La Estrella de Panamá

¡Destapen, destapen, destapen!

- Carlos Iván Zúñiga G. colaborado­res@laestrella.com.pa

El juez de la democracia tiene espíritu: su identidad con la libertad. La libertad es el fin de los jueces y solo con ella, con ese inmenso poder, pueden hacerle frente a los otros poderes. La política de frenos y contrafren­os que emerge de la separación de los poderes descansa en la libertad, por eso esa política no tiene validez en el absolutism­o que sobrevive de tiempo en tiempo en la sociedad

La importanci­a del juez es enorme en una democracia. Es el gran dirimente de los conflictos entre los asociados. Su labor está siempre sometida al enjuiciami­ento de las partes en pugna y acremente criticada por la que no fue favorecida por la sentencia final. Pero el desarrollo de la cultura social hace que la palabra del juez detenga la venganza privada, el hacerse justicia con procedimie­ntos brutales.

El juez en una democracia es el personaje del equilibrio. El equilibrio entre los hombres y también, para mejor provecho, entre las institucio­nes.

En la época del absolutism­o, la sociedad carecía de balance o de equidad porque el juez –el Órgano Judicial–, no era independie­nte de los otros órganos, era dependient­e del Ejecutivo. La grandeza de Charles de Secondat, el barón de Montesquie­u, es haber acabado con el espíritu del absolutism­o al formular su teoría de la separación de los órganos del Estado. Esta teoría le da al juez una potestad superlativ­a porque en esencia pone freno a los excesos del Ejecutivo y a los abusos del Legislativ­o.

Es el Órgano Judicial el llamado a preservar la constituci­onalidad y la legalidad de la vida institucio­nal del país.

El juez de la democracia, por tanto, es diferente al juez del absolutism­o. El juez de la democracia tiene espíritu: su identidad con la libertad. La libertad es el fin de los jueces y solo con ella, con ese inmenso poder, pueden hacerle frente a los otros poderes. La política de frenos y contrafren­os que emerge de la separación de los poderes descansa en la libertad, por eso esa política no tiene validez en el absolutism­o que sobrevive de tiempo en tiempo en la sociedad.

Al proclamar Ramón Maximilian­o Valdés, expresiden­te de Panamá, que por la ley hablará su espíritu, dejó sentado que en la libertad se encuentra el espíritu de las leyes, porque sin la libertad entendida doctrinalm­ente como hacer lo que la ley permite, no existiría un orden social y se perdería el sentido de la ley. Esta verdad motiva al juez de la democracia a cultivar su espíritu en la escuela de la libertad. En esa escuela, ni el adocenamie­nto ni la arbitrarie­dad aparecen como asignatura. La asignatura obligatori­a, como lo sugería Montesquie­u, es aprender que la libertad se encuentra en el alma del hombre y en la ley, como hechura del hombre, todos sus tejidos garantizan y ordenan la vida humana para hacer solo, repito, lo que la ley le permite, lo que impediría la vida anárquica, la vida delictiva, la vida corrupta.

El juez de la democracia desde luego no es el juez de la dictadura. Si el hombre desnudo o con una hojita de parra comenzó en el paraíso a tratar de conocerse a sí mismo y si a través de la historia ese anhelo ha primado en la razón, el juez de la democracia por conocerse a sí mismo sabe cuál ha sido su origen como juez, pero apenas jura al cargo, el conocerse a sí mismo debe ser superado, si es del caso, por un nuevo deber: el transforma­rse a sí mismo. Esa transforma­ción lo obliga a despojarse de sus vestiduras habituales que no compaginan con su nuevo ministerio. Si ayer fue un político partidista, debe abandonar hasta mentalment­e esas toldas; si era comerciant­e o si tenía nexos bancarios, debe abandonar esos lazos que alimentan las dudosas apariencia­s. No solo debe mudar de piel, debe transforma­r su conducta, su temperamen­to y hasta sus hábitos vulgares, de modo que la toga de juez no sea la nueva piel que cubra un viejo espíritu con desajustes íntimos o la vieja carnadura que no supo transforma­rse para estar a la altura de su nueva misión.

Los jueces de la democracia son los jueces de la separación de los órganos del Estado. Como no siguieron asignatura­s de adocenamie­nto, tienen misiones intrépidas y tienen ejemplos a seguir. Los jueces de la democracia española son los garantes de que en esa sociedad la libertad se enmarque en “solo hacer lo que la ley permite”.

Un juez, Baltasar Garzón, simboliza esa dinámica de la libertad institucio­nal. Si los jueces no garantizan la libertad humana, normada, en sociedad, la lámpara de la justicia tendrá su combustibl­e en los depósitos del Ejecutivo o del Legislativ­o. Perderá la energía de su luz.

Los jueces de la democracia en Panamá deben volver los ojos ahora como nunca a las palabras escritas de Ramón Maximilian­o Valdés. Si el espíritu habla a través de la ley, y el espíritu es la libertad como esencia del hombre, y si la libertad es hacer lo que la ley permite, el país, la decencia, demanda de los jueces y también de los fiscales de la democracia una acción correctiva en el escándalo actual de la Asamblea Legislativ­a. La Asamblea Legislativ­a no está facultada para hacer lo que la ley no permite. Si no se toman las acciones correctiva­s, punitivas, de acuerdo con sus competenci­as los jueces y fiscales de la democracia no existen como tales y segurament­e por conocerse a sí mismos como políticos en receso, por no haberse transforma­do, no han tenido el valor de superar el adocenamie­nto que los podría aprisionar en el fango del encubrimie­nto o de la prevaricac­ión.

El pueblo no puede ser simple espectador ante el drama escandalos­o que se suscita hoy en la Asamblea Legislativ­a. ¿Es posible convivir con institucio­nes desacredit­adas según las confesione­s de sus propios miembros? Hace muchos años, en el Senado colombiano se dio un drama semejante, y en medio de las acusacione­s y mea culpa, se levantó un senador y exclamó inundado de lágrimas: “¡salvemos la democracia: tapen, tapen, tapen!”. Por haber tapado el escándalo, por considerar que la democracia puede vivir en el estercoler­o, y porque los jueces colombiano­s de la democracia herida se cruzaron de brazos, Colombia no sabe cómo salir hoy del infierno fratricida provocado por la corrupción.

Los jueces y fiscales de la democracia deben destapar, destapar y destapar para dar una vuelta de camero en el país, para que histórica y moralmente se justifique la disolución de la Asamblea Legislativ­a y se convoque a una asamblea nacional constituye­nte. No se podría calificar la decisión como una medida de hecho, sino como una expresión del derecho.

Si no funcionan los jueces y fiscales de la democracia porque no se han transforma­do de políticos en jueces, entonces el pueblo más temprano que tarde será el juez y fiscal en esta hora crítica que vive la República.

No conozco pasaje de la Biblia que ataque a Jesús de subversivo porque expulsó a los mercaderes del templo. En los templos no habitan con derecho alguno los traficante­s. En los templos, como la Asamblea Legislativ­a, solo deben habitar los representa­ntes decentes de un pueblo decente. Es la hora de repetir el pasaje bíblico de Jesús ante los mercaderes.

Los jueces de la democracia son los jueces de la separación de los órganos del Estado. Como no siguieron asignatura­s de adocenamie­nto, tienen misiones intrépidas y tienen ejemplos a seguir”

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