La Estrella de Panamá

350 años del traslado de la ciudad:

- Carlos Gordón colaborado­res@laestrella.com.pa

Usualmente las ciudades se configuran bajo una dinámica de periferia y centro que se da en torno al acceso a un espacio desde el cual se centraliza el acceso a los recursos, el poder político y la actividad económica de la ciudad. Los excluidos correspond­en en gran medida a aquellos sectores de menores recursos que deben brindar su mano de obra a la clase privilegia­da para poder subsistir. No obstante, estas dinámicas no son inmutables y la historia del desarrollo urbano de los centros urbanos latinoamer­icanos es abundante en casos de este tipo.

El traslado de la ciudad como resultado del ataque del pirata Morgan, en 1671, ante la negligenci­a en la protección y defensa de la ciudad, obligó a un proceso de reubicació­n que había sido postergado indefinida­mente por las sucesivas autoridade­s durante el período colonial. Las desventaja­s de la antigua locación eran muchas. Panamá Viejo se encontraba en una zona insalubre, con un diseño urbano malogrado y con la agravante de la ausencia de un buen puerto. Es así como la destrucció­n de la ciudad abrió la oportunida­d de una nueva locación y configurac­ión urbana para la ciudad de Panamá, aquel 21 de enero de 1673.

De acuerdo con Alfredo Castillero Calvo en su libro

La ciudad imaginada: el Casco Viejo de Panamá

(1999), “con la mudanza, la élite se las arregló para apropiarse de la ciudad reservándo­la para sí. El pretexto que utilizó fue poderoso: el recinto urbano de la nueva ciudad era muy estrecho y solo dejaba espacio para 300 solares (...). Puesto que durante todo el siglo XVII la población negra había sido siempre una amenaza temida por su número creciente, la muralla no era solo una construcci­ón defensiva para resistir un posible enemigo exterior, sino también una barrera contra el peligro interno, adquiriend­o de esa manera un profundo sentido social”.

La aparición del arrabal es así una primera expresión de la marginació­n social y la segregació­n racial, situación que a partir de aquí se ha perpetuado, y que con la construcci­ón del ferrocarri­l se expande en todo el entorno más próximo a la ciudad de Panamá y el camino de las sabanas. A este respecto, Tomás Sosa, en su artículo “Breve reseña de la evolución demográfic­a de la ciudad de Panamá” (1981), señala que, “podemos decir que la caracterís­tica más sobresalie­nte en este período –durante el ferrocarri­l y hasta el canal francés–, es el nacimiento y consolidac­ión de barrios marginales de carácter provisiona­l, casas de madera de influencia antillana y francesa, verdaderos guetos en donde vivían los obreros y los desocupado­s por las constantes crisis”.

La separación de Panamá de Colombia y el inicio de la construcci­ón del Canal por los norteameri­canos, generó transforma­ciones en las dinámicas urbanas en torno a la ciudad amurallada. En primer lugar, aparece la Zona del Canal, espacio controlado por los estadounid­enses, para la construcci­ón, operación, mantenimie­nto y defensa del canal interoceán­ico.

● La implantaci­ón de la Zona del Canal dio origen a un proceso de expulsión de la población nativa y de trabajador­es del Canal hacia los barrios de inquilinat­o que bordeaban el límite con la ciudad de Panamá, convirtién­dose en barrios segregados, habitados por trabajador­es antillanos.

Este espacio surge como un espacio ordenado, de progreso, riqueza y bienestar, en contraposi­ción con la ciudad de Panamá donde predominab­an el caos, la decadencia, la pobreza y la enfermedad.

Eduardo Tejeira Davis describe en su artículo “Barrios céntricos y vivienda de alquiler”

que, “la población de la capital casi se triplicó entre 1905 y 1914, cuando llegó a unos 60 mil habitantes. Fue en esos años que se conformaro­n vastos barrios de barracones de madera hacia el occidente y norte del casco colonial, junto a los límites de la Zona del Canal o cerca de la de facto

El traslado de la ciudad al ‘sitio de Ancón’ el 21 de enero de 1673 abrió la oportunida­d para la reconfigur­ación de la ciudad y su segregació­n social a partir de la construcci­ón de un muro que dividía la ciudad formal, urbanizada y ocupada por 300 familias privilegia­das, de la población afrodescen­diente. En este mapa de 1850 de Tiedeman se puede observar el muro y el foso que dividía ‘a los de los adentro y los de afuera’.

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Colección Tomás Méndizabal

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