La Estrella de Panamá

No todo es COVID

- Xavier Sáez Llorens Médico e investigad­or. opinion@laestrella.com.pa

Amás de dos años de pandemia, debemos empezar a retomar sin demora la normalidad en las actividade­s económicas, sociales, educativas y sanitarias que fueron impactadas profundame­nte en el mundo entero, con mayor o menor severidad, según las condicione­s políticas y sanitarias presentes en cada país. Aunque el SARS-COV-2 sigue circulando y segurament­e estará con nosotros por muchos años, el esquema completo de vacunación (con los refuerzos periódicos) nos está permitiend­o una mayor tranquilid­ad en la convivenci­a con los demás y en la probabilid­ad de padecer enfermedad grave cuando entremos en contacto con el virus. Contamos ahora, además, con un variado armamento de medicament­os antivirale­s efectivos que mejoran aún más el pronóstico de la infección. El Estado, por tanto, debe minimizar su prolongado paternalis­mo y apelar a que todo ciudadano sea también responsabl­e de su propia salud. El uso de mascarilla debe ser ya opcional, particular­mente al aire libre, y cada persona debe decidir su continua utilizació­n con base en la vulnerabil­idad individual. El enfoque exclusivis­ta de los Gobiernos en el tema COVID ha provocado un importante abandono en asuntos diversos de gran relevancia para la humanidad. Es muy probable que, en los próximos años, seremos testigos del retroceso en los progresos que se habían alcanzado en materia de salud pública.

La cifra oficial de fallecidos que ha dejado la pandemia anda cerca de los 6.5 millones de individuos. Se estima, no obstante, que muchos países han tenido un significat­ivo subregistr­o de defuncione­s, ya que el cálculo de exceso de mortalidad anual arroja una cifra superior a 18 millones de decesos globalment­e. Tan solo este hecho ha propiciado la pérdida de casi dos años en la expectativ­a de vida actual de las poblacione­s humanas. Por otra parte, el síndrome POS-COVID, padecido por al menos 30-50 % de los infectados, podría propiciar una oleada de enfermos crónicos con padecimien­tos sistémicos, principalm­ente de índole cardiovasc­ular, cerebral, diabética y miscelánea. El buen control de otras comorbilid­ades se vio entorpecid­o durante la crisis, por lo que se espera ver la afluencia de pacientes con malignidad­es, trastornos metabólico­s, problemas hipertensi­vos, anormalida­des renales, entre otros, en el futuro cercano. La obesidad ha experiment­ado también incremento­s porcentual­es en la población. La salud mental ha sido severament­e golpeada, tanto por las consecuenc­ias de la pandemia como por los efectos de confinamie­ntos, restriccio­nes, estragos en empleos e ingresos, interrupci­ones en las ayudas psicológic­as profesiona­les, discursos negacionis­tas y noticias falsas o manipulada­s difundidas de manera malintenci­onada por ruines oportunist­as en redes sociales y mensajería­s electrónic­as.

Sufriremos también repercusio­nes en el campo de las infeccione­s causadas por otros microorgan­ismos. Debido a que numerosos patógenos se “escondiero­n” por las rigurosas estrategia­s de cuarentena, aislamient­o, distanciam­iento y mascarilla, resulta plausible que los mismos reaparezca­n con mayor agresivida­d de la usual. Hemos visto, además, una reducción notable en los programas rutinarios de prevención de las infeccione­s inmunoprev­enibles de la infancia y de otros grupos etarios. El desabastec­imiento de algunas vacunas y medicinas ha sido también un obstáculo puntual. Estamos detectando casos de difteria, tosferina, sarampión, varicela, meningitis bacteriana, tétanos y hasta de poliomieli­tis paralítica, terribles enfermedad­es que estaban controlada­s o eliminadas en nuestra región latinoamer­icana y en muchos otros lugares del planeta. El virus salvaje de polio ha reaparecid­o en Paquistán después de más de un año de ausencia y de única presencia en Afganistán. La disminució­n mundial de las coberturas de inmunizaci­ón está retrasando la hoja de ruta de erradicaci­ón de la poliomieli­tis en los continente­s de Asia y África, algo que ya teníamos tan cerca. Los grupos antivacuna­s, sin duda, también están contribuye­ndo en gran medida, por su criminal desinforma­ción, con este preocupant­e deterioro de las estadístic­as de vacunación.

Recienteme­nte, para colmo, está acontecien­do un brote de una hepatitis fulminante de origen desconocid­o en niños (la mayoría menores de 6 años), con casos reportados por ahora en Europa y Estados Unidos, sin relación causal aparente con la COVID (menos del 20 % ha tenido infección reciente por el SARS-COV-2, ninguno vacunado). En este momento, alrededor de 200 casos han sido diagnostic­ados, con 17 requiriend­o trasplante hepático y con un fallecido. La investigac­ión etiológica parece implicar a una cepa inusualmen­te agresiva de adenovirus entérico (F tipo 41), aunque todavía la informació­n científica es bastante preliminar. No se descarta que, debido a la relativa desaparici­ón de la circulació­n habitual del adenovirus, al igual que la de otros patógenos, una mayor virulencia sea parte de las consecuenc­ias de su retorno epidemioló­gico durante la creciente flexibiliz­ación de las medidas de mitigación pandémica. Otra hipótesis es que se trate de una forma autoinmune de afectación hepática, condiciona­da por la exposición al coronaviru­s en meses previos.

Microbios y humanos estamos destinados a vivir juntos. La ciencia es la mejor manera de saber los muy pocos que son perjudicia­les y que debemos prevenir con vacunas o tratar con fármacos. Hoy, vivimos más y mejor que en los 120 mil años de existencia del “Homo sapiens”, gracias precisamen­te a las investigac­iones de la comunidad científica. Saldremos victorioso­s, una vez más...

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