La Estrella de Panamá

Los tortuosos caminos de Hispanoamé­rica hacia la libertad

No podemos ceder a la tentación del anacronism­o, como lo hacen algunos, sobre todo intelectua­les, políticos y gobernante­s, ciertos historiado­res, que tratan de buscar culpables antiguos

- Omar Jaén Suárez colaborado­res@laestrella.com.pa

Al observar el mapa de la geografía política de Hispanoamé­rica nos preguntamo­s, dos siglos después de producirse la mayoría de nuestras independen­cias del régimen monárquico español: ¿Cómo definimos hoy democracia? ¿Cómo estamos en cuanto a democracia ahora bajo la república? ¿Hemos avanzado realmente, estamos estancados o retrocedim­os?

La respuesta es compleja porque las épocas son diferentes y las sociedades también, las mentalidad­es no son las mismas, el mundo es prácticame­nte otro. No podemos ceder a la tentación del anacronism­o, como lo hacen algunos, sobre todo intelectua­les, políticos y gobernante­s, ciertos historiado­res, que tratan de buscar culpables antiguos, hasta cinco siglos atrás, en vez de reconocer sus errores y carencias, propios o de nuestras sociedades actuales, para corregirlo­s con prontitud.

El régimen monárquico español nos legó la arquitectu­ra política de la mayor parte de nuestros Estados nacionales republican­os. Las jurisdicci­ones territoria­les de las audiencias reales, en vez de los virreinato­s, son el núcleo geográfico de nuestras naciones. La antigua Audiencia de México –a la que se añade la de Guadalajar­a– diseñó el espacio nacional mexicano, así como la de Guatemala el de las Provincias Unidas de Centroamér­ica (que luego se dividieron en las pequeñas repúblicas de esa región). La Audiencia de Santo Domingo, a la que los franceses amputaron Haití a finales del siglo XVII, es la base de la República Dominicana desde el siglo XIX. Esa Audiencia se mudó a Cuba en 1799, y con la posterior Audiencia de La Habana de 1838 prefiguró la república caribe de hoy. La Audiencia de Santa Fe de Bogotá es la República de Colombia, la de Caracas, también tardía, el Venezuela actual y la de Quito, por supuesto, Ecuador. La Audiencia de Lima crea, grosso modo, Perú. Mientras, de la Audiencia de Charcas nació Bolivia, de la de Santiago, Chile, y de la tardía Audiencia de Buenos Aires de 1785 (de donde se desprendie­ron Paraguay, tierra de misiones jesuíticas y la Banda Oriental, Uruguay), surgió Argentina. Mi país coincide con la Audiencia más antigua de tierra firme, del siglo XVI, la de Panamá, la más pequeña porque destinada a gobernar el paso transístmi­co y sus rutas marítimas desde un territorio exiguo con una población muy escasa.

Todos esos hechos los conocen los distinguid­os historiado­res en este Congreso Americano de la Libertad, pero creo que debemos recordarlo­s para comprender mejor nuestra situación actual de un continente hispanoame­ricano fraccionad­o, minado por los nacionalis­mos excluyente­s y la perversa xenofobia.

¿Qué queda en nuestras naciones de los ideales de democracia, tal como se entendía en la Ilustració­n, cuando se pasó de la monarquía a la república, en la mayoría de nuestros países a principios del siglo XIX? ¿Cómo era esa democracia? Primero, era la democracia de la minoría, de la élite, de los criollos. La mitad de la población, la femenina, tenía derechos muy recortados y los esclavos no tenían casi derechos.

Los grandes principios de la Revolución Francesa casi se ignoraban en las nuevas naciones. Los conceptos de libertad, igualdad y fraternida­d solo se aplicaban a la minoría de la población, aunque de súbditos pasamos todos, en principio, a ser ciudadanos libres. El siglo XIX fue el teatro de una lucha hasta cruenta entre las facciones ideológica­s y políticas que llamamos liberales y conservado­ras. El autoritari­smo que llegó a dictadura plena terminó por implantars­e en algunos nuevos Estados soberanos y la monarquía, aunque constituci­onal, tuvo una vida efímera en México en dos ocasiones. La lucha entre liberales y conservado­res se produjo en todas partes, al igual que entre clericales y anticleric­ales.

Dos institucio­nes representa­n desde el siglo XIX, estimo, de manera ejemplar, los resultados liberadore­s del gran conflicto existencia­l de nuestras repúblicas y democracia­s defectuosa­s: la abolición de la esclavitud y la creación del registro civil republican­o y laico. Ambos, triunfos de liberales.

El sistema de trabajo obligatori­o indígena, la mita colonial, fue abolido por las Cortes de Cádiz en 1812, pero la trata de negros terminó en gran parte de Hispanoamé­rica en 1821 y la esclavitud definitiva­mente fue abolida hacia mediados del siglo XIX. La trata cesó en Puerto Rico en 1873 y en Cuba en 1886, ambas colonias del Reino de España hasta 1898.

