El verdadero problema
“[...] son las instituciones las que frenan, limitan y protegen a los ciudadanos de caer en un infierno, y son estas instituciones donde los ciudadanos deben enfocarse en cambiar, no a los hombres que les gobiernan”
Un discurso que se repite continuamente y que parece estar diseñado para educar a las personas, basado en que “hay que saber votar”, como fórmula para terminar con los problemas que viven los países, en realidad es un discurso de autoengaño que denota el desconocimiento del origen del problema; lo cual no importa, pues, aun teniendo a los mejores ciudadanos, educados, racionales y con el conocimiento perfecto de las personas que pueden elegir, esto no es garantía de que al final sean los mejores gobernantes los que nos gobiernen.
“Si los hombres fueran ángeles, el Gobierno no sería necesario”, esto diría Madison sobre la naturaleza del hombre y el poder, pero pasó por alto algo que es importante y que vale resaltar y es que, si los incentivos que tiene el Estado están hechos para pervertir, corromper y crear privilegios para un grupo, esos mismos ángeles podrían llevarnos sin más dificultad a un totalitarismo. Por ende, debemos entender que el problema no se trata de los hombres, sino de las instituciones.
Las instituciones no nacen de un hombre o Gobierno, son el origen de una construcción de abajo (sociedad) hacia arriba (Estado) por medio de la prueba y error, basadas en acuerdo mutuos, libres y voluntarios entre individuos dentro de una sociedad. Creadas en un orden espontáneo hacia un interés de protegerse y proteger a los demás y por el otro lado, como mecanismo de cooperación e integración para lograr sus fines individuales mediante medios comunes, donde prevalezca la igualdad ante la Ley y se respeten la vida, propiedad y libertad de las personas. Es así como tenemos diferentes instituciones, como el lenguaje, las costumbres, el dinero y las leyes.
La razón del verdadero problema actualmente de los países no es de hombres, sino de instituciones. Instituciones que, para el caso de América Latina, han sido heredadas, donde estas instituciones fueron diseñadas de arriba (Estado) hacia abajo (sociedad) por el Imperio español. Estas instituciones carecían de una igualdad ante la Ley, acuerdos libres y voluntarios. Donde el Estado era el rey, y por ende las leyes se creaban en base a sus caprichos, y privilegios otorgados a una minoría que rodeaba al poder. Creando así en la sociedad incentivos negativos, que buscaban su propio interés a costa de una parte de la sociedad. Al independizarse las colonias de ultramar, lograron ser repúblicas con sus propias constituciones, leyes y costumbres. Pero en mayor o menor medida, la herencia de las instituciones se mantuvo intacta, pocos fueron los países que cambiaron las instituciones, perpetuando así la desigualdad ante la Ley, y las violaciones sistemáticas a la propiedad privada, el Estado de derecho y la libertad individual.
Es así como América Latina ha estado asediada bajo Estados centralizados, abultados y coactivos que terminan usando su poder para mantener y dar privilegios. Estos incentivos negativos pueden seducir a personas con voluntad y buenas intenciones, convirtiéndolas en persona incompetente, corrupta y peor aún, en un adorador del poder que termine llevando a la sociedad a un sistema autocrático, como dicta el proverbio: “El camino al infierno está lleno de buenas intenciones”.
Es así como vemos un país como Panamá lleno de zonas especiales, zonas francas, incentivos y exoneraciones que solo generan privilegios para un grupo reducido, pero poderoso del sector empresarial, que obstruye el proceso de destrucción creativa, como bien mencionó Schumpeter, mediante proteccionismos, aranceles y leyes que terminan limitando la competencia y con ello se ve reducida la libertad empresarial, la productividad y competitividad llevándonos a un estancamiento económico. Por otro lado, la sociedad civil comienza a generar privilegios y beneficios a costa del Estado, mediante organizaciones sin fines de lucro, asesorías, subsidios, empleos públicos y contratos de distintos tipos que generan dentro de los individuos un incentivo a preservar las instituciones y privilegios impuestos por el poder que permiten preservar sus zonas de confort, generando fricciones dentro de la sociedad.
Pero, así como se dice que las drogas destruyen a las personas, el poder y el acercamiento al poder acaban pervirtiendo a las personas, sus principios e ideales. De aquí nace la frase de Lord Acton: “El poder tiende a corromper, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”. Esta es la verdadera razón de la caída o degeneración que se observan dentro de América Latina, donde, acompañado del altruismo y el sentimentalismo, las personas siguen pensando que es una cuestión de personas con voluntad y no de instituciones.
Al final solo vemos cómo una parte de la sociedad se beneficia a costa de la otra, convirtiéndose así en una sociedad que vive del saqueo. No importa cuánto un político hable sobre voluntad, planes de Gobierno y acciones loables. No importa a quién vote, seguirá existiendo el clientelismo, la corrupción, privilegios y el incremento de la coacción del Estado sobre las libertades individuales.
Difícilmente el estado actual de los países puede generar acuerdos libres y voluntarios para sanear las instituciones dentro de la sociedad, permitiendo al orden espontáneo diseñarlas de abajo hacia arriba para establecer los medios comunes que respeten las libertades individuales y haga a todos iguales ante la Ley. Al final, son las instituciones las que frenan, limitan y protegen a los ciudadanos de caer en un infierno, y son estas instituciones donde los ciudadanos deben enfocarse en cambiar, no a los hombres que les gobiernan.