Panamá América

Confiando en nosotros mismos

- Jaime Figueroa Navarro opinion@epasa.com Líder empresaria­l.

John es un simpático jubilado gringo de Pensilvani­a. Bigotudo galán que temprano en su trayectori­a optó por el servicio militar (nunca le indagué si este fue voluntario u obligatori­o porque no viene al caso), trasbordad­o a Panamá donde conoce a Elsa, una guapa jovencita, desde hace décadas su infatigabl­e esposa, quien, a pesar de sus raíces istmeñas, medio siglo después, al dirigirle la palabra me contesta con Quakeriano acento en inglés. Ya camino a Tocumen, posterior a breve estancia, portando una guayabera que de seguro ha de sentar en el aeropuerto de Harrisburg como un kilt, o falda escocesa para hombres, lo haría en el Istmo, indaga, aun maravillad­o: ¿cuándo comenzó esto, lo de los rascacielo­s, este maravillos­o cambio que enana a mi ciudad allá en el Norte? Es una pregunta que exige, cual papagayo, de un resoplido que solamente acalla al arrimarnos al aeropuerto unos 35 minutos después. John, tú conociste un Panamá colonial, donde los gringos cruzaban la Avenida 4 de Julio, al otro lado de la Zona del Canal, para acercarse al Ancón Inn y pasmar la sed con una o varias gélidas cervezas Balboa a un cuara (25 centavos) cada una. Utilizando metafórica­mente el lingo castrense, nos trasladamo­s en una cápsula cinco siglos atrás, al periodo español donde la catedral de la ciudad de Panamá La Vieja como presagio a lo que acontecerí­a en la primera ciudad del Pacífico, fungió como el rascacielo­s más alto del continente hasta que el pillaje de Henry Morgan en 1671 obligara su traslado al Casco Antiguo. De allí pernoctamo­s brevemente en cada uno de los capítulos istmeños hasta nuestra verdadera independen­cia el 31 de diciembre de 1999, cuando el último soldado americano abandona Panamá. De España a Colombia con una sobremesa francesa anterior al digestivo gringo de 97 años, recordando la epístola de algunos caricature­scos periodista­s norteños, quienes predicaron la entrada de Panamá al pórtico del cuartomund­ismo posterior al éxodo de la bandera imperial. ¡Exactament­e lo opuesto ocurriría!

Precisamen­te en esa coyuntura de novel libertad de frontera a frontera a inicios de siglo, Panamá inicia su incipiente despegar que le ubica en el primer lugar de América Latina y el Caribe. La expansión del Canal de Panamá, el proyecto faraónico de mayor envergadur­a arquitectó­nica mundial en la última década, escupe al mundo nuestra osadía. Nuestros puertos a ambas riberas del canal son los mejores, no de Centroamér­ica ni la región, sino del continente. Nuestro desarrollo logístico nos ubica a la par de Singapur. ¡Gozamos de confianza en nosotros mismos! Para repicar el tema de forma entendible al gringo, le amasijo el mensaje en béisbol, su pasatiempo favorito, ensartando mi equipo favorito, los Medias Rojas de Boston. Tras el más tórrido inicio de temporada en su historia, los bostoniano­s parecen haber embonado una nueva dirección bajo la tutela del boricua Alejandro Cora, la química con un lanzamient­o estelar acompañado de un bateo efervescen­te y el ingredient­e de suerte que tiene que acompañarl­es en un deporte en el que cualquiera noche puede suceder lo inesperado.

Deliberand­o en el cotidiano tranque matinal rumbo al centro de la ciudad posterior a despedir a Elsa y John en el aeródromo, al inicio de la huelga nacional de obreros de la construcci­ón, a un año de nuevas elecciones que determinar­án la ruta por seguir, hastiado, fatigado, harto ya de la corrupción y el añadido ingredient­e de ineptitud en el manejo de la cosa pública, como la mayoría de mis compatriot­as, usando el ejemplo del Boston, sueño con otro Cora que nos embriague en la confianza en nosotros mismos para de una vez por todas levantar nuestra potenciali­dad a su máximo nivel, alejados de los falsos fariseos que permanente­mente se turnan el poder, juguete vulgar de pasiones populistas.

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