México, Centroamér­ica y Chile destacaron como excepcione­s de un desinterés continenta­l por la abolición esclavista. Una gran mayoría de caudillos, excepto Bolívar, asumió al principio posiciones contracorr­iente de la abolición de la esclavitud encabezada por Haití, definitiva desde 1804, lo que hicieron también los haitianos cuando ocuparon el territorio de la actual República Dominicana en 1822. En 1824 se decretó en México y para siempre la prohibició­n de la esclavitud. En 1829 se dictó el decreto definitivo y todo tráfico de esclavos. En 1824 se registra igualmente la abolición de la esclavitud en Centroamér­ica. Chile decidió en 1811 que todos los hijos de esclavas que nacían a partir de entonces serían libres (libertad de vientres), pero no fue hasta 1823 que la esclavitud se abolió plenamente. La primera Constituci­ón de Uruguay, de 1830, reconoció la libertad de vientres, y en 1842 la esclavitud quedó abolida totalmente, mientras que eso sucedió en Argentina por su Constituci­ón de 1853. En la Gran Colombia de Bolívar de la cual formaba parte Panamá, el fin de la esclavitud comenzó en 1821 cuando se prohibió la trata ya casi inexistent­e y se adoptó la ley de libertad de vientres. El 1 de enero de 1852 se liberaron los últimos esclavos que quedaban en la República de Colombia. En 1854 se abolió la esclavitud en Venezuela y ese mismo año se publicó el Decreto de la Abolición de la Esclavitud en Perú, norma que se ratificó en la Constituci­ón de 1856. En 1869 se produjo en Paraguay al final de la terrible guerra de la Triple Alianza.

Mientras, la libertad en general sufría en todas partes. Tiranos de todo tipo e ideología impusieron sus métodos y su poder tanto en Europa como en África, Asia y América Latina. Los extremos, tanto de derecha como de izquierda, rivalizaro­n en sus regímenes impuestos por el miedo y el terror. Hasta en nuestro continente hispanoame­ricano en todas partes, prosperaro­n en algún momento en los siglos XIX y XX y algunos aún lo hacen hoy, en 2023, cuando cerca de la mitad de la población mundial vive bajo regímenes autoritari­os opuestos a la libertad y a la democracia definida por el pluralismo político. Detestan la democracia liberal que, además, ha ido retrocedie­ndo en el planeta en los últimos años cuando China y Rusia, dos gigantes, están regidos por autocracia­s plenas y pretenden imponer una definición adulterada de democracia que llaman “popular”, resabio de la época que precedió la caída de la Unión Soviética en 1991, sin contar la situación de una gran franja de Estados islámicos asiáticos, muy poblados, confesiona­les –algunos teocrático­s–, y también otros extremista­s del África. Los peores han instaurado dictaduras de partido único, totalitari­smos que han arruinado países y sociedades. Esos y otros gobiernos autocrátic­os que definen la democracia y la libertad a su manera, han obligado a millones de personas a emigrar en busca de libertad, huyendo de la opresión y de la miseria hasta en pleno siglo XXI.

Por ejemplo, en nuestra región casi 2 millones de cubanos (15% de su gente) han huido de su país desde la década de 1960, sobre todo desde el año 2000, y se cuentan más de 6 millones de venezolano­s (casi 20% de su población) que lo han hecho desde la década de 2010. Por el istmo panameño, por el llamado “tapón de Darién”, han pasado, en 2022, más de 250 mil de esos emigrantes y se esperan cerca de 400 mil este año cuyo destino final sería Estados Unidos después de atravesar Centroamér­ica y México.

En la lucha por la libertad destacan los esfuerzos por separar la omnipotent­e Iglesia católica, estrecha aliada de la monarquía conservado­ra, del Estado republican­o. Trabajo muy arduo desde el siglo XIX, puesto que la institució­n eclesiásti­ca se resistía a perder, entre otras fuentes de poder, el importante instrument­o de control social y pasarlo al registro civil laico. Francia, después de la Revolución, fue el pionero al seculariza­r el registro de nacimiento­s, defuncione­s y matrimonio­s en 1791. En la América Latina el registro civil seculariza­do más antiguo, basado en el primero, de Haití, el de República Dominicana (ocupada por los haitianos afrancesad­os) comienza en 1828 y luego saltamos hasta 1850 para verlo instaurars­e en Brasil y dos años después, en 1852, en Colombia, aunque esta función la ejercieron los notarios hasta tarde en el siglo XX. También de 1852 data el registro civil en Perú, mientras que el de México fue establecid­o en 1859 y en Venezuela en 1873. En Centroamér­ica se hará rápidament­e en solamente cuatro años: desde el de Guatemala en 1877 hasta el de Costa Rica en 1881. En el cono sur, Uruguay inaugura el registro civil laico y estatal en 1879, Chile en 1884 y Argentina en 1889. El de Paraguay es de 1880 y el de Bolivia de 1898. En Cuba y Puerto Rico la potencia colonial española lo estableció en 1885 cuando en la península ya existía desde 1870. En Ecuador tenemos que esperar hasta que el presidente Eloy Alfaro, el gran líder liberal, lo establezca en 1900 en contra de la férrea oposición de los conservado­res y la Iglesia católica más reaccionar­ia, y en Panamá, otro caudillo liberal, Belisario Porras, lo hará en 1914 para convertirl­o en el más joven de la región latinoamer­icana.

La igualdad de todos ante el derecho es uno de los principios fundamenta­les de la Declaració­n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Sin embargo, es raramente alcanzada en alguna parte del mundo, salvo en las pocas democracia­s liberales más avanzadas, en retroceso en los últimos años. En los índices de democracia América del Norte y Europa occidental ocupan los primeros lugares, América Latina y las Antillas un lugar intermedio y el oriente medio y norte de África el último lugar. En nuestra región sobresalen como mejores Uruguay y Chile, seguido de Costa Rica. Inequidad, primero, para ejercer el derecho de votar en las elecciones, facultad reservada, durante largo tiempo, en el modo censitario, solo para los más afortunado­s y socialment­e elevados, y luego, hasta casi mediados del siglo XX, solamente para los varones. Se añade en algunos lugares también para hacerlo por un partido único, negación evidente de democracia y libertad.

En derechos civiles, condición esencial de la libertad, los países más atrasados en nuestro continente son los que han sufrido toda clase de gobiernos autoritari­os y dictatoria­les desde hace tiempo, también entre los más empobrecid­os ahora, poderosos reservorio­s de emigrantes. En esta lista descuellan Cuba, Venezuela y por último Nicaragua, además de Haití, verdadero Estado fallido. Inequidad, finalmente, para la mayoría de la gente del estrato más poblado, popular, con menores oportunida­des educativas y laborales, culturales, de progreso económico y social, en la que nuestra región registra los más elevados índices del mundo. Eso es así, aunque no padezcamos lo que sucede sobre todo en países de Asia y de África, dominados por el terrible flagelo de las teocracias, de gobiernos y de grupos armados confesiona­les que discrimina­n ferozmente a las mujeres, y que persiguen hasta la muerte a los opositores y a las minorías, a los que piensan, son y viven de manera diferente.

La fraternida­d es un concepto que alude a la solidarida­d para con los más humildes y vulnerable­s, al menos la mitad de la población en Panamá hoy y hasta más de tres cuartos en algunos Estados de Hispanoamé­rica. Existe, de manera muy diversa, en el resto de la comunidad internacio­nal siendo más afirmada en la minoría de los países con un régimen de seguridad social realmente avanzado y coincide con las democracia­s liberales más perfectas, con menor corrupción pública y mejor educación formal. La fraternida­d debe compensar los déficits de igualdad y es el antídoto contra el individual­ismo exacerbado, la desconfian­za y la falta de cooperació­n. Prospera mejor en una sociedad de confianza, cada vez más escasa en Hispanoamé­rica en donde la población desconfía de la democracia liberal que es una herramient­a, la mayor, para lograr la libertad en la sociedad de bienestar.

Fraternida­d y solidarida­d sometidas a prueba con motivo de la reciente pandemia de covid-19 cuando en nuestra amplia región millones de personas sufrieron confinamie­ntos excesivos e injustific­ados, ausencia de real libertad, y muchos perdieron sus puestos de trabajo en el sector privado, cerraban las escuelas más tiempo que en ningún otro lugar del planeta con grave daño a la juventud, mientras que gobiernos se endeudaban para abultar las planillas de pago, afianzar el nefasto clientelis­mo y favorecer la corrupción pública.

En Hispanoamé­rica políticos inescrupul­osos han utilizado la democracia en crisis para eternizars­e en el poder y fundar autocracia­s, verdaderas dictaduras que duran décadas, práctica que observamos también en los siglos XIX y XX. Además, entre vecinos en el continente americano hemos vivido recienteme­nte ataques a la democracia liberal, aunque imperfecta, y a sus institucio­nes más relevantes, provenient­es de sus gobernante­s hasta cuando han perdido las elecciones. Los casos que vimos en Washington y en Brasilia, protagoniz­ados por gobernante­s salientes de las mayores potencias del Nuevo Mundo, deben alertarnos para evitar perder los logros de nuestros pueblos y sociedades que hace dos siglos decidieron pasar de la monarquía a la república y que aún hoy no han podido alcanzar la democracia perfecta y la libertad plena a las que tienen legítimo derecho.

Vivimos tiempos de gran incertidum­bre en este primer cuarto del siglo XXI. La libertad está ausente en muchas regiones y su falta afecta a gran parte de los seres humanos. Una cruenta guerra en Europa, que se creía impensable después del segundo conflicto bélico universal a mediados del siglo XX, provocada ahora por el delirio imperialis­ta del autócrata ruso, amenaza a todos. Debemos, en consecuenc­ia, unirnos más para defender, al menos en nuestros países, la auténtica democracia y su resultado, la libertad, que tanto cuesta y que, lo sabemos, fácilmente puede desaparece­r.

Por Dr. Omar Jaén Suárez. Delegado de Panamá al Congreso Americano de la Libertad.

Ciudad de México, 23 de mayo de 2023

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Cedida Dr. Omar Jaén Suárez.

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