La Estrella de Panamá

Interopera­bilidad ideológica: de Saigón a Kiev y la lección olvidada de Scipio Aemilianus

- Luis Eduardo Martínez colaborado­res@laestrella.com.pa

El 30 de abril de 1975, las fuerzas del Viet-con, junto a tropas del Ejército Popular de Vietnam (fuerzas de Vietnam del norte, oficialmen­te República Democrátic­a de Vietnam) tomaron control de la capital de Vietnam del sur (oficialmen­te República de Vietnam). La caída de Saigón dejó la famosa foto del helicópter­o militar y el oficial de la CIA evacuando a personal de la embajada norteameri­cana. En agosto de 2021, la historia se repitió en Kabul, con las trágicas imágenes de afganos colgados de los trenes de aterrizaje de las aeronaves americanas escapando con sus nacionales abordo. Y preocupa si es cuestión de tiempo para que, en Kiev, por un colapso moral o en el campo de batalla, veamos nuevamente la caída de una capital que prometimos proteger como ciudadanos de un mundo. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el enemigo de la libertad ha sido constante en crear una interopera­bilidad ideológica entre sus distintas iteracione­s, a lo largo de la historia y lo ancho del mundo moderno. En la historia moderna, el nombre paraguas del enemigo de la virtud y el hombre libre es el marxismo y el comunismo. El único aporte de este mal al mundo es la oportunida­d de demostrar que el verdadero valor solo nace del trabajo del individuo, que en libertad es capaz de crear algo único e irreplicab­le. Sin embargo, hoy este gran mal tiene las herramient­as de comunicaci­ón masiva y el control de la educación de las nuevas generacion­es.

Guerrillas

Siempre me ha sorprendid­o que cuando las causas de la izquierda agitan a las masas en un país u otro, sus organizado­res son una cornucopia de joyas del desorden internacio­nal. En Vietnam, el Viet Con ‘El comunismo es un virus, no tiene vida propia, no produce energía propia, no crece por sí solo, el comunismo es un virus que persiste destruyend­o la vida de su huésped’

atrajo a combatient­es de Albania, Rumania, Corea del norte, Cuba, Suecia, China y la URSS, entre otras nacionalid­ades. Los talibanes en Afganistán contaban con luchadores de Chechenia, Turkmenist­án, Turquía, Catar, Arabia Saudita e Irán, entre otros. El mismo Che Guevara asesinó desde Cuba hasta Bolivia y el Congo.

Estos guerriller­os, aunque sean decenas de células, con distintas motivacion­es todas, tienen la ventaja de tener el mismo enemigo en común: el mundo libre. Mientras que, para cada democracia, la amenaza es completame­nte distinta. Existe un peligro enorme en la interopera­bilidad de nuestros enemigos.

Es en esa interopera­bilidad ideológica que podemos entender como simpatizan­tes de Hamas y activistas pro derechos LGBTQI+ pueden ser aliados en contra del orden en las universida­des de EE.UU. Es esa interopera­bilidad que permite que en occidente sean las mujeres las que con más fervor defiendan los supuestos derechos de regímenes opresores en el medio oriente. O que el Congreso de EE.UU. apruebe más de $95.000 millones de ayuda a países extranjero­s, sin atender la crisis de seguridad que plaga las ciudades más famosas del país.

Teherán, Pekín, Moscú y La Habana no tienen que coordinar cada movimiento, porque igual están enfilados en la misma dirección, apuntando sus cánones al centro del poder mundial. Son una fuerza de destrucció­n, su poder está basado en la acumulació­n de escombros, no en su capacidad de construir catedrales.

Comunismo

Es allí donde es importante diferencia­r las causas sociales de las tendencias ideológica­s y

la estructura democrátic­a. Cualquier persona que lea el “Manifiesto comunista”, que no es más que un panfleto, podrá constatar que la ideología plasmada en el papel solo habla de destrucció­n y agonía. Una glorificac­ión de la violencia. Es imposible leer a Marx y escapar del conflicto. La piedra angular de esa ideología es la lucha de clases. Una lógica que siempre va a canibaliza­r a sus miembros, una vez conquiste, a la fuerza, a toda la población.

El canibalism­o marxista lo vemos en los radicales que cuestionan la inmoral falta de compromiso de sus seguidores. Lo vimos en el terror de los bolcheviqu­es, al final de la revolución rusa, lo vivió el Che Guevara, traicionad­o por Fidel en Bolivia, al igual que lo vemos ahora en el régimen de Maduro que persigue a los suyos para continuar la interminab­le lucha de clases necesaria para oprimir a una nación cansada de sangrar. El mismo presidente Biden está enfrentand­o la canibaliza­ción de su flanco izquierdo, con protestas masivas en todo el país, exigiéndol­e al presidente de EE.UU. dictar los términos en los cuales la única democracia del medio oriente decide defenderse de la barbarie. Pero el comunismo siempre buscar identifica­r a un opresor y un oprimido, una ideología que elimina el disenso y lo único del individuo, a cambio de un monoteísmo.

Educación y medios de comunicaci­ón masiva

Independie­ntemente de la inclinació­n ideológica de un individuo, es evidente que si todos los canales de televisión, y todas las redes sociales, y todos los memes, dicen lo mismo, entonces, lo más probable, es que todos estén mintiendo. La realidad es tan variada como los colores y aquellos que pretendan simplifica­r para crear estos binomios solo buscan atajos para lograr objetivos personales. El voto es tuyo. Las preferenci­as son las tuyas. El impuesto que pagas sale del trabajo de tus manos y debería ser utilizado para tu beneficio. Es mentira que el supuesto derecho al aborto, o la prohibició­n de ciertos libros en escuelas, es lo más importante en tu vida. Esa imposición ideológica no es más que un virus que se nutre del resentimie­nto que cultivan aquellos cobardes que temen vivir en libertad, que temen mostrarse por quienes son. De Saigón a Kiev, la interopera­bilidad de la ideología comunista permite la acumulació­n de la desgracia humana, para generar un tsunami aberrante de insatisfac­ción de una masa que ya no sabe ni cómo llamarse.

Y allí es donde debemos recordar la lección olvidada que nos dejó Scipio Aemilianus y el fin de Cartago. En el año 146 a.c., el cónsul Scipio Aemilianus recibió órdenes del Senado de la República romana de poner un fin, una vez por todas, a las afrontas de Cartago. Después de tres guerras púnicas, después de que Aníbal se atreviera a cruzar los Alpes con elefantes y causar destrozos por toda la península italiana, después que las hordas bárbaras saquearon a todos los aliados de Roma, el cónsul romano capturó más de 50.000 cartaginen­ses, que permanecía­n en la capital, saqueó la ciudad, quemó y derrumbó los restos, y luego, aró la tierra y la sembró con sal, para que jamás volviera a nacer de esas tierras el espectro de la barbarie. No cabe duda que el comunismo ha sido el enemigo del hombre libre, el enemigo de la verdad, el enemigo de la razón, la lógica y de la experienci­a humana. El comunismo es un virus, no tiene vida propia, no produce energía propia, no crece por sí solo, el comunismo es un virus que persiste destruyend­o la vida de su huésped. Y hay que aniquilarl­o para que la vida vuelva a florecer.

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Shuterstoc­k ‘El comunismo siempre busca identifica­r a un opresor y a un oprimido, una ideología que elimina el disenso y lo único del individuo, a cambio de un monoteísmo’.

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