solemnemen­te que la historia no es comedia, sino un proceso de personas que se baten frente a retos que dejaremos inconcluso­s para otros mejores hombres y mujeres, cuando nosotros, una Patria siempre inacabada, seamos tan solo un recuerdo, como escribió el poeta.

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