Ahí está Cristo
»“…Vengan, benditos de mi Padre y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes… Porque… estuve en la cárcel y me fueron a ver.” Mt 25.»
La situación de los detenidos en nuestros países es desesperante. Los detenidos pasan un suplicio espantoso en nuestras cárceles que han perdido actualidad por ser, en muchos casos, edificios ruinosos y demasiado pequeños para la población penitenciaria. A la desesperación, angustia y abatimiento del detenido se unen el hacinamiento espantoso y la tardanza en la realización de los juicios a que tienen derecho bajo las leyes vigentes. La mayoría de ellos carecen de los artículos más elementales para vivir como seres humanos, tales como: sábana, toalla, jabón, papel higiénico y otros artículos de higiene personal. El detenido casi siempre es un empobrecido que, a su vez, provoca miseria en la familia que depende de él. Si alguno tenía dinero ahorrado, después de varios años de estar encarcelado no le queda nada.
Hay una mezcla de luz y tinieblas, de inocencia y pecado, de libertad y condicionamientos que se tejen en la conciencia de los seres humanos. Por tanto, es temerario e injusto simplemente tachar a todos los detenidos de criminales y ladrones, sin ver anteriormente las circunstancias y referencias individuales en cada caso. Cada uno de nosotros es hijo de Dios y como hijos suyos, Él nos ve como seres maravillosos, buenos y hermosos espiritualmente. Los que estamos del lado de acá no somos tan inocentes como creemos. Hemos cometido faltas – como las menos – desde: evadir impuestos y gravámenes, pagar sueldos injustos a nuestros trabajadores, trabajar a desgana o a medias cumpliendo mediocremente nuestros compromisos laborales, robar la paz a nuestros hijos y al cónyuge en el hogar con maltrato verbal o físico, levantar falsos testimonios de otro, etc.
¿Por qué debemos ir a las cárceles? Porque los presos nos necesitan urgentemente, porque ellos son pobres, pobrísimos y porque ahí está Cristo. Hay mucho que podemos hacer para ayudar a los detenidos a resolver sus problemas jurídicos ofreciendo, a aquellos que lo necesitan, servicios legales gratuitos. También podemos ayudar a que los detenidos se rehabiliten para reintegrarse a la sociedad y al mundo laboral. Para lograrlo, debemos presionar para que se construyan centros penitenciarios modernos, así como un centro transitorio para que, al salir de la prisión, el detenido liberado pueda estar el tiempo necesario hasta que se vuelva a orientar dentro de la sociedad.
Así como Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, seamos capaces de vibrar ante el drama de los detenidos, de transmitirles fe y esperanza.
Con la ayuda del Señor podemos hacer muchísimo para ayudar a nuestros hermanos que se encuentran detenidos. Recuerde que para Él, ¡nada es imposible